sábado, 5 de mayo de 2018

GENERADORES DE HOLOGRAMAS

 



 
 
Los agujeros negros son los objetos cósmicos más misteriosos del universo.

Como ocurre con la divinidad en la teología, utilizar el lenguaje para describir lo que es insondable, inconmensurable y radicalmente extraño, es solamente una convención humana, una forma de entendernos entre nosotros pero no de conocer lo que realmente es aquello que describimos (por ejemplo el término “objeto” para referirnos a un agujero negro).

 

De cualquier forma, más allá de su resistencia a definiciones precisas, no tenemos por qué dejar de investigar, maravillarnos y teorizar sobre su naturaleza. El asombro y la perplejidad son las madres de la filosofía.

 

Hace algunos años el físico Samir Mathur de la Universidad de Ohio State desarrolló una teoría en la que los agujeros negros son considerados una especie de bola de estambre, un fardo de cuerdas cósmicas fluctuantes sin una superficie definida.

 

Recientemente un grupo de investigadores había determinado que la teoría de Fuzzball de Mathur en realidad era un cortafuego, los agujeros negros literalmente destruían todo lo que los toca, como una muralla de fuego.

 

Sin embargo, Mathur y su equipo respondieron a esta teoría con su propia investigación. Sus resultados son aún más intrigantes. Ven a los agujeros negros no como maquinas asesinas en los límites del espacio, sino como máquinas Xerox cósmicas que generan copias de todo lo que se acerca.

 

Según explica Science Daily:

“Creen que cuando un material toca la superficie de un agujero negro, se convierte en un holograma, una copia casi perfecta de sí misma que continua existiendo de la misma manera que lo hacía antes”.

 

Así que, hipotéticamente, si fuéramos a caer en un agujero negro, podríamos vivir como copias de nosotros mismos, sin saber quizás que somos una copia.

 

¿Y cómo saber que no lo somos?

 

La teoría holográfica no es nueva en la física, como hemos venido diciendo aquí, existe una seria investigación en marcha que busca determinar si nuestro universo  no es más que una proyección holográfica 3D de una imagen bidimensional al límite de un agujero negro.

 

La diferencia en el trabajo de Mathur estriba en que ha encontrado una solución matemática que admite que los hologramas creados por el agujero negro no sean exactamente idénticos al original, como mantiene la hipótesis de la complementariedad de Leonard Susskind.

 

La propuesta de Mathur ofrece una solución a la paradoja descubierta por Stephen Hawking, quien descubrió que los agujeros negros emiten una radiación constante, lo cual, sin embargo, supondría que pierden masa y que eventualmente se evaporan.

 

Esto viola las leyes deterministas de la física y se opone al axioma de que la información de un estado no se crea ni se destruye. Mathur resuelve esto sugiriendo que las fluctuaciones quánticas alrededor de la región del horizonte de sucesos del agujero negro registran la información de la historia del agujero negro. Los imperfectos hologramas son los testamentos inmortales de la historia del agujero negro.

 

Nosotros podríamos estar viviendo agazapados en torno a las fluctuaciones quánticas del horizonte holográfico de un agujero negro, enredados en la bola de estambre cósmica, sin nunca saberlo. A un paso, perpetuamente, del oscuro abismo radiante. Copias de algún ser más perfecto.

 

Cuando se habla en cosmología del principio holográfico es natural pensar en Platón y en su cosmogonía.

 

En Timeo, Platón habla de la creación del mundo por parte de un Demiurgo (que es a su vez una especie de copia de Dios, con la función de ser el artífice de los aspectos menos sutiles de la obra Divina) y se refiere al tiempo como la imagen en movimiento de la eternidad, como si el mundo fuera una proyección, una imitación de lo eterno y perfecto.

 

También dice ahí Timeo que Dios creo el universo contemplando las Formas o arquetipos. La teoría de las Formas platónicas sugiere que nuestro mundo es una copia de ideas o imágenes suspendidas en la eternidad.

 

Como en la teoría de Mathur, las formas del mundo sublunar en el que vivimos son copias menos perfectas que las formas de la mente divina.

 

Platón habla de un misterioso cráter-o copa. En el que el creador mezcló los elementos y las almas para crear el mundo en semejanza a sí mismo y también de un espacio que nutre las formas, el chora.

 

Tal vez esto sea algo similar a los agujeros negros que ahora estudiamos, solo descrito bajo otro paradigma:

La copa.

El horizonte de sucesos y las fluctuaciones quánticas.

El filo del infinito donde se generan los hologramas.

La eternidad, el interior del agujero negro.

 

Sé que es aventurado pensar que la filosofía de Platon está hablando de lo mismo pero, si es que, como creían los neoplatónicos, la inteligencia humana participa en la inteligencia cósmica y el universo se conoce a sí mismo a través de nosotros, entonces quizás es posible que existan diferentes formas para descubrir un mismo principio:

 

Mirando hacia adentro o mirando hacia afuera.

 

Tal vez podemos conocer la naturaleza de un agujero negro con un telescopio y también cerrando los ojos y haciendo silencio…..

 

Por Alejandro Martínez Gallardo.

 
 

viernes, 4 de mayo de 2018

PERDONAR.......






PERDONAR NO SIGNIFICA QUE QUIEN TE HACE DAÑO MERECE TU PERDON, SINO QUE TU MERECES LA PAZ.

Corría el año 1961 cuando John Lewis, hoy una leyenda de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, recibió una paliza brutal en un pequeño pueblo llamado Rock Hill. Sus atacantes, miembros del Ku Klux Klan lo golpearon junto a su compañero, dejándolos abandonados en un charco de sangre. Su único “delito” era ser afroamericanos y haber entrado en una sala de espera blanca en un estado donde imperaba el segregacionismo.

 

Años después, en 2009, John Lewis recibió una visita inesperada en su oficina. Elwin  Wilson, un antiguo miembro del KKK y uno de los hombres que lo ataco. Se disculpó y le pidió que lo perdonara. John Lewis, quien años antes en septiembre de 1990 había escrito en The New York Times que era necesario perdonar a George Wallace, el exgobernador archisegregacionista de Alabama, hizo lo único que tenía sentido: perdono a su agresor.

 

Se trata de una historia mediática pero muchas personas comunes y corrientes también han perdonado a sus agresores. Esas personas han sido conscientes de que el perdón en realidad las libera a ellas mismas, les otorga la paz y la serenidad que necesitan para seguir adelante.

 

A veces, en la vida, sufrimos situaciones difíciles de olvidar. Puede tratarse de grandes ofensas o humillaciones, castigos que no nos merecíamos, lealtades traicionadas….etc. La lista puede ser muy larga.

 

En esos casos, es comprensible que, durante las primeras fases, alberguemos una gran frustración, resentimiento e incluso ira. Durante esos momentos de profundo dolor, no podemos siquiera pensar en la posibilidad de perdonar lo que consideramos imperdonable. La simple idea de perdonar nos generara un rechazo inmediato porque en nuestra mente, la persona que nos ha dañado tiene una “deuda” con nosotros y pretendemos que la pague.

Sin embargo, si alimentamos esos sentimientos, terminaremos haciéndonos mucho daño. No podemos cometer el error de pensar que cuando guardamos rencor, ese dolor se reflejara de alguna manera en la persona que nos hizo daño. Muchas personas piensan que odiando a su verdugo, le están dañando se alguna manera. Obviamente, se trata de una creencia que refleja un pensamiento mágico, es decir, una ilusión sin ningún fundamento real.

 

De hecho, alimentar el odio y el rencor es como tomar veneno esperando que sea otro quien muera. Es castigarnos, con la secreta esperanza de que ese castigo, de alguna forma, sin saber muy bien cómo ni cuándo, se revierta sobre quien nos ha infringido el daño.

 

El perdón como un acto de autoliberación.

 

Paul Boese dijo que “ el perdón no cambia el pasado, pero amplia tu futuro”. De hecho, perdonar implica cortar una relación que nos está dañando, significa retomar el control de nuestra vida.

 

El acto del perdón cambia la relación que comenzó con el daño, la afrenta o la perdida. Cuando una persona nos daña, se cuela en nuestra vida y ocupa nuestra mente. Mientras no pasemos página, estaremos de cierta forma vinculados a nuestro verdugo. Perdonar implica romper la dinámica que alimentaba esa relación.

 

Por tanto, el perdón es una forma para salir de ese marco transaccional que está limitando nuestra vida. Cuando fuimos víctimas, nos arrebataron el poder, pero el acto de perdonar implica recuperarlo. Es decir “me has hecho daño y he sufrido mucho por ello, pero a partir de este momento ya no ejerces ningún influjo sobre mi vida”, porque los sentimientos y pensamientos negativos que estamos experimentando y que nos mantenían atados, se han esfumado.

 

Perdonar no significa darle el visto bueno a lo ocurrido, significa salir de la relación víctima verdugo. De hecho, aunque todos somos empáticos con las víctimas, la victimización no es beneficiosa ya que termina limitando nuestra autoimagen, historia vital y riqueza personal. Hay muchas personas que no han podido vivir plenamente porque siempre han arrastrado el cartel de víctimas y se han negado a perdonar, quedándose ancladas en el pasado, junto a su verdugo.

 

Perdona cuando estés preparado, pero asegúrate de prepararte para perdonar.

 

El perdón lleva tiempo porque cuando se produce una pérdida o una herida importante, siempre hay incertidumbre, no podemos ver con claridad que hacer ni logramos encontrarle un sentido a lo ocurrido. Experimentamos sufrimiento y confusión.

 

Estas emociones son espontaneas y naturales, pero antes o después debemos aceptar lo ocurrido y prepararnos para perdonar. Es importante mantenerse atentos a la evolución de nuestro estado emocional porque sentimientos como la ira, el odio y la sed de venganza pueden bloquear nuestra mente racional y hacer que terminemos identificándonos con ellos.

 

Esa identificación negativa tiene una naturaleza estática, por lo que las emociones tienden a anquilosarse a lo largo del tiempo, la herida no sana y no logramos mirar hacia adelante sino que mantenemos la vista clavada en el pasado. En ese punto, nos convertimos en esclavos de la desgracia y servidores incondicionales de la ira.

 

Por tanto, el perdón tiene su propio ritmo. No es necesario violentarlo. Pero también debemos asegurarnos de que estamos trabajando para curar esa herida emocional.

Jennifer Delgado.