miércoles, 30 de noviembre de 2016

LO QUE ESCONDE EL DESORDEN





Dicen que varios de los grandes genios han sido un verdadero monumento al desorden. Sin embargo, ser desordenado no te convierte en genio. Así como ser excesivamente ordenado tampoco te hace mejor persona, los extremos nunca son buenos. En el mundo actual el tiempo escasea y dedicarle tiempo a el cuidado de la casa no es fácil.

Pero eso no quiere decir que todo tenga que estar manga por hombro. Se puede mantener un espacio básicamente ordenado, sin necesidad de invertir demasiado tiempo en ello. Todo es cuestión de organizarse y adoptar algunos hábitos. ¿Por qué algunas personas no lo logran? ¿Qué hay detrás de su desorden compulsivo?

EL SIGNIFICADO DEL DESORDEN.

En general, el desorden en los espacios que habitamos es señal de desorden en nuestro mundo interior. Permanecer saturado de objetos, significa estar saturado de ideas y proyectos sin resolver. El desorden lanza un mensaje de confusión interna, falta de estructuración y falta de definiciones.

Los estudiosos del Feng Shui aseguran que el desorden tiene diferentes significados, dependiendo del lugar en donde se acumule.

Esto es lo que indican al respecto:

El desorden o los objetos amontonados en zonas que están a la entrada de una casa significan un profundo temor a relacionarte con otras personas.

El desorden o los objetos amontonados en la cocina o los espacios en donde se preparan alimentos significan fragilidad emocional y resentimientos.

El desorden o los objetos amontonados en los armarios significan dificultad para analizar y controlar los sentimientos y emociones.

El desorden o los objetos amontonados debajo de los muebles indican que se es muy dependiente de la opinión de los demás y se da gran importancia a las apariencias.

El desorden o los objetos amontonados detrás de las puertas es una expresión de miedo a ser rechazados por los demás y de la convicción de sentirse vigilado.

El desorden o los objetos amontonados en el escritorio o el sitio de trabajo significan miedo, frustración y necesidad de control sobre las situaciones.

El desorden o los objetos amontonados en  el garaje indican temor a lo nuevo y falta de destreza para actualizarse.

El desorden o los objetos amontonados en los pasillos significan miedo a expresarse, a decir directamente lo que se desea.

El desorden o los objetos amontonados en la sala es miedo a ser rechazado por la sociedad.

El desorden o los objetos amontonados en el comedor tienen que ver con sentirse controlado por la familia e inseguro de uno mismo.

El desorden o los objetos amontonados por toda la casa significan que tenemos ira reprimida y que nos sentimos apáticos y desinteresados por la vida.

LAS VENTAJAS DE SUPERAR EL DESORDEN


No es necesario que tengamos nuestros espacios como “una tacita de plata”. De hecho, preocuparnos demasiado por el desorden nos resta energía para cosas más importantes y nos vuelve exigentes, huraños y neuróticos.

Lo que sí es importante es poder habitar espacios que nos resulten agradables y fáciles de manejar. No es razonable estar a cada rato buscando cosas que se extravían por tanto desorden, ni deprimirnos con solo mirar el estado de nuestro lugar de trabajo o vivienda.

Una de las primeras causas del desorden es que quizás no has clasificado bien los objetos y, por eso mismo, hay muchas cosas que no tienen un lugar definido en donde deban estar. Es importante analizar cuáles son los tipos de objetos que hay en la casa o en la oficina, conformar categorías o grupos de objetos y definir dónde debe guardarse cada grupo.

Lo siguiente es trabajar en tu mente para disponerte a hacer lugar a lo nuevo. Mientras mantengas objetos que no necesitas, o conserves las cosas simplemente por conservarlas, te será imposible avanzar. Es necesario deshacerte de todo aquello que ya no es necesario. Lo que no hayas usado en el último año, debe ir a la basura o a un espacio de bodega.

Convéncete de que limpiar tu lugar es también limpiar tu mente, depurar tu entorno, sanear tu vida. Decídete a pasar a un nuevo nivel y despójate de los objetos que conforman un entorno en el que nada nuevo tiene cabida.

domingo, 20 de noviembre de 2016

VIVENCIAS.


