sábado, 31 de octubre de 2015

LA GUERRA CONTRA LA NATURALEZA.






 

No puede haber mejor manera de diezmar la Tierra que a través del acto de revertir su expansión natural. Sin embargo esto es lo que ha ocurrido durante los últimos dos siglos, erradicando la biodiversidad de las granjas y forestal, en una obsesionada búsqueda de una visión de túnel de especialización y ganancias.

 
Es casi imposible comprender los niveles de destrucción que han acompañado a la marcha implacable del “progreso”.

 
Pero: ¿Dónde empezó todo?

 
Es seguro decir que el comienzo de una revolución  industrial en las islas británicas alrededor de  1750 jugó un papel fundamental en la puesta en marcha, por primera vez de la producción de alimentos como una “mercancía”.

 
Hasta ese momento, la agricultura era en gran parte, un asunto de familia, en la que la primera prioridad era la de alimentar a la familia y sólo entonces era el excedente llevado al mercado.

La demanda voraz de la revolución industrial de materias primas puso en marcha la primera fase, de la destrucción de la flora y fauna en todo el mundo, negando a la mayor parte de la humanidad la oportunidad de nutrirse y auto-sanarse de forma gratuita.

 
Con el inicio del proceso de la industrialización llegó una nueva forma de pensar. Una que vio la diversidad como “competencia” y la naturaleza como algo “a ser conquistado”.  De repente, millones de años de expansión de diversidad biológica evolutiva se estancaron y luego fue revertida.

 
En el Reino Unido, esto coincidió con la apropiación de tierras, hecho conocido como “los recintos”, que en un periodo de ciento cincuenta años, logro expulsar ignominiosamente a los campesinos indígenas de sus tierras; sustituyéndolos por agricultores “terratenientes” orientados a las ciencias agro-industriales que favorecen el desarrollo de cultivos de mayor rendimiento, animales más  carnosos y el enfoque especializado del laboratorio científico.

Esto llevó a sembrar “hibridación” en un desenfreno por rendimientos máximos dejando a un lado la preocupación por mantener la ecología y la biodiversidad, esenciales en el mantenimiento y el equilibrio general de la naturaleza.

La tutela de la tierra fue de este modo terminal, alejada de aquellos que entendían mejor sus secretos. Trágicamente, este modelo de agricultura reduccionista se amplió a las zonas del mundo que nunca habían tenido una revolución industrial. Modelo que, al día de hoy, sigue siendo aclamado por sus partidarios como la forma más “eficiente” de suministrar los alimentos producidos en masa a una población mundial en expansión. Un sistema que relega al agricultor  al segundo lugar y con orgullo promueve la granja mecanizada y tecnológicamente dependiente, y la bolsa de fertilizante de nitrato sintético, como salvadores de la humanidad.

Una granja adaptada a una fórmula farmacéutica para la propagación máxima de cultivos y semillas de laboratorio hibridadas, un paquete seductor para una nueva generación de agricultores generada por este nuevo mundo. Después de todo, les están ofreciendo un paquete de semillas y químicos con los que  uno casi podría invalidar las variedades de la naturaleza, y producir cultivos reglamentados de una manera uniforme y animales con una fórmula pre-planeada.

La hibridación y la comercialización de semillas se puso en marcha en 1850, y pudo ser ejecutado de acuerdo a las promesas de sus creadores de laboratorio, cuando eran acompañados de una explicación precisa de nitrato sintético; un producto fabricado mediante la extracción de nitrógeno de la atmósfera, usando petróleo como combustible principal para la activación de este proceso.

Este proceso entra directamente a la raíz de la planta haciéndola adquirir su sustento directamente de una fuente artificial y pasando por alto la necesidad de recurrir a la mezcla común a todos los suelos naturalmente fértiles. Como resultado, el A.D.N de la celulosa del tallo de la planta se debilita haciendo que la planta sea susceptible a los ataques de plagas y enfermedades.

Para contrarrestar esta anomalía, los técnicos del gobierno y la industria durante el siglo pasado, han desarrollado y fabricado una amplia gama de sintéticos, sustancias toxicas capaces de matar las plagas, hongos y las malas hierbas. La industria combinada agroquímica/farmacéutica está detrás de los millones de aerosoles tóxicos que azotan nuestros campos, y se ha convertido en una potencia transnacional masiva de las semillas modificadas genéticamente tomando el control de las operaciones de alimentos y la agricultura en todo el mundo. 

Hoy, un típico agricultor de cultivo comercial tiene una selección de aproximadamente tres mil mezclas químicas para elegir en la planificación de su régimen anual de protección de cultivos.

 
Cada uno de ellos tiene un efecto directo y perjudicial en suelo de las tierras de cultivo, los insectos y la flora - pero también más allá de la granja - en el aire que respiramos, así como los ríos, arroyos y los mares en los que estos hidrocarburos sintéticos microscópicos se abren paso.

 
La Organización Mundial del Comercio se sienta firmemente a la cabeza de esta tabla, exponiendo las reglas del comercio mundial y empujando sus ambiciones en los comités parlamentarios en gran medida sin resistencia de los gobiernos de todo el mundo.


 Vivimos en un planeta cuya capacidad de gloriosa resistencia  se  manifiesta día a día, a pesar de todo lo que se produce en ella. Este mundo es nuestro jardín y sólo nosotros podemos garantizar que se nutra de nuevo en un ambiente digno de ese nombre.

 
Por lo tanto, detener la marcha del ecocidio es la mayor contribución que podemos hacer a la vida en la Tierra. Es una acción que nace del honor para la fuente de la vida misma - y no puede haber ningún incentivo mayor que el de levantarse y ponerse en marcha - y no descansar hasta que esté hecho el trabajo.

 

Ahora tenemos la tarea de usar estos conocimientos  para provocar una revolución  que invierta todos los actos continuos de ecocidio y rejuvenezca, nutra y sostenga nuestro hogar único para las generaciones venideras.

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