sábado, 21 de noviembre de 2020

SACUDIRSE EL DOLOR



En cierta ocasión estuve charlando con una mujer que había tenido un terrible dolor constante en el cuello y en los hombros durante la mayor parte de su vida. Ya había acudido a muchos médicos, había tomado todo tipo de medicamentos, había visitado a todos los maestros espirituales, había probado con cada método, cada práctica, cada mantra, pero lo máximo que había conseguido con todo esto fue tan solo algún que otro alivio temporal.

-¿Por qué sigue aquí este dolor? Después de todo lo que he hecho, sabiendo todo lo que sé....se lamentaba.

Yo ya había oído muchas veces este tipo de quejas de mucha gente por todo el mundo.

-Lo hemos intentado todo, hemos visitado a todo tipo de curanderos y sanadores, hemos tenido todo tipo de experiencias y de comprensiones espirituales, y sin embargo aún no hemos conseguido que el dolor desaparezca. Aún está aquí.

En estos casos podemos acabar sintiéndonos profundamente decepcionados: creemos que hemos fracasado, que estamos lejísimos de poder sanar; de algún modo, sentimos que hemos "hecho algo mal".

Pero la sanación nunca se encuentra lejos. Invité a esta mujer a que se permitiese a sí misma sentir con más profundidad las molestias y los dolores, que sufría en el cuello y los hombros. La invite a estar presente aquí, momento a momento, con todas y cada una de sus sensaciones, a respirar a través de ellas, en ellas, alrededor de ellas; a darles espacio, sitio para vivir; a mantenerse curiosa y ofrecerles una atención amorosa, amable, tierna, receptiva y sin resistencias; a permitir que fuesen más intensas cuando así lo quisieran; a que les dejase moverse, estallar, revolotear, palpitar, arder, extenderse. Pero manteniéndose cerca de ellas, estando presente. La invite a permitir, a confiar, a respirar.

De pronto, un gran terror inundo su cuerpo. Volvió a aparecer el antiguo temor de sentirse sobrepasada, de morir, de volverse loca, de romperse en pedazos. Le recordé: 

-Permite, confía, respira también a través de estos sentimientos.

Todo su cuerpo comenzó a agitarse y a convulsionar.

-Respira. Confía. Estoy aquí, a tu lado- la tranquilicé.

Las convulsiones duraron un par de minutos. Yo permanecí a su lado, muy cerca de ella.

Después, los temblores terminaron de forma tan repentina como habían comenzado. La mujer abrió los ojos y comenzó a reírse y a llorar con gran alivio. Lo único que era capaz de decir era: "¡Guau....¡Vaya!". No tenía palabras. El dolor del cuello y los hombros había desaparecido. Sentía todo su cuerpo renovado, descansado, relajado, cálido y firmemente asentado, Estaba inundada de amor y de gratitud.

En lugar de tratar "sanar" o "deshacerse" del dolor -¡algo que había intentado con tanto esfuerzo durante años!-, por fin fue capaz de encontrarse con él, de afrontarlo cara a cara, de hacer sitio para él, de permitirlo, sin la más mínima expectativa de que tuviese que "desaparecer". su dolor estaba fuertemente vinculado a sus emociones -miedo, rabia y, debajo de todo ello, una gran pena, incluso desesperación-.

Desde que pequeña, ese tipo de emociones habían estado intensamente retenidas en su cuerpo, pues entonces no era seguro permitirse sentirlas. De modo que esta energía fue quedando bloqueada en sus hombros. Sentir profundamente el "dolor" fue la invitación que necesitaban estas antiguas energías para poder por fin comenzar a moverse en su interior.

Su cuerpo estaba, literalmente, sacudiéndose de encima toda esa energía que llevaba tanto tiempo retenida en la seguridad del momento presente, en la seguridad que establecía nuestro mutuo campo relacional.

Estaba aprendiendo a confiar nuevamente en sí misma, en su cuerpo, en el poder de la Presencia, en alguien más para que permaneciera a su lado en el fuego de su propia experiencia. Incluso en el dolor mismo, al ver la inteligencia que subyace en su seno. En un espacio imbuido de atención amorosa, pudo comenzar a soportar lo insoportable, con lo cual dejo de serlo.

Así es como ocurre la sanación, a través del amor, de la presencia, del valor y el coraje para permanecer muy cerca del dolor.

Fuente: Jeff Foster. La senda del reposo.

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