viernes, 12 de septiembre de 2014

CONTRATOS FAMILIARES.



Existen una especie de “códigos” que están situados en lo más profundo de nuestras mentes en forma de creencias y de inhibiciones que nos paralizan.

Cuenta Marianne Costa, que en un momento de su vida escribió en un papel de pergamino: “soy una fracasada”. Después lo firmó con una gota de su sangre y lo enterró. En ese lugar plantó una bella flor y empezó a diseñar su realidad liberada de esa maldición. Es un acto psicomágico,  donde nos liberamos de esos códigos que recibimos de nuestra familia.

Un contrato es un acuerdo entre dos partes que se comprometen a dar algo y a recibir algo a cambio. Pero no todos los contratos están sobre papel, ni siquiera son verbalizados, ni tampoco están en el plano de la consciencia. Más aún, como en el caso de nuestro nombre, hay contratos que aceptamos en desigualdad de condiciones porque se “sellan” en la más tierna infancia: el niño intuye que el incumplimiento implica no ser querido, lo que significa la muerte. Nuestro cerebro más primitivo nos dicta la orden de obedecer ante la amenaza de ser expulsado del clan.

Muchas de las creencias que tenemos son contratos que mantenemos con nuestro árbol genealógico, ideas que se nos han transmitido desde nuestros bisabuelos y que no podemos cuestionar.

Por ejemplo:

“Serás abogado, como los hombres de provecho de esta familia”.

“Eres torpe como….”

“En la vida las cosas de dejan como se han encontrado”.

Etc…

Los contratos intelectuales son las raíces de nuestras emociones perturbadas y comportamientos desajustados. La psicogenealogía trata con su famosa y en muchos casos efectiva RET (Terapia Racional Emotiva),

 El esquema de creencias tóxicas que adoptamos por lealtad a la familia, y que se mueven en cuatro ejes fundamentales:

Si no tienes lo que necesitas, te mueres.  (“Si mi novio me deja me muero”). La herencia tóxica es confundir la necesidad con el deseo, ya que si no tienes alimentos te mueres, pero si te deja el novio sigues viviendo…

Esto es horrible. (“Es horrible que tenga que cancelar mis vacaciones”). Se está juzgando en exceso. No hay nada categóricamente malo o bueno, hay hechos que causan más o menos dolor.

No lo soporto. (“No soporto la soledad”). Hay situaciones que matan, son insoportables. Creer que algo es el límite entre la vida y la muerte nos hace sentir agonizantes cada vez que eso sucede.

Si sucede algo malo es que hay un culpable y tiene que ser condenado. La familia nos enseña a juzgar y buscar culpables en los que descargar la responsabilidad de lo que pase, o a culparnos a nosotros mismos.

Están también los contratos emocionales:

Suelen venir en formato de inhibiciones emocionales, asociados a los niveles de consciencia infantiles…

“¿Para qué crecer?”- Como estás, estás bien. Esta orden mantendrá a la persona con una edad emocional de 10 años el resto de su vida.

“Aquí somos del Madrid”.- Desde el primes mes de vida el niño es socio del club. Cuando crece no tiene alternativa, si no le gusta el futbol o no es madridista, será considerado como un traidor.

“No seas tonto y no tengas novia”- Quédate con tu madre…ella no te defraudará.

“La pareja es para toda la vida”- Nadie se ha divorciado jamás en nuestra familia.

Los contratos emocionales nos atan con fuerza al pasado y fomentan las relaciones basadas en la dependencia emocional. Disolver estos contratos es abrir al fin la puerta a la libertad de amar con un nivel de consciencia superior.

Dentro de los contratos libidinales, están las inhibiciones creativas y sexuales:

“El teatro-la pintura- la música, son una pérdida de tiempo”- Es como decir que no debes dedicarte a cosas que no son de provecho.

“Esa relación no te conviene”- Podríamos preguntarnos: ¿a quién no le conviene en realidad?

“Te casaras a los 25 y a los 26 tendrás un hijo”- Este podría ser un contrato inconsciente que se repite de generación en generación.

“La mujer que expresa deseo sexual es una cualquiera”- Si el sexo es sólo un instrumento de procreación, se le prohíbe a la mujer gozar con su energía libidinal.

La prohibición de la homosexualidad y de las prácticas sexuales, son contratos que al incumplirlos nos bloquean la libido o nos hace sentir culpables y merecedores de castigo si “nos salimos del tiesto”.

Hay contratos materiales-corporales-económicos, que nos producen inhibiciones económicas. Es necesario que encontremos los elementos que permitan separarnos de la violencia, el miedo y de la culpabilidad...

Ejemplos:

“Eres idéntico a tu abuelo”.- Y con ello uno de los linajes toma posesión del hijo.

“No toques los botones que los romperás”- Cuando no te dejan tocar nada es porque no tienes espacio.

“El dinero es pecado”- Si nos hacen creer que el dinero es sucio, nos generará culpabilidad ganarlo.

“El que arriesga pierde”, “Más vale pájaro en mano que ciento volando”, “Más vale malo conocido que bueno por conocer”.-Salir del territorio es una deslealtad imperdonable y tenemos un miedo ancestral a no volver a ser admitidos en el clan.

Todo esto insta a acomodarse con una pareja que ya no aporta nada, un trabajo insatisfactorio, una casa que no es un hogar y también una ciudad, un banco, un grupo de amigos etc. Instalados en un territorio para siempre, porque nos han enseñado que arriesgarse es perderlo todo, en lugar de impulsarnos a seguir nuestros deseos como sabio camino de transformación.

Los contratos se cumplen por lealtad, pero también por temor a las consecuencias. Digamos que hay un miedo a ser castigados, a que se cumplan esas predicciones (maldiciones): “Si te divorcias, te mirarán mal”, “si te haces artista, vivirás en la pobreza”.

Un acto psicomágico para sanar este tipo de miedo al incumplimiento a lo que los padres ordenaron, consistiría en realizar metafóricamente la predicción escenificándola delante de ellos.

Alejandro Jodorowsky, nos dice en sus 10 recetas para ser feliz: “no hay alivio más grande que comenzar a ser lo que en realidad somos”.

 Desde la infancia nos imponen destinos ajenos. Es conveniente recordar que no estamos en el mundo para realizar los sueños de nuestros padres, sino los propios.

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