jueves, 1 de agosto de 2019

DESILUSIÓN





Sufrí una desilusión, pero también me aparto del lugar equivocado.

Hay épocas así, esas en que uno va de desilusión en desilusión, de hondonada en hondonada para al final abrir los ojos y descubrir que habitaba en una isla extraña rodeado por falsos afectos, personas con doble fondo y sentimientos equivocados. Es entonces cuando recogemos los pedazos rotos de nuestro corazón para avanzar sin mirar atrás, con airosa dignidad y firme determinación.

Dicen los expertos en psicología del deporte que cualquier atleta deba aprender desde bien temprano a lidiar con la desilusión. En cualquier deporte de competición siempre existirá un ganador y un perdedor. Siempre se experimentaran momentos de mayor o menor rendimiento, así como lesiones y acontecimientos ajenos a la propia preparación o rendimiento que puede velar el poder participar en una competición, en una prueba o en un partido.

En el juego de la vida sucede lo mismo. Sin embargo, a la mayoría nos educan desde bien temprano en la idea de que si uno se esfuerza el éxito está garantizado y que si uno cuida bien a las personas que quiere, estas responderán  del mismo modo. Casi nadie nos quiso revelar que en el cuadrilátero de la vida real dos y dos no siempre son cuatro, que abundan más los días grises que los azules y que las personas son falibles, contradictorias y exquisitamente imperfectas.

Digerir las desilusiones cotidianas no es tarea fácil. No obstante, y como curiosidad, cabe decir que la desilusión es la tercera emoción más experimentada por el ser humano después del amor y el arrepentimiento, y por tanto debemos aprender a reconocerla, a asumirla y a afrontarla.

¿Es la desilusión parte obligada de la vida? No, no siempre

No falta quien con aire paternalista nos comenta aquello de que “experimentar una gran desilusión en la vida es algo necesario. Porque al sentirnos decepcionados nos permitirá obtener la motivación necesaria para crecer”. Bien, este tipo de frases quedan bien en nuestros muros de las redes sociales, sin embargo, es necesario matizarlas y analizarlas en detalle.

En primer lugar, nadie está obligado a experimentar una desoladora desilusión para “saber qué es la vida”. Estamos más bien ante una dimensión que debemos aprender a gestionar lo antes posible para que no  acontezca más de lo necesario. A su vez, las decepciones siempre serán mejores en dosis pequeñas y en tamaños manejables. Es así como uno aprende de verdad a lidiarlas y a canalizarlas para obtener un adecuado aprendizaje de ellas.

A su vez, es importante reiterar la necesidad de saber afrontar la desilusión cotidiana para evitar que tarde o temprano acontezca una de las mayores dimensiones, ahí donde quedar atascados en el rincón del dilema, en el agujero del dolor en el bosque de la desesperación. Decimos esto por una razón muy concreta: la pequeña decepción no expresada se convierte en el asesino silencioso de toda relación.

Pensemos en ello por un momento: hay quien opta por callar ese pequeño desaire de la pareja que casi sin saber cómo, al final se convierte en una práctica cotidiana. Decimos también que no pasa nada si nuestro mejor amigo se olvidó de que hoy, nos daban el resultado de unas pruebas médicas importantes. A su vez, también decidimos guardar silencio cuando nuestra familia ironiza en voz alta sobre ese “absurdo” proyecto en el que estamos tan ilusionados.

Evitamos expresar en voz alta muchas de las desilusiones sentidas por miedo a ofender a los demás, por miedo a romper ese vínculo que nos une a ellos. Sin embargo, se nos olvida que los principales ofendidos somos nosotros y que quien se guarda una desilusión tras otra al final se ahoga. Al final se levanta un día consciente de que todo lo que le envuelve es un engaño. 

Reaccionemos antes, aprendamos a reaccionar a tiempo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario