La ira oculta, a menudo,
surge por tantas decepciones vividas, por traumas no procesados y por más de un
revés del destino. Todo ello, y en caso de no manejarlo, deja en nosotros la
huella del mal humor constante y de un desánimo que acaba somatizándose.
La ira oculta, esa rabia
largamente silenciada y engullida a la fuerza, puede cambiar nuestra
personalidad. Las decepciones vividas, los fracasos, el daño sufrido y no
gestionado, las ilusiones perdidas y cada zancadilla que ha surgido en nuestro
camino dejan marca en nosotros, y a
menudo, se transmuta en ira. En caso de no manejar dichas realidades internas,
arrastraremos un malestar constante.
La ira es otra de las
emociones más desconocidas por gran parte de la población. A menudo, la
asociamos con esos estallidos en los que emerge el lado más oscuro del ser
humano, ahí donde acabamos diciendo o haciendo cosas de las que más tarde nos
arrepentimos.
Ahora bien, algo
destacable sobre ella es que en gran parte de los casos la ira no emerge, no se
manifiesta, sino que la ocultamos y queda velada de forma subyacente.
Esta emoción además
tiene un problema cuantitativo, y es que cuanto más se acumula más malestar
psicológico genera. Un exceso de ira no siempre se traduce en un rostro eternamente
enfadado, en alguien que va por el mundo dando empujones, gritando o
respondiendo de manera poco adecuada. Esta emoción genera angustia, cansancio,
se traduce en mal humor, ansiedad y, en muchos casos, hasta en un trastorno
depresivo.
La ira oculta, la emoción camuflada que
olvidamos controlar.
Puede que nos resulte llamativo, pero el ser humano puede
vivir con una ira oculta durante prácticamente toda su existencia. Algo como
sufrir el abandono de un progenitor o malos tratos, por ejemplo, puede ser en
muchos casos la raíz de ese problema que acaba perfilando nuestra personalidad.
La ira, al fin y al cabo, no es más que la conjunción de
varias emociones cincelando una pesada piedra que uno puede elegir cargar
durante bastante tiempo. En ella se integra la tristeza, el sentimiento de
injusticia, la angustia y a menudo también el miedo. Miedo a que determinadas
cosas vuelvan a surgir, y un temor absoluto a sentirnos nuevamente vulnerables.
Todo ello se cataliza en rabia, en un malestar sin forma y perdurable que todo
lo ocupa y lo desdibuja a la vez.
Cólera, furia, enojo, irritabilidad, agresividad,
tensión, pérdida del control…Todos estos términos son los primeros que a la
mayoría nos vienen a la mente cuando pensamos en la ira. Relacionarlo de este
modo no es un error, pero la verdad es que las personas no siempre reaccionamos
de este modo al vivenciar dicha emoción.
El doctor Thomas Denson de la Universidad de Michigan
(Estado Unidos) nos explicó en un estudio que hay distintos modos de sentir la
ira. Están aquellos que la expresan y están también y quienes la silencian y la
llevan consigo de manera camuflada. Estos últimos, los caracterizados por la
ira oculta, tienden a alimentarla más aún a través del pensamiento rumiante.
Algo así, acaba haciendo mella en su comportamiento y personalidad.
¿Cuáles son las características de la ira
oculta en una persona?
Haber vivido varios fracasos afectivos. Experimentar el
hecho de que un familiar cercano o alguien significativo nos traicionen. No
haber logrado un objetivo importante para nosotros. Todas estas realidades son
algunos ejemplos del origen de esa ira oculta que sienten muchas personas.
Veamos no
obstante, que señales suelen evidenciar.
Desconfianza, clara dificultad para confiar en quienes le
rodean.
Comportamientos y reacciones sarcásticas, cínicas a
menudo también frívolas.
Cambios de humor constantes.
Les cuesta comprometerse y cumplir en sus tareas.
Irritabilidad.
Dificultad para disfrutar de los instantes de ocio.
Insomnio, pesadillas, despertares continuados.
Agotamiento físico y mental.
¿Cómo podemos manejar
la ira?
A menudo, cuando leemos libros o artículos sobre cómo
manejar la ira, vemos que en su mayoría aplican un enfoque incompleto, y más
cuando hablamos de la ira oculta. Para trabajar esta emoción no es suficiente
con hacer ejercicios de relajación, con buscar un catalizador o un medio de
expresión. Estas técnicas ayudan, pero no resuelven el problema en su origen.
Lo más adecuado es
que tengamos en cuenta las siguientes ideas
La vulnerabilidad
Para manejar la ira oculta hay que ir a la raíz del
problema, y en la mayoría de los casos es el sentimiento de vulnerabilidad.
Cuando las personas nos sentimos devaluadas, traicionadas, cuando vemos
injusticias, cuando nos sentimos frustradas o enfadadas con algo o alguien,
surge la ira. Debemos, por tanto, clarificar el origen.
Autoestima
El segundo paso es trabajar la autoestima, la
autovaloración. En ocasiones, no nos será posible resolver esos problemas que
originaron la ira oculta en nosotros. Por tanto, es necesario que trabajemos en
nosotros mismos, en reparar dignidades, valías, potencial humano, apreciación
por uno mismo.
Pensamientos útiles
La ira oculta tiene un gran poder rumiante. Nuestra mente
siempre está centrada en ese foco de dolor, en esa decepción, en ese hecho del
pasado. Este enfoque a menudo nubla nuestro juicio y nos aboca a un desgaste
psicológico inmenso. Es necesario que trabajemos un dialogo interno cuidadoso,
útil y saludable.
Centrarnos en reparar la ira oculta, no en alimentarla
La ira es un fuego que alimenta día tras días nuestro
pensamiento. La intensificamos con la inmovilidad, con la procastración, con un
enfoque mental rígido que se ancla por completo a esos hechos del pasado. Di de
verdad queremos reparar y sanar la ira oculta, hay que levantar esa ancla del
ayer y permitirnos avanzar reparando nuestros daños.
Algo así se logra situando objetivos nuevos en el
horizonte, favoreciendo cambios, poniéndonos a nosotros mismos en nuevas
situaciones donde sentirnos competentes, donde conectar con personas nuevas que
nos traen positividad.
A veces, es necesario reiniciarse en todos
los sentidos para dejar atrás esos lastres que no nos permitían no respirar.
Pensemos en ello.
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