viernes, 6 de noviembre de 2015

REFLEXION: "EL EGO"


 
 


De pequeños nos enseñaron a ser niñas y niños “buenos” (al parecer se sobreentendía  que éramos “malos”. No enseñaron que “éramos buenos” si limpiábamos nuestra habitación, a si sacábamos buenas notas. No nos enseñaron que éramos “esencialmente buenos”. No nos proporcionaron una sensación de aprobación incondicional, un sentimiento de que éramos valiosos por lo que éramos, no por lo que hacíamos. Y no es que fuéramos educados por monstruos. Nos educaron personas a quienes habían educado de aquella misma manera. A veces, en realidad, quienes más nos amaban sentían que era su responsabilidad que estuviéramos bien preparados para la lucha. ¿Por qué? Porque el mundo es como es, duro, y ellos querían que nos fuera bien.

 

Teníamos que volvernos tan locos como está el mundo, porque de otra manera jamás nos adaptaríamos a él. La meta era el logro, el título, el ingreso en la Universidad. Lo raro es que no hayamos aprendido que la disciplina desde esa perspectiva es un extraño y antinatural desplazamiento de nuestro sentimiento de poder, que lo aparta de nosotros para proyectarlo sobre fuentes externas. Perdimos el sentimiento de nuestro propio poder. Y lo que aprendimos fue el miedo de que, siendo tal como éramos no valiéramos lo suficiente.

 

El miedo no favorece el aprendizaje. Nos vuelve tullidos, inválidos y neuróticos. Y cuando llegábamos a la adolescencia, la mayoría de nosotros estábamos gravemente “tocados”. Nuestro amor, nuestro corazón, nuestro verdadero yo, fueron constantemente invalidados tanto por la gente que no nos quería como por la que nos amaba. Y por falta de amor empezamos lenta pero inexorablemente a hundirnos.

 

Cuando desde niños nos han enseñado que somos seres separados y finitos, nos resulta muy difícil todo lo que tiene que ver con el amor. Lo sentimos como un vacío que nos amenaza con abrumarnos, y en cierto sentido, es y hace precisamente eso.

 

Cuando utilizo la palabra “ego” lo hago de manera diferente a como se suele usar en la psicología moderna. La utilizo como los antiguos griegos, como la idea de una identidad pequeña y separada. Es una falsa creencia sobre nosotros mismos, una mentira sobre quienes y qué somos en realidad. Por más que esa mentira sea nuestra neurosis, y que vivirla sea una angustia terrible, es sorprendente la resistencia que ofrecemos a sanar la escisión.

 

Cuando el pensamiento se separa del amor, da lugar a creaciones fundamentalmente falsas. Es nuestro propio poder vuelto en contra de nosotros mismos. En el momento en u la mente se separó por primera vez del amor, cobró existencia todo un mundo ilusorio.

 

El ego tiene una seudovida propia y, como todas las formas de vida, lucha con uñas y dientes por sobrevivir. Por más incómoda, dolorosa o incluso a veces desesperada que pueda ser nuestra vida, es la vida que conocemos y nos aferramos a lo viejo en vez de probar algo nuevo. Es increíble la tenacidad con que nos aferramos a cosas de las que pedimos ser liberados en  nuestras oraciones. El ego es como un virus informático que ataca al centro del sistema operativo. Nos muestra un oscuro universo paralelo,  un ámbito de dolor y de miedo que en realidad no existe, aunque ciertamente parece real. El ego es nuestro amor a nosotros mismos convertido en odio a nosotros mismos.

 

El ego es un campo de fuerza gravitacional, construido durante eternidades de pensamiento atemorizante, cuya atracción os aleja del amor que hay en nuestro corazón. El ego es nuestro poder mental vuelto contra nosotros mismos. Es astuto como nosotros y persuasivo como nosotros, y manipulador como nosotros. “Es un diablo de lengua de plata” El ego no se nos aproxima para decirnos: “Hola, soy tu asco de ti mismo”. No es estúpido, porque nosotros tampoco lo somos. Mas bien nos dice cosas como: “Hola, soy tu yo adulto, racional y maduro. Te proporcionare todo lo que necesites”

 

Y entonces empieza a aconsejarnos que nos cuidemos a nosotros mismos a expensas de los demás. Nos enseña a ser egoístas, codiciosos, críticos y mezquinos. Pero recuerda que no somos mas que UNO: “Lo que damos a los demás, nos lo damos a nosotros mismos; lo que les negamos, nos lo negamos a nosotros mismos. En cualquier momento en que escogemos el miedo en lugar el amor, nos negamos la experiencia el Paraíso. En la misma manera en que abandonemos al amor, sentiremos que el amor nos ha abandonado.

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