sábado, 16 de mayo de 2020

COMPAÑEROS





La soledad es uno de los problemas palpitantes y delicados del alma humana que nos afecta a todos, independientemente de nuestra situación material, nivel intelectual o títulos adquiridos.

No existe ni una sola persona que pueda decir que no ha sentido nunca en su propia piel ese estado interno tan particular que puede ser a veces doloroso y a veces, por el contrario, muy profundo y especial.

¿Por qué y en qué situaciones el hombre puede sentirse solo?

No es fácil responder a esta pregunta. En realidad el problema de la soledad recuerda en algo a un enorme iceberg. Existe una pequeña parte visible para todos, pero también hay otra parte, mucho más grande sumergida en el agua, que queda fuera del alcance de la vista humana y de las leyes de la lógica habitual.


La parte visible del iceberg 

La soledad aparece cuando faltan contactos con el mundo circundante o con otras personas con las cuales tenemos cierta afinidad, o en ocasiones cuando por alguna razón estos contactos resultan problemáticos. Al echar una ojeada al alma de un solitario podríamos encontrar historias conmovedoras de relaciones que no tuvieron lugar, decepciones y miedo a ser herido en sus sentimientos y desilusionado en sus esperanzas.

El miedo a la soledad es natural y muy comprensible, pero a menudo se convierte en una fuente de decisiones erróneas, estados psicológicos verdaderamente tortuosos y desaciertos motivados por razones muy diversas y discutibles.

Si observamos cómo se manifiesta el miedo a la soledad constataremos que está siempre ligado a una necesidad básica del ser humano: sus relaciones con otras personas.

Si tengo relaciones no me siento solo, y si no llega a tenerlas me siento frustrado.

Si seguimos la lógica de esta idea, correcta en su base pero superficial en su esencia, y no tratamos de ir al fondo del problema – lo que sucede en la mayoría de los casos – resulta que nuestro bienestar y tranquilidad así como nuestra percepción de la felicidad, no depende de nosotros mismos, sino de otras personas

Dependemos en mayor o menor grado de la reacción del otro, de su disposición hacia nosotros, de sus signos de atención, de su apoyo, compresión y ayuda. La presencia de todo esto nos hace felices, nos ayuda a vivir y a sentirnos personas válidas y realizadas en la vida.

Por el contrario, cuando faltan estas manifestaciones externas perdemos el equilibrio y la seguridad en nosotros mismos, y a veces nuestra propia vida parece perder todo su sentido. Como en este caso nuestra felicidad depende menos de nosotros mismos y mucho más de las circunstancias externas, entonces el miedo a la soledad adquiere una forma muy particular.

Obviamente todos esos motivos son verdaderamente conmovedores porque tocan algunos rincones íntimos, muy frágiles y a veces dolorosos del alma, y por ello merecen atención y respeto.

Pero….

Los problemas en las relaciones son las consecuencias, pero no las causas de la soledad.

Si queremos conocer el verdadero amor, la amistad y la felicidad tenemos que resolver problemas fundamentales relacionados con las necesidades de nuestra propia alma. Y estas necesidades no están determinadas por la opinión de los demás, ni por su manera de tratarnos, sino que dependen exclusivamente de nosotros mismos, de nuestra capacidad de entender el sentido profundo de la vida y las leyes de la Naturaleza, del Hombre y del Universo…

El Alma necesita no sólo relaciones verdaderas, sino todo lo que pueda darle oportunidad de despertar sus potenciales ocultos, sus grandes Sueños, su nobleza y su profunda Sabiduría. Necesita encontrar el sentido de la vida. Un hombre sin sentido de la vida, sin grandes sueños, sin Obra Sagrada está realmente solo….

Cuando un hombre ya no necesita nada para sí mismo, el Destino le hace encontrar en su camino a verdaderos compañeros de ruta que aspiran a estar a su lado atraídos por la fuerza de su alma. El amor y la verdadera amistad no se exigen, no se planifican, no se piden, no se compran ni se venden. En realidad vienen por si solos. Y hay que tener en cuenta que, nuestras relaciones con otras personas van a durar tanto tiempo como dure aquello que nos une.

Para que cualquier relación tenga éxito es indispensable que ambas partes intenten superar el sentido del egoísmo y la posesividad. A menudo no nos damos cuenta de que nuestros seres queridos representan una individualidad diferente e independiente de nosotros mismos.

En consecuencia seguimos percibiéndolos como un reflejo de nuestras propias visiones, requerimientos y fantasías según nuestra opinión y nuestros deseos. No podemos pretender tratar de educar y construir a otras personas de acuerdo con nuestro modo de ser.

Un amor o una amistad íntima es como un espejo: lo ve y lo refleja todo…Pero incluso si no logramos encontrar a un ser querido digno de guardar para siempre su imagen en el cofre de oro de nuestro corazón, todavía nos quedan, el cielo, las estrellas, los grandes sueños inmortales que abrigan a todos los lobos solitarios capaces de soñarlos, amarlos y vivir por ellos con toda su alma.

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