martes, 24 de junio de 2025

LEALTADES FAMILIARES



LEALTADES FAMILIARES

 

Las lealtades ciegas son un mecanismo que hace que un individuo quede atado al sistema familiar, lo que le dificultará vivir una vida propia y autentica. La mayoría de ellas son inconscientes, aunque puede haber también un componente de conciencia involucrado en algunos casos.

Podemos encontrar la coerción externa, el sentirse obligado o presionado por los miembros de la familia a seguir tal o cual destino; la búsqueda de reconocimiento y aceptación de parte de ellos, que otorga un sentimiento de pertenencia; el miedo a ser excluido del sistema familiar si no se obedece; mandatos, culpas, creencias, etc. Entre varios factores.

De este modo por lealtad no solo tendremos determinada conducta o elección (de pareja, de vida, de profesión), sino que también cumpliremos un rol que nos han adjudicado. Un rol es un guion que nos confiere la familia, que el sistema necesita que cumplamos. Podemos ocupar el rol del hijo bueno, del niño síntoma, de la oveja negra, del chivo expiatorio, del líder positivo, del saboteador y muchos más.

Como si fuera una obra de teatro y a cada miembro le correspondiera interpretar un personaje. Ese rol nos lo adjudica todo el sistema familiar, pero también hay un proceso de aceptación por parte de nosotros. Podemos rehusar interpretar ese libreto, lo que en muchos casos provocará un sentimiento de culpa por no estar haciendo lo que nuestro sistema espera de nosotros.

Por lealtad nos mantenemos unidos al grupo y se establecen las jerarquías, los contratos familiares. La lealtad es la sustancia que cohesiona  al sistema, al mismo tiempo que aporta un sentimiento de hogar y lo que Bert Hellinger, creador de las constelaciones familiares, denomino una buena conciencia.

La buena conciencia aparece cuando cumplimos con lo que el sistema espera de nosotros, aunque nos perjudique directa o indirectamente y presuponga un sacrificio o sufrimiento, y mala conciencia será el sentimiento de culpa (consciente o inconsciente) provocado por todo acto de rebeldía hacia la emancipación de esas normas, leyes y expectativas familiares.

Aquellos que cumplen con las expectativas familiares (sean estas las que fueren) adquieren méritos. Por el contrario, los que se rebelan y rehúsan ocupar ese papel que les fue adjudicado cargaran con deudas. Los méritos aportan merecimientos y créditos, que más adelante serán permutados por otra cosa, como un favor que se devuelve.

Asimismo, el que tiene méritos cree que los demás están en deuda con él, ya que dio más de lo que recibió. Por el contrario, los que cargan con deudas tendrán que cumplir ciertas obligaciones, vivirán  con un sentimiento de culpa y tarde o temprano pagaran de alguna manera esa deuda para dejar el sistema equilibrado.

Eso se ve en muchos casos en la relación de hermanos. Es frecuente encontrar que un hermano pudo estudiar una carrera universitaria, sin necesidad de aportar en el hogar, pero que años después otro hermano no corrió con la misma suerte por las circunstancias familiares, debiendo renunciar a sus proyectos para ayudar a la familia.

En este sistema se creó una deuda: el hermano mayor tomó más de los padres que su hermano menor, gozó de un privilegio que el otro no tuvo. Lo que he observado  en muchos casos es que de una manera u otra esta injusticia se salda y el sistema se equilibra. Por ejemplo, el hermano mayor puede, sin saber porque, cederle parte de su herencia a su hermano menor u ofrecerle dinero sin pedirle que se lo devuelva (lo que se conoce como retribución sistémica). Por eso no es de extrañar que las deudas que se generan entre hermanos se salden con las herencias, en algunos casos en generaciones siguientes.

 

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