“Había una vez
una isla, donde tan sólo vivían dos personas: uno era un acusado y el otro un
policía. Un día el policía decidió encarcelar al acusado, pero notó que había
un problema, pues el policía, dado que no había nadie mas en la isla, también
tenía que estar todo el tiempo parado frente a la puerta de la cárcel,
vigilando al criminal para que no se escapara. Aunque el policía era libre,
tampoco podía disfrutar de su libertad y se sentía encarcelado”.
Eso
mismo sucede cuando no perdonamos: encarcelamos al otro pero también nos
encarcelamos a nosotros mismos.
Perdonar no
es excusar las acciones de otros, consiste en darse cuenta de que nada ni nadie
pueden dañarte a menos que tú mismo le des el permiso para hacerlo.
El
dolor ante los hechos es la interpretación y el valor que le das a la acción de
esa persona que te ha herido. Si caminas por la calle y un borracho te grita
cosas horribles, probablemente te ríes y no le das mayor importancia. Sin embargo,
si una persona cercana a ti o no conocida hace lo mismo, probablemente te
ofenda y te duela por toda la vida. Como verás, la acción es exactamente la
misma, pero sólo tú puedes dar a los otros el permiso para herirte a través de
lo que interpretas, o por el valor que le das al insulto, permitiendo en muchos
casos que te lastime indefinidamente.
Perdonar
no es olvidar, pero sí es dejar ir el dolor del recuerdo. Si puedes recordar un
momento en el que te han herido y puedes contarlo sin la emoción negativa atada
a ese recuerdo, significa que ya has perdonado. En cambio, si sientes tristeza,
ira, culpa o reproche, todavía lo estás viviendo, como un cáncer que te corroe
y aunque no lo recuerdes conscientemente está ahí mortificando tus otras
relaciones. Cuando puedas relatar ese momento como una anécdota y no como una
tragedia, habrás superado ese paso trascendental y sabrás que has perdonado.
La
falta la comete tu agresor la primera vez, pero de ahí en adelante la ausencia
del perdón hace que tú mismo te hieras eternamente con el recuerdo.
Si
quieres olvidarte de esa persona, dejarla libre es la única forma de hacerlo,
pues mientras decidas no mirar de cerca esta situación para sanarla haces lo
contrario: te mantienes ligado a esa persona que te hizo la ofensa. La llevas
atada a ti por medio de una cadena invisible y cada vez que la recuerdas le
envías directamente tu veneno, pero no sin antes sentirlo en tu propio cuerpo.
Quizás
tu dolor es tan grande que piensas que NO puedes o no quieres perdonar, pero como
sabes que te estás haciendo daño a ti mismo y a tus relaciones con los demás
debes hacer un esfuerzo. La falta de perdón sobre una situación es la principal
causa de enfermedades mortales, bien se ha visto a una persona sanar totalmente
luego de un perdón.
LA
TECNICA
1.-La
técnica de apertura
Hasta en los
momentos que sientes que no, puedes perdonar, es posible lograrlo porque dios
sólo necesita una apertura en tu corazón. No se trata de negar tus
sentimientos, sino de aceptarlos y estar dispuesto. Basta pronunciar dos
palabras mágicas: ESTOY DISPUESTO. “Estoy dispuesto a perdonar”. Decir estas
palabras y volver a decirlas cada vez que regrese el pensamiento de dolor es
muy simple, solo se trata de repetir nuevamente: “Estoy dispuesto a perdonar
por medio de mi Dios…” Al soltar tu dolor, vas a notar que Dios en algún
momento te dará oportunidad para hacerlo.
2.-
Siente tus emociones, escribe y quema
Para complementar el primer paso
escribe en un papel toda tu experiencia. Escribe mientras sientes toda cada
emoción de ira sin reprimirla. Por ejemplo: “Estoy sintiendo un dolor muy
grande, tengo una opresión en el pecho, mis lágrimas son saladas. ¡Quiero
gritar! No reprimas el dolor, siéntelo. Si lo sientes lo trasciendes. Si lo
reprimes sólo lo albergarás en tu cuerpo. Vuelca en el papel toda tu ira, tu
frustración y todos tus pensamientos. Cuando termines, toma el papel y quémalo.
Al tirar las cenizas, pronuncia estas palabras: “Esto también pasará. Suelto y
dejo ir todo rencor” Luego olvida y no pienses más en la situación.
3.-Ora por
el bien de tu enemigo
Quizás
esto te parezca lo más difícil, pero cada vez que venga a tu mente la imagen de
la persona que te ha faltado envía una luz rosada de amor y pronuncia la
siguiente oración: “Que Dios te proteja y que encuentres tu más alto destino de
amor y felicidad, ése es mi deseo” Al principio quizás tus palabras no fluyan
con sinceridad, pero a medida que sigas con el ejercicio te aseguro que
ocurrirán milagros. Muchas personas hieren a otras precisamente porque no
tienen dicha propia. Estas personas al encontrar su propia felicidad liberan a
los demás. Si practicas con fe y envías amor, es posible que cuando encuentres
a esa persona nuevamente la veas diferente como resultado del verdadero perdón
que le otorgaste. Pero recuerda, no puedes controlar los pensamientos y las
emociones de otra persona, sólo puedes escoger ver las cosas de otra manera.
