En 1965 Richard Feynman fue galardonado con el Premio Nobel de Física, junto con Shin-Ichio Tomonaga y Julian Schwinger.
Feynman era un enamorado de la naturaleza, le gustaba saber cómo y porque ocurrían las cosas y encontraba en la esencia de la naturaleza una belleza y un placer que solo descubren aquellos que se esfuerzan por entender sus mecanismos. Era incapaz de resolver las cosas si no las entendía hasta sus más mínimos detalles, y sobre todo no se quedaba quieto hasta no descubrir aquello que no entendía.
Fue un genio capaz de ver sencillas las cosas aparentemente complicadas, y tenía una capacidad fuera de lo normal para apreciar lo evidente.
Se sintio “atrapado” por la curiosidad de descubrir si era posible la teoría del experimento de la doble rendija de Thomas Young: “ Supongamos que lanzamos dos piedras en un estanque de agua. Cada una de las piedras provocará una serie de ondas concéntricas, estas se mezclarán dando lugar a lo que se denomina interferencia”. Young iluminando una doble rendija, demostró en 1801, la naturaleza ondulatoria de la luz. Solo las ondas interfieran no así las partículas.
Parecía el final de una larga discusión histórica. ¿Está la luz formada por partículas -fotones- o es en realidad una onda? Un siglo más tarde, en los albores de la física moderna, la cosa terminó en empate.
La luz tiene naturaleza dual y a veces se comporta como si estuviese compuesta por partículas mientras que otras, es una onda.
Feynman propuso que el experimento de Young se realizase con partículas poniendo así en evidencia la naturaleza dual de la materia. Imagino un experimento donde partículas diminutas, electrones, por ejemplo, fueran lanzadas a una pantalla con dos rendijas suficientemente cercanas. Los electrones atravesarían ambas ranuras, cual onda de luz, y se recogería un diagrama de interferencia en una segunda pantalla.
Aunque Feynman propuso el experimento a finales de 1950, nunca pensó que pudiera realizarse, pero en 1961 Claus Jönsson lo logró, utilizando para ello un haz de electrones.
La versión más ambiciosa del experimento la realizó Akira Tonomura en 1989, confirmando trabajos previos de Pier Giorgio Merli. Tonomura logró lanzar contra la doble rendija electrones, de uno en uno, asegurándose así que cada electrón pudiera tan solo interferir consigo mismo.
Básicamente el experimento consiste en lo siguiente. Cada electrón llega a la doble rendija y, al comportarse como una onda, atraviesa las dos rendijas simultáneamente. Al otro lado de las rendijas se produce la interferencia, que es recogida en una segunda pantalla. Y ahora viene, por fin, lo más sorprendente. Si, intrigados, tratamos de averiguar por cuál de las dos rendijas pasó en realidad el electrón, este se comporta como una partícula y desaparece el diagrama de interferencia.
De alguna manera, el electrón se da cuenta de que lo observamos y cambia su naturaleza. El observador influye por tanto en lo que sucede. Se ha tratado de mil y un formas diferentes de saber por dónde pasa el electrón, sin perturbarlo. Todo ha sido en vano.
Pocas personas en la historia han sido Premio Nobel por sus logros en física teórica, han pintado por encargo una mujer torera desnuda, han reventado cajas fuertes del ejército, han explicado física a Einstein, han tocado la frigideira en Brasil y han sido declarados no aptos para el servicio militar por incapacidad mental. Todos los que lo conocieron recuerdan su sencillez, honestidad, sentido del humor e ingenio.
Feynman murió de cáncer el 15 de Febrero de 1988. Hasta 15 días antes de su desaparición, estuvo impartiendo clases.
Feynman ha sido uno de los científicos más importantes en la historia de la física en el siglo XX. No sólo por sus descubrimientos, sino por ser un gran luchador contra las posturas dogmáticas y pseudocientíficas.
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