 
Cada uno de nosotros hemos pasado por alguna vivencia que nos ha cambiado para siempre. Es como atravesar un umbral y mirar atrás para descubrir con cierta tristeza, que ha perdido algo. Tal vez sea la inocencia, o la certeza de que la vida no lleva inscrita la promesa de una felicidad perenne.

Según Rafaela Santos, psiquiatra y presidenta del Instituto Nacional de Resiliencia, las personas solemos pasar de media por dos hechos complicados que nos pondrán a prueba. Son vivencias que escapan a nuestro control, y para las cuales, no siempre estamos preparados. Al menos en apariencia.

Porque lo creamos o no, nuestro cerebro presenta una ingeniería perfecta que nos alienta a sobrevivir, a sacar fuerzas de las flaquezas para volvernos a abrir paso ante tanta espesura emocional. Pero, así como los hechos traumáticos nos obligan a aprender y avanzar, también los hechos positivos tienen poder. Porque la felicidad aporta sabiduría, templanza y conocimiento.

Las personas somos el resultado de todas nuestras vivencias, pero sobre todo, de lo que hemos aprendido de ellas. Todo, absolutamente todo, nos esculpe y nos da forma en nuestros valores, en nuestras virtudes y en nuestros defectos. El tiempo, nuestra mente y nuestra voluntad son los grandes artesanos de lo que somos en estos momentos.

TODO LO QUE HEMOS PASADO: LA ESCULTURA DE LA VIDA.

Ante una decepción afectiva tenemos dos opciones, amargarnos y perpetuar el dolor o bien asumir el final de un ciclo y avanzar. Asimismo, ante la pérdida de un ser querido, también hay dos únicos caminos, hundirnos o mirar al horizonte de nuevo. Si pensamos en ello, pocas veces se nos abren dos opciones tan claras, pero a la vez tan complejas.

Sin embargo, comprender que solo existe un camino correcto, no basta para que la persona aúne toda su determinación y voluntad para emprender ese proceso de recuperación. “Entender” y “hacer” son dos dimensiones muy complejas en el campo psicológico. Es como decirle a una persona con depresión que debe ser más feliz. Lo entiende, no hay duda, pero necesita estrategias, predisposición, ayuda y esfuerzos.

Hemos de ser capaces de asumir que la vida trae secuelas, sin embargo, al final se aprende a vivir con ellas. No seremos la misma persona, de eso no hay duda, pero daremos forma a una persona diferente: alguien mucho más fuerte.

SER COMO EL BAMBÚ, SER COMO LA ARCILLA, SER COMO LOS LOBOS.

Todo hecho traumático se vive como un golpe. Aunque más bien deberíamos describirlo como una quemadura, porque es así como lo siente nuestro cerebro.

Las rupturas afectivas, por ejemplo, provocan una respuesta muy intensa en la corteza somatosensorial secundaria y la ínsula dorsal, áreas relacionadas claramente con el dolor físico, como lo que experimentamos por ejemplo, al sufrir una quemadura. Si no logramos gestionar de forma adecuada la pérdida, la ruptura o ese suceso impactante. Nuestro cerebro quedaría sometido a un estado de estrés postraumático persistente donde la persona queda, literalmente, fragmentada.

Para reducir el impacto de estas vivencias, podemos entrenarnos en tres sencillas estrategias que nos pueden ser muy útiles también en las dificultades del día a día.

TRES CLAVES ILUSTRATIVAS PARA APRENDER A SER RESILIENTES.

Los recursos psicológicos implicados en la gestión de los cambios se pueden entrenar en nuestra cotidianidad. Si lo pensamos bien, no hay día en que no debamos enfrentarnos a una renuncia, a algún pequeño cambio, reto o desafío. Todo momento es bueno para adquirir adecuadas competencias. Solo así estaremos preparados cuando la vida nos ponga a prueba.

Tres sencillas claves para conseguirlo.

