En una columna para el periódico inglés Daily Telegraph, el médico de cabecera, comediante y columnista Dr Phil Hammond se preguntaba si todos nos hemos creído el “timo del agua”: ¿acaso hemos perdido la razón?
La respuesta, o por lo menos en cuanto a la forma en que compramos y consumimos agua embotellada, es un rotundo sí. Existe la posibilidad de que en un futuro próximo en Estados Unidos el consumo embotellada supere la de las bebidas gaseosas no alcohólicas como la categoría de bebidas más consumida. Los estadounidenses se gastaron 11.800 millones de dólares en agua embotellada en 2012, un promedio de 140 litros por persona.
En el Reino Unido, el mercado ya mueve 1.600 millones de libras esterlinas al año y los británicos beben más agua embotellada que zumos de frutas, vinos u otras bebidas alcohólicas. El consumo por persona superó los 34 litros en 2012, frente a los 26,9 litros de 2001.
Teniendo en cuenta que el agua del grifo en el Reino Unido está considerada mejor que la embotellada para el consumo y sujeta a controles de seguridad más estrictos, ¿por qué insistimos en comprar algo que es hasta 300 veces más caro que el agua del grifo?
Según Richard Wilk, profesor de antropología de la Universidad de Indiana en Estados Unidos, el agua embotellada es el mejor ejemplo para mostrarnos cómo funciona el mercado capitalista global hoy en día. “En cierto modo”, dice:
Compramos poder elegir, compramos libertad. Eso es lo único que puede explicar por qué pagarías por una botella de algo que de otra manera puedes obtener gratis.
La razón por la que compramos agua embotellada se explica, al menos en parte, por el éxito de la publicidad y el marketing. El agua embotellada se ha convertido en el complemento indispensable y accesible para aquellos que desean demostrar su salud y sofisticación.
Agua y plástico: historia de éxito
La clave de la comercialización del agua embotellada es que es una
alternativa saludable. ¿Pero una alternativa a qué? Como señala la experta en
marketing Kathryn Hawkins, el agua
embotellada no se vende como una alternativa al agua del grifo, sino como una
alternativa de las bebidas gaseosas. Hawkins destaca la campaña de Nestlé Puré Life,
que intentaba persuadir a las madres para que sustituyeran una bebida azucarada
cada día por los productos de agua Nestlé.
Pero la verdad es que, tanto en el Reino Unido como en los Estados
Unidos, el agua corriente pública es de una calidad excepcional. El julio de
2012, Drinking Wáter Inspectorate, organismo británico que se encarga de la
inspección de aguas, publico muestras de 1,9 millones de pruebas en Inglaterra
y Gales que mostraron un cumplimiento del 99,96% de las pruebas legales.
Pero una imagen vale más que mil palabras, especialmente cuando se trata
de vender algo que es esencialmente gratis, de ahí que el embalaje asuma
importancia primordial. Las campañas publicitarias para el agua mineral noruega
Isklar han hecho hincapié es su calidad de “glaciar puro” helado y prístino,
mientras que en Reino Unido Highland Spring se jacta de que “todo lo que
hacemos es embotellar productos de agua de fuentes naturales. Es nuestro
objetivo. Nuestra especialidad”
Esa publicidad contrasta implícitamente la pureza del producto con lo artificial
de la vida moderna. Comprar agua embotellada nos permite transmitir nuestra individualidad
y la forma en la que cuidamos nuestro cuerpo y el medio ambiente.
Y aquí está el
problema. El envasado y la comercialización del agua nos
pueden sugerir la belleza del mundo natural, pero en realidad es que tiene graves
consecuencias ecológicas. El movimiento BeCause Wáter para la sostenibilidad
del agua afirma que casi tres millones
de toneladas de plástico se utilizan para producir agua embotellada en todo el
mundo, y el 80% termina en vertederos. El Océano Pacífico tiene ahora en área
del doble del tamaño de Texas conocida como La Isla de Basura, compuesta de
depósitos de plástico.
Existe la sensación de que las cosas podrían estar
cambiando y de que los ecologistas podrían ganar la batalla a las
multinacionales. El año pasado, la revista The Ecologist calificó de escándalo nacional la “obsesión” del público occidental
con el agua embotellada. El profesor
Paul Younger, especialista en recursos hídricos e ingeniería de aguas subterráneas, decía que “la
industria del agua embotellada es en
gran medida una estafa, y muy costosa, tanto en términos económicos como de
emisiones contaminantes”
Es una opinión que comparte Elizabeth Royte, autora del
libro Bottlemania How Wáter on Sale and
Why We Bought it (“Obsesión por las botellas: ¿Por qué se empezó a vender
agua embotellada y por qué la compramos?”)
La autora sostiene que, al igual que iPod o un teléfono móvil,
una botella de agua es un objeto “privado, portátil e individual”. Si alguna
vez ha existido un objeto más emblemático
de la cultura desechable, supongo que es el agua embotellada.
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