De vez
en cuando pasa inventario a tu vida y pregúntate si albergas en tu corazón
resentimiento hacia otra persona, entidad o grupo. La meta es la de tener un
corazón limpio de reproches y rencores.
Luego
de practicar eta técnica, es muy posible que se te revele una verdad respecto a
tu reto por medio de un encuentro o de una información que hará que comprendas
mejor la situación. Debes estar alerta, pues puede suceder en cualquier
lugar y momento. Es importante que cuando llegue el encuentro con la
verdad de la situación, estés dispuesto a actuar sin miedo ni orgullo, ya que
otros factores pueden acabar por dañar la oportunidad. Espera el momento justo,
si vas antes de tiempo puedes encontrar una pared y si esperas demasiado puede
ser tarde y el rencor puede haber tomado más fuerza. Bajo la tutela de Dios hay
un tiempo perfecto, cuando lo sientas, actúa y repite: “Estoy dispuesto a que
mi ego sea humillado o herido a cambio de mi libertad sobre esta situación” Te
aseguro que el cambio será altamente recompensado. Un ego dolido no es nada en
comparación con el sufrimiento y dolor constante.
Existen
situaciones donde el encuentro con otra persona no es lo más indicado, como
pasa cuando te ves involucrado con un criminal o con alguien que te maltrata,
que es adicto a las drogas o alcohol, o como cuando te encuentras en la vida
con alguna persona que te manipula o ejerce alguna clase de control enfermizo
sobre ti, ya sea por codependencia o por obsesión, en esos casos el encuentro
no es lo ideal y debes distanciarte. Nunca pases la mano sobre la cabeza de un
perro rabioso porque sin duda te arrancará los dedos, sólo ora, suelta y espera
el momento adecuado. Puedes perdonar incluso a una persona que no está
consciente, que convalece, o que ya ha muerto, dado que el alma nunca muere.
Somos uno, y al estar todos conectados por una red invisible, este ser recibirá
todos tus sentimientos, buenos o malos y de la misma forma, tú recibirás la
respuesta correspondiente a tu sentimiento, afectándote de la misma manera,
estés consciente o no.
Suelta, deja
ir y permite
Es importante soltar, dejar ir y
permitir, entregando totalmente la situación a Dios, sin esperar nada
específico, ni que la solución venga como tú la deseas, ni que las personas
reaccionen como tú quieres. Retira completamente tu apego al resultado. Si
confías y logras desprenderte totalmente de la situación, el miedo, la culpa,
la ira y la autocompasión desmedida, verás como la inteligencia de Dios, que
rige todos los astros y el universo, lo resolverá. Desprenderse no es una forma
de martirio, ni resignación, ni de inacción, por el contrario, es
responsabilidad.
Cuando
digo soltar, no quiero decir que hay que dejarle a Dios todo el trabajo ya que
debemos hacer nuestras propias elecciones, sólo que éstas deben ser por medo de
Su guía. Así mismo debemos estar dispuestos a errar y aprender de nuestros
desaciertos porque sólo por medio de la práctica aprendemos a discernir la guía
correcta.
“Un
viajero en el desierto conversaba son un sabio sobre la Voluntad de Dios y
sobre si debía confiarle todo a Él.
Cuando
el viajero le preguntó al sabio:
¿Qué
puedo hacer en el desierto? ¿Dejo suelto a mi camello y confío en Dios?
El
sabio respondió:
Ata tu
camello y confía en Dios”
Cuida
tus pertenencias y tus afectos en el día a día, sé íntegro y coherente con tus
valores. Entrega tu vida a Dios sabiendo que de todos modos no tienes ningún
control sobre cómo las circunstancias van a resolverse, sólo puedes controlar,
por así decirlo, eligiendo tu actitud, tus nuevos pensamientos y tus nuevas
elecciones.
Es
importante que no manipules ni trates de resolver las cosas con tu mente, deja
que todo fluya y permite que las cosas se desarrollen naturalmente. Pero eso
sí, mantente alerta, escucha tu voz interior y actúa en el momento indicado,
cuando las señales sean tan claras que no puedas obviarlas.
“Dejar ir significa desprenderse del resultado.
Cuando nos entregamos a la voluntad de Dios,
Dejamos ir nuestro apego a cómo las cosas van a
desarrollarse fuera de nosotros,
Para prestar más atención a cómo las cosas
Van a desarrollarse en nuestro interior”.
Articulo de J.A. Marcos Fonfria