La sabiduría del bambú. El bambú es la planta que crece más rápido en el mundo vegetal. Ahora bien, ese crecimiento acontece después de unos años donde se dedica solo a favorecer un adecuado crecimiento interior. Echando raíces, nutriéndolas. Más tarde, ni el más feroz embiste de viento logra derribar al bambú Porque es flexible, porque cuenta con un mundo interior fuerte y resistente. Vale la pena imitar este proceso: fortalecer los pilares de nuestra personalidad y nuestro mundo emocional y adquirir esa flexibilidad con la cual, impedir que la adversidad nos golpee hasta vencernos.

Seamos arcilla, adaptémonos a los cambios. Pocos materiales nos dan tantas posibilidades a la hora de expresar nuestra creatividad. Asumamos esa característica, seamos capaces de cambiar de forma con valentía y originalidad para superar esos momentos complejos.

El lobo conoce a sus depredadores y se defiende. Pocos animales son tan ávidos a la hora de intuir a sus enemigos. Sobreviven en condiciones extremas, lo dan todo por su manada, son observadores y saben luchar.

El lobo, antes que feroz es sabio. Imitar alguno de sus comportamientos nos puede ayudar a superar esos terrenos complejos que nos trae la adversidad. Porque un corazón fuerte es el reflejo de un alma que conoce a sus prioridades y que no duda en darlo todo por aquello que ama.

Valeria Sabater.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

LOS CUATRO EGOS


 
 
 
Alejandro Jodorowsky nos habla de que no tenemos un solo ego, sino cuatro que son como cuatro caballos qua hacen avanzar el carro de nuestro YO corporal.

 
1-INTELECTO: Produce ideas, lo mental.

2-EMOCIONAL: Produce sentimientos, la vida emocional.

2-SEXUAL-CREATIVO: Produce deseos, es la fuerza libidinal.

4-MATERIAL: Es nuestro cuerpo con sus necesidades básicas y la vida material.

 
Estos serían algunos ejemplos:

 
Ego intelectual o energía intelectual.

 
El filósofo que vive en su cabeza, que puede acabar sus días recluido en su mente. Quedando desconectado de su cuerpo, de sus emociones y de su creatividad. Es una persona que considera que todo el universo es algo racional y teme aquello que no puede explicar intelectualmente.

 
Ego emocional.


Aquí tendríamos a los seguidores “fanáticos” de cualquier partido político, de futbol o de cualquier “gurú” al que puedan seguir. Realizan cantos colectivos, unen sus emociones conectadas con una determinada manera de entender la vida, impregnados de un sentimiento de afinidad.

 
El ego emocional también nos habla de sentimientos y nos conecta con el corazón. Está relacionado con la familia,  con nuestros abuelos, hermanos, tíos padres etc. Al igual que evaluamos las ideas, para conservarlas o deshacernos de ellas según su grado de utilidad y belleza, también debemos examinar nuestros sentimientos para ver si son auténticos o no. Todo sentimiento que  nos lleve a la guerra o la confrontación es algo de lo que deberíamos prescindir. Los sentimientos auténticos son aquellos que nos conducen a la paz.

 
Ego libidinal o energía sexual y creativa.

 
Queda representado por aquel que sólo vive para seducir o ser seducido. La persona que dice que en  la vida sólo hay sexo y olvida incluso sus capacidades creativas.

 
Ego material o energía material.

 
El ejemplo más visible es el cuerpo musculados del personaje que vive en un gimnasio, obsesionado por la dieta y la comida con pocas calorías. Otra de las caras de este ego es la necesidad de mantener una edad corporal determinada, entre 25 y 35 años. Luchando contra el paso del tiempo a golpe de bisturí. Este es un ego que no desea desaparecer.

 
Nuestro problema es que mezclamos los cuatro centros (egos) creyendo que son uno solo y que este es solo de naturaleza intelectual.

Cuando en realidad deberían de estar equilibrados, porque cuando uno se desarrolla en exceso, los otros tres se desarrollan en defecto, quedan inmaduros, reprimidos, insatisfechos.

Jodorowsky discrepa con algunas corrientes espirituales defensoras de la idea de que tenemos que matar al ego para llegar a tener un nivel de consciencia elevado.  Dice que el ego no hay que matarlo, sino domarlo.

