Sufrí
una desilusión, pero también me aparto del lugar equivocado.
Hay épocas así, esas en que uno va de desilusión en
desilusión, de hondonada en hondonada para al final abrir los ojos y descubrir
que habitaba en una isla extraña rodeado por falsos afectos, personas con doble
fondo y sentimientos equivocados. Es entonces cuando recogemos los pedazos
rotos de nuestro corazón para avanzar sin mirar atrás, con airosa dignidad y
firme determinación.
Dicen los expertos en psicología del deporte que
cualquier atleta deba aprender desde bien temprano a lidiar con la desilusión. En
cualquier deporte de competición siempre existirá un ganador y un perdedor.
Siempre se experimentaran momentos de mayor o menor rendimiento, así como
lesiones y acontecimientos ajenos a la propia preparación o rendimiento que
puede velar el poder participar en una competición, en una prueba o en un
partido.
En el juego de la vida sucede lo mismo. Sin embargo, a la
mayoría nos educan desde bien temprano en la idea de que si uno se esfuerza el
éxito está garantizado y que si uno cuida bien a las personas que quiere, estas
responderán del mismo modo. Casi nadie
nos quiso revelar que en el cuadrilátero de la vida real dos y dos no siempre
son cuatro, que abundan más los días grises que los azules y que las personas
son falibles, contradictorias y exquisitamente imperfectas.
Digerir las desilusiones cotidianas no es tarea fácil. No
obstante, y como curiosidad, cabe decir que la desilusión es la tercera emoción
más experimentada por el ser humano después del amor y el arrepentimiento, y
por tanto debemos aprender a reconocerla, a asumirla y a afrontarla.
¿Es
la desilusión parte obligada de la vida? No, no siempre
No falta quien con aire paternalista nos comenta aquello
de que “experimentar una gran desilusión en la vida es algo necesario. Porque
al sentirnos decepcionados nos permitirá obtener la motivación necesaria para
crecer”. Bien, este tipo de frases quedan bien en nuestros muros de las redes
sociales, sin embargo, es necesario matizarlas y analizarlas en detalle.
En primer lugar, nadie está obligado a experimentar una
desoladora desilusión para “saber qué es la vida”. Estamos más bien ante una
dimensión que debemos aprender a gestionar lo antes posible para que no acontezca más de lo necesario. A su vez, las
decepciones siempre serán mejores en dosis pequeñas y en tamaños manejables. Es
así como uno aprende de verdad a lidiarlas y a canalizarlas para obtener un
adecuado aprendizaje de ellas.
A su vez, es importante reiterar la necesidad de saber
afrontar la desilusión cotidiana para evitar que tarde o temprano acontezca una
de las mayores dimensiones, ahí donde quedar atascados en el rincón del dilema,
en el agujero del dolor en el bosque de la desesperación. Decimos esto por una
razón muy concreta: la pequeña decepción no expresada se convierte en el asesino
silencioso de toda relación.
Pensemos en ello por un momento: hay quien opta por
callar ese pequeño desaire de la pareja que casi sin saber cómo, al final se
convierte en una práctica cotidiana. Decimos también que no pasa nada si
nuestro mejor amigo se olvidó de que hoy, nos daban el resultado de unas
pruebas médicas importantes. A su vez, también decidimos guardar silencio
cuando nuestra familia ironiza en voz alta sobre ese “absurdo” proyecto en el
que estamos tan ilusionados.
Evitamos expresar en voz alta muchas de las desilusiones
sentidas por miedo a ofender a los demás, por miedo a romper ese vínculo que
nos une a ellos. Sin embargo, se nos olvida que los principales ofendidos somos
nosotros y que quien se guarda una desilusión tras otra al final se ahoga. Al
final se levanta un día consciente de que todo lo que le envuelve es un engaño.
Reaccionemos antes, aprendamos a
reaccionar a tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario