viernes, 23 de agosto de 2019

INFORMACIÓN CELULAR




La historia que compartes con tu familia comenzó  antes de que te concibieran. En tu forma biológica más temprana, la de ovulo no fertilizado, ya estás compartiendo un entorno celular con tu madre y con tu abuela. Cuando tu abuela estaba embarazada de cinco meses de tu madre, ya estaba presente en los ovarios de tu madre la célula precursora del óvulo del que te desarrollaste tú. Tres generaciones compartíais un mismo entorno biológico. También puedes remontar tu concepción de manera similar por linea paterna. Las células precursoras del espermatozoo del que te desarrollaste ya estaban presentes en tu padre cuando este era un feto en el vientre de su madre.  

Los científicos creían antes que los genes de nuestros padres trazaban el modelo a partir del cual nos construíamos, y que solo nos hacían falta las dosis adecuadas de orientación y de nutrición para que nos desarrolláramos  según el plano. Pero ahora sabemos que nuestro plano genético no es más que el punto de partida , pues las influencias del entorno empiezan a moldearnos emocional, psicológica y biológicamente, incluso desde el momento de nuestra concepción: y este proceso de moldeado prosigue a lo largo de nuestras vidas.

Bruce Lipton, pionero de la biología celular, ha demostrado que los pensamientos, creencias y emociones, positivos y negativos pueden afectar a nuestro ADN. Siendo profesor e investigador en la Universidad de Stanford, entre 1987 y 1992 demostró que las señales del entorno podían actuar a través de la membrana celular y controlar la conducta  y la fisiología de la célula, lo que, a su vez, podía activar un gen o silenciarlo.

Según Lipton, " las emociones de la madre, como el miedo, la ira, el amor y la esperanza, entre otras, pueden alterar bioquimicamente la expresión genética de sus hijos". En el embarazo, los nutrientes de la sangre de la madre alimentan al feto a través de la pared de la placenta. Junto con los nutrientes, la madre libera también una gran variedad de hormonas y de señales de información generadas por las emociones que siente.

Estas señales químicas activan determinadas proteínas receptoras de las células, desencadenando una cascada de cambios fisiológicos, metabólicos y de conducta, tanto en el cuerpo de la madre como en el feto.
Las emociones crónicas o repetitivas como la ira y el miedo pueden marcar al hijo, preparando o  preprogramandolo, en esencia el modo en que adaptara el niño o niña a su entorno.

Lipton explica: "Cuando las hormonas del estrés atraviesan la placenta humano, hacen que los vasos sanguíneos del feto estén más constreñidos en las vísceras, con lo que se envía más sangre a la periferia, preparando al feto para una respuesta conductual de  lucha o huida". En este sentido, el niño que ha vivido en el útero un entorno estresado puede adquirir reactividad ante una situación estresante similar.

Lipton recalca la importancia de la que él llama paternidad consciente, es decir, de ejercer la paternidad y maternidad desde el conocimiento de que el desarrollo y la salud del niño pueden sufrir la influencia profunda de los pensamientos, las actitudes y kas conductas de los padres desde antes de la concepción hasta el desarrollo postnatal.

"Los padres que no querían tener un hijo; los padres que están preocupados constantemente por sus posibilidades de supervivencia y, por tanto, por las de sus hijos; las mujeres que sufren malos tratos físicos y emocionales durante el embarazo:  en todas estas situaciones se pueden transmitir al hijo las indicaciones de un entorno adverso que rodea a su nacimiento". 

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