 
A veces compara nuestro ego con un perro, cuyas cuatro patas, esas cuatro energías, deben ir encaminadas en la misma dirección. Si cada pata lleva un camino distinto, el perro se cae. No llega a ningún sitio.

Es lo que pasa cuando pensamos una cosa, queremos otra, deseamos algo diferente y hacemos lo contrario.


También nuestra mano tiene una disposición que nos permite comprender los cuatro egos y la quinta esencia.

El dedo índice es el que representa el ego intelectual, a su lado tenemos el dedo corazón que representa al ego emocional, a continuación el anular se conecta con el ego libidinal y el meñique representa el material o corporal.

Podemos ver como el pulgar es otra cosa, se separa de los otros cuatro, representa nuestra quinta esencia.


Estos cuatro centros no se comunican entre sí (tienen lenguajes diferentes) y llevan su propia vida independiente los unos de los otros. Y por eso resulta necesaria una cierta sabiduría interior, que Alejandro  Jodorowsky llama la quinta esencia y que debe traducirnos el lenguaje de los mismos.

Su papel consiste en hacer que todos estos lenguajes se vuelvan compatibles entre sí a fin de que el intelecto comprenda al corazón, al sexo y al cuerpo.

 
Si no es así, somos nosotros los que seguimos al ego, y vamos encaminados a metas que no son las esenciales.


1-El intelecto quiere ser, debes enseñarle  a no ser. (Mente vacía)


2-El corazón quiere ser amado y amar, debes proporcionarle paz. (Corazón lleno)

 
3-El sexo quiere crear debes enseñarle a morir (mutación del ego en esencia impersonal)

 
4-El cuerpo quiere actuar, debes enseñarle a meditar (Lo inmovilizamos durante unos minutos al día)


Alinearnos con nuestros deseos no es más que poner de acuerdo las cuatro energías para que persigan juntas la misma meta en el camino. Como cada una habla un lenguaje diferente, son como instrumentos musicales que nada tienen que ver el uno con el otro.

 
Es nuestro Ser Esencial, el conductor del carro del que hablamos al principio, el que hace de traductor, de mediador y el que debe hacer de director de orquesta para que  los cuatro instrumentos toquen la misma melodía.

 

