Prácticamente
en todas las grandes tradiciones espirituales y filosóficas a menudo aparece de alguna manera la idea de
que la mayoría de los seres humanos recorren su vida como sonámbulos. La
ilustración se identifica con un despertar. La evolución y el progreso se
identifican con una expansión de la consciencia.
Percibamos la consciencia como la suprema manifestación
de la vida. Cuanto más elevada sea la forma de consciencia, más avanzada será
la forma de vida. Subiendo en la escala evolutiva desde el momento en que
aparece la consciencia por primera vez en la Tierra, cada forma de vida tiene
una forma de consciencia más avanzada que la forma de vida del peldaño
inferior.
A la forma de consciencia típicamente humana, con su
capacidad de formación de conceptos y de pensamiento abstracto, le damos el
nombre de mente. Como hemos visto, somos seres para quienes la consciencia (a
nivel conceptual) es volitiva. Esto significa que el diseño de nuestra naturaleza contiene una opción extraordinaria:
la de buscar la consciencia o de no hacerlo (o evitarlo activamente), la de
enfocar nuestra mente o no hacerlo (u optar por defender a un nivel de consciencia inferior).
En otras palabras, tenemos la opción de ejercitar
nuestras facultades o de subvertir medios de supervivencia y de bienestar. Esta
capacidad de dirigirnos por nosotros mismos es nuestra bendición y, en
ocasiones, nuestra carga.
Nuestra
mente es nuestro instrumento básico de supervivencia.
Si se
traiciona ésta, se resiente la autoestima.
Si
no aportamos un adecuado nivel de
consciencia a nuestras actividades, si no vivimos de manera consciente,
el precio inevitable es un mermado sentido
de eficacia personal y de respeto de uno mismo. No podemos sentirnos
competentes y valiosos si conducimos nuestra vida en estado de confusión
mental. La forma más simple de crear confusión a nuestra mente es evadir los
hechos que nos causan problemas.
Mediante
las miles de elecciones que realizamos entre pensar y no pensar, ser
responsables de nuestra realidad o sustraernos a ella, establecemos un sentido
del tipo de persona que somos. Rara vez recordamos conscientemente estas
elecciones. Pero estas se acumulan en lo
profundo de nuestra psique, y la suma es esa experiencia que denominamos “autoestima”.
La
autoestima es la reputación que llegamos a tener
para con
nosotros mismos.
No
todos tenemos la misma inteligencia, pero no es de la inteligencia de lo que se
trata. El principio de vivir de manera consciente no está
afectado por los grados de inteligencia.
Vivir de manera consciente significa
intentar ser consciente de todo lo que tiene que ver con nuestras acciones, propósitos,
valores y metas----al máximo de nuestras capacidades, sean cuales sean
éstas----y comportarnos de acuerdo con lo que vemos y conocemos.
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