El fin de una amistad duele, a veces, infinitamente. Así,
y aunque tengamos claro que una pareja no es lo mismo que un amigo, en
realidad, perder este soporte cotidiano, esta alianza de confidencias, risas y
experiencias compartidas genera un dolor muy comparable al de perder un amor.
Porque si el vínculo era significativo,
es casi como desprendernos de una parte de nosotros mismos.
Las personas, lo queramos o no, estamos obligadas a pasar
por diversos duelos a lo largo de nuestras vidas. Y no nos referimos solo a una
pérdida física, porque en realidad aquellas ausencias que se dan con mayor
frecuencia son las relativas a las rupturas se pareja y, en especial, a los
distanciamientos de aquellos seres importantes como son las propias amistades.
Por otro lado, algo que todos sabemos es que el ser
humano está programado para socializar y empatizar, de ahí que necesitamos
construir otras bases de apego diferentes a los vínculos románticos. Un amigo
es apoyo de valor inestimable. Es esa relación que nos enriquece y que a su vez
nos confiere una notable salud psicológica al poder crear una alianza para
desahogar preocupaciones, aliviar el estrés y generar situaciones de
positividad y reciprocidad.
Sin embargo, las relaciones como los huesos también se
rompen. Es más, en ocasiones no es necesario que suceda nada en particular, el
distanciamiento y la frialdad en las relaciones surge casi sin que nos demos cuenta.
De manera especial, esto sucede al alcanzar la madurez, momento en el cual
empezamos a ser más selectivos en nuestros vínculos e interacciones.
Es más, estudios, como el llevado a cabo en la
Universidad de Oxford en Inglaterra, nos señalan que es a partir de los 30
cuando empezamos a primar la calidad frente a la cantidad en lo que se refiere
a la amistad. No obstante, ver cómo de un día para otro se aleja de nosotros
esa figura que nos eran tan querida, duele. Y lo hace tanto (o más) que cuando
la ruptura se produce en el contexto de la pareja.
El
fin de la amistad, una ruptura a menudo no prevista.
Hay un dato interesante que nos facilitan desde la
Universidad de Tel Aviv sobre el que vale la pena reflexionar. Un estudio
llevado a cabo por la doctora Laura Radaelli, nos señalan que las personas
nunca tendremos datos suficientes para determinar quién será un verdadero amigo
y quién no.
Es decir, en muchos casos tenemos que hacer un trabajo
para asumir la incertidumbre que genera el hecho de que los amigos sean
falibles. Aún más, en ocasiones nuestra amistad “percibida” no se corresponde
con la amistad “real” que siente la otra persona, una idea que puede producir
sufrimiento.
¿Por qué duele
tanto el fin de una amistad?
El dolor por el fin de una amistad es proporcional a
lo importante que fuese la relación
perdida. No importa por tanto que esa persona estuviera a nuestro lado desde la
infancia o que fuera un hallazgo reciente, ese tesoro humano que de pronto, dio
una nueva luz a nuestra vida y que ahora marca distancias. Perder o dejar ir a
esas figuras resulta doloroso por las siguientes razones:
Perdemos un soporte emocional. Nos desvinculamos de
alguien que nos ofrecía un tipo refuerzo que otras personas cercanas no nos
daban.
De un día para otro, se va un espacio de complicidad, así
como ese refugio donde relativizar penas y compartir alegrías.
Por otro lado, hay otra fuente de dolor destacable.
Hablamos de la ruptura de unas expectativas. De algún modo, solemos dar por
sentadas ciertas relaciones. En ocasiones hasta damos más por afianzados los
lazos de amistad que los de pareja, no los cuestionamos y creemos que son y
serán siempre ese faro en el horizonte.
Por último, y no menos importante, el fin de la amistad
puede resultar traumática para muchas personas porque puede darse también una
ruptura de la lealtad. Un ataque a la confianza, es sin duda la herida que más
duele. Ver o descubrir que somos traicionados, engañados o que se comporte
información privada de terceros, origina una decepción muy profunda.
¿Cómo afrontar la
ruptura de una amistad?
Asumir el fin de una amistad, si esta nos era muy
significativa, implica pasar un duelo. Así, y aunque a menudo oigamos aquello
de que los amigos vienen y van, en realidad, hay relaciones que dejan una
huella mayor que otras. La idea, por tanto, es quedarse con todo lo vivido y
aprendido, dando prioridad de memoria a los buenos momentos compartidos.
Si focalizamos la mirada en la desilusión, el esfuerzo que
tendremos que hacer para pasar página será mayor. Los rencores son malos
compañeros de viaje; ponen límites, siembran desconfianzas y alzan muros frente
a la oportunidad de seguir socializando.
Decía Robert Louis Stevenson que un amigo es un regalo que
uno mismo se hace. Él lo tuvo en el también escritor Henry James. Apenas se
vieron más de dos o tres veces durante sus vidas, pero mantuvieron una amistad
postal que les sirvió de gran apoyo a ambos en los momentos más difíciles.
No es fácil hallar
a esas personas a medio camino entre un tesoro y un faro de luz. Sin embargo,
las hay, están ahí, a nuestro alrededor, solo debemos permitirnos confiar de
nuevo.
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