sábado, 12 de noviembre de 2016

HERIDAS




 
Las heridas más profundas no las hacen los cuchillos. Las hacen las palabras, las mentiras, las ausencias y las falsedades. Son heridas que no se ven en la piel, pero que duelen, que sangran, porque están hechas de lágrimas tristes, de esas que se derraman en privado y en callada amargura.
Quien ha sido herido navega durante un tiempo a la deriva. Más tarde, cuando el tiempo cose un poco esas fracturas, la persona se da cuenta de algo. Percibe que ha cambiado, aún se siente vulnerable, y a veces comete el peor error posible: crear una férrea barrera de autoprotección. En ella, clava la desconfianza, el filo de la rabia e incluso la alambrada del rencor. Mecanismos de defensa con los que evitar ser lastimados una vez más.
Pero nadie puede vivir eternamente a la defensiva. No podemos convertirnos en inquilinos de las bahías de nuestras soledades, en expatriados de la felicidad. Gestionar el sufrimiento es una labor descarnada y concienzuda, que como diría Jung, requiere reencontrarnos con nuestra propia sombra para recuperar la autoestima.
Propiciar de nuevo esa unión es algo que nadie podrá llevarlo a cabo por nosotros. Es un acto de delicada soledad que haremos casi a modo de iniciación. Solo quien logra enfrentarse al demonio de sus traumas con valentía y decisión consigue salir airoso de ese bosque de espinas envenenadas. Aunque eso sí, la persona que emerge de este escenario hostil ya no volverá a ser la misma.
Será más fuerte.
El bálsamo del alma herida es el equilibrio. Es poder dar el paso hacia la aceptación para liberar todo lo que pesa, todo lo que duele. Es cambiar esa piel frágil y herida por una más dura y más hermosa que arrope ese corazón cansado de pasar frío. Ahora bien, hay que tener en cuenta que existen muchas raíces subterráneas que siguen alimentando la raíz del dolor. Ramificaciones que lejos de drenar la herida, la alimentan.
Odiar nuestra vulnerabilidad es, por ejemplo, uno de esos nutrientes. Hay quien la niega, quien reacciona frente a esta aparente debilidad. Vivimos en una sociedad que nos prohíbe ser vulnerables.
Sin embargo, un bálsamo para la mente herida es aceptar sus partes más frágiles, sabiéndonos heridos pero merecedores de encontrar la tranquilidad, la felicidad. Lo importante es querernos lo suficiente para aceptar esas partes rotas sin rencores. Sin convertirnos en renegados del afecto propio y ajeno.
Otra raíz que alimenta nuestra mente herida es la carcoma del resentimiento. Lo creamos o no esta emoción tiende a “intoxicar” nuestro cerebro hasta el punto de cambiar nuestros esquemas de pensamiento. El rencor prolongado cambia nuestra visión de la vida y de las personas. Nadie puede hallar bálsamo alguno en el interior de esta jaula personal.
Esas heridas profundas e invisibles habitarán para siempre en lo más hondo de nuestro ser. Sin embargo, tenemos dos opciones. La primera es ser cautivos del dolor eternamente. La Segunda, es quitarnos la coraza para aceptar y sentir la propia vulnerabilidad. Solo así, llegará la fortaleza, el aprendizaje y ese paso liberador hacia el futuro.
Todos arrastramos nuestras partes rotas. Nuestras piezas perdidas en esos rompecabezas que no llegaron a completarse. Una infancia traumática, una relación afectiva dolorosa, la pérdida de un ser querido…Día a día nos cruzamos los unos con los otros sin percibir esas heridas invisibles. Las batallas personales que cada uno ha librado perfilan lo que somos ahora. Hacerlo con valentía y dignidad, nos ennoblece.
Hemos de ser capaces de reencontrarnos. Los rincones quebrados de nuestro interior nos alejan por completo de ese esqueleto interno donde se sustentaba nuestra identidad. Nuestra valía, nuestro autoconcepto. Somos como almas difuminadas que no se reconocen al espejo o que se convencen a sí mismas de que ya no merecen amar o ser amadas de nuevo.
Claves para sanar las heridas con valentía.
En japonés existe una expresión, “Arigato zaisho”, que se traduce literalmente como “gracias ilusión”. Sin embargo, durante mucho tiempo se le ha dado otra connotación realmente interesante dentro del crecimiento personal. Nos demuestra la sutil capacidad que tiene el ser humano de transformar el sufrimiento, los rencores y las amarguras en aprendizaje.
Abramos los ojos desde el interior, para ilusionarnos de nuevo. Porque centrarnos en la tortura que generan esas heridas nos aleja por completo de la oportunidad de adquirir conocimiento y perspicacia.
Para lograrlo, hemos de ser capaces de evitar que nuestros pensamientos se conviertan en ese martillo que, una y otra vez, golpea el mismo clavo. Poco a poco el agujero será más grande.
Frenar los pensamientos recurrentes de angustia, rencor o culpa es sin duda el primer paso. Asimismo, es conveniente también focaliza toda nuestra atención en el mañana.
Cuando nos encontramos en esa habitación oscura donde solo os acompaña la amargura y el rencor, las perspectivas de un futuro se apagan, no existen. Hemos de acostumbrarnos poco a poco a la luz. A la claridad del día, a generar nuevas ilusiones, nuevos proyectos.
Es posible que a lo largo de la vida nos hayan “enterrado” con el velo del dolor que generan esas heridas invisibles. No obstante, recuerda, somos semillas. Somos capaces de germinar aún en las situaciones más adversas para decir en voz alta: “Arigato zaisho”

domingo, 6 de noviembre de 2016

LO QUE SALE DEL CORAZÓN.......


Lo que sale del corazón, no siempre llega al corazón de los demás. Todos hemos experimentado  alguna vez haber hecho algo por una persona con inmenso cariño y ser correspondidos con el sabor de la indiferencia. Como si la bondad, lejos de hablar un lenguaje universal se perdiera a veces en extraños dialectos.
No siempre hablamos de la disonancia entre lo que uno da y lo que más tarde recibe. Nos referimos a esa sensación desoladora de sentir como el corazón ajeno no ve, no siente no percibe lo que otros hacen por él o por ella. Sabemos que el amor es invisible, pero si los demás no lo intuyen a través de nuestros actos es como si de algún modo, nada tuviera sentido.
Expertos en ciencias del comportamiento y de la empresa nos dicen, que la bondad es una desventaja para el éxito social. De algún modo, la persona noble que actúa desde la honestidad irá saltando de decepción en decepción en este complejo rio de la competividad que define nuestro mundo moderno.
Sin embargo, a pesar de ello somos muchos los que elegimos actuar de este modo. Porque, el hacer las cosas desde el corazón es un valor personal en el que vale la pena invertir tiempo y esfuerzos. Sin embargo, no podemos negar que las decepciones duelen.
Cuando alguien hace algo desde el corazón, armoniza múltiples dimensiones. Se enlaza la propia identidad, el valor de la reciprocidad, el deseo de propiciar el bien, de conferir bienestar, alegría e ilusión. La persona que actúa con bondad debería sentirse, efectivamente, reafirmada al ver que toda la energía invertida en hacer el bien funciona. Que su propósito tiene un fin útil, sin embargo…. No siempre es así.
Podríamos dar muchos ejemplos: desde el anciano que lo dio todo en el pasado por el bien de sus hijos y ahora, es recompensado con la soledad, hasta el adolescente que busca integrarse con respeto y afecto a su grupo de iguales y es recibido con burlas e insultos. No podemos olvidar tampoco a la pareja que cuida detalles, que incluye al felicidad de la persona que ama en los primeros puestos de su lista de prioridades, que se preocupa, que construye, que invierte… si nada de esto se ve, si nada de esto se valora, es que ese amor no sirve. No vale. Es un sucedáneo de amor que es mejor reformular o desechar.
Quien hace las cosas desde el corazón y no es reconocido, acaba viviendo poco a poco en su isla de soledad. De algún modo, nos acabamos pareciendo un poco a Próspero, el personaje de la “Tempestad” de William  Shakespeare.  Alguien que tras ser herido por la adversidad y la traición, acaba recluido en una isla solitaria en compañía de su hija, en un mundo feérico, sosegado y espiritual donde inevitablemente la única protagonista sigue siendo la tristeza.
Hay que vivir con integridad, no renuncies a lo que eres.
Ya lo dijo Tolstoi en su momento: A un gran corazón ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa. Nos sentiremos solos, no hay duda. Sin embargo, si actuar con honestidad tiene un precio, y es el del desengaño tendremos que asumirlo. Siempre será mejor ser uno mismo que vivir en contra de nuestras raíces. De nuestro auténtico ser.
Ahora bien, para sobrevivir en este mundo complejo, conviene integrar una serie de “anclajes” emocionales y cognitivos a los que aferrarse para evitar daños colaterales. Porque la bondad no es sinónimo de ingenuidad, sino de coraje de alguien que es fiel a aquello que le dicta el corazón.
No debemos convertirnos en unos complacientes profesionales. No hay mayor fuente de sufrimiento que la de quien intenta hacer feliz a todo el mundo.
Nunca vayas en contra de tus propias necesidades para actuar “según lo que pensamos que el otro espera de nosotros.
Tampoco es bueno obsesionarse con ser recompensados por cada cosa que hacemos. La bondad  no exige tributos, le basta con actuar en sincronía con sus valores.
Recuerda que la entrega constante no fortalece tu autoestima. A veces nos obliga a enterrar las ilusiones. Así que no dudes en “entregarte” a ti mismo/a de vez en cuando. Ganaras en salud y equilibrio personal.
Entiende también que quien es ciego a los actos pequeños de amor cotidiano, también lo será en todo lo demás. Porque el auténtico amor no necesita de grandes demostraciones para ser reconocido.
El arte del buen querer es sabio atendiendo los pequeños detalles,
esos que se ofrecen de corazón….