La forma en que describes a los demás dice mucho de ti
El modo en que describes a los demás te define. La forma
en que etiquetas, juzgas y valoras a quienes te envuelven deja entrever parte
de tu personalidad, son pinceladas sutiles pero siempre evidentes de tu
identidad e incluso de tu autoestima. Esto es algo que sin duda vemos a diario
y que también sufrimos cuando otros nos atribuyen rasgos que nada tienen que
ver con nosotros.
Admitámoslo, todos hacemos juicios de aquellos con los que
nos cruzamos cada día. Hacerlo es una necesidad más que evidente de nuestro
cerebro para intentar controlar nuestro entorno y saber, de algún modo, a qué
atenernos. Estamos por tanto ante un proceso psicológico perfectamente normal y
hasta evidente, un mecanismo que controla la amígdala en su habitual propósito por
garantizar nuestra supervivencia.
De hecho, en un interesante estudio llevado a cabo en la
Universidad de Psicología de Nueva York, y publicado en el Journal of
Neuroscience, nos explican que esta pequeña estructura cerebral valora en
apenas unos milisegundos si alguien es de fiar o no, si esa persona nos es
interesante o, si por el contrario, es alguien que conviene evitar. De hecho, podríamos
decir casi sin equivocarnos que para nuestro cerebro la primera impresión lo es
todo, aunque evidentemente, hay pequeños e interesantes matices.
Así, cuando la amígdala cerebral hace esa rapidísima valoración
sobre si alguien puede ser de nuestra confianza, quien entra seguidamente en
escena es el filtro de nuestra personalidad. Será ella quien a pesar de esa
primera apreciación elija acercarse (o no) a esa persona para comprobar si ese
primer juicio es acertado. Será ella también quien haga atribuciones
despectivas (o no) a quien le inspire desconfianza, ella en esencia, quien
articule, medie y determine el modo en que nos relacionamos y tratamos a los
demás.
La forma en que describes
a los demás te delata.
Dice un proverbio chino que a veces puedes aplastar a una
persona solo con el peso de tu lengua. Es una gran verdad y nadie puede poner
en duda como los movimientos de una lengua (sin necesidad de tener hueso)
pueden llegar a hacer tanto daño y causar tantos estragos. Esto es algo que la mayoría
vemos a diario en casi cualquier contexto, en el trabajo, en casa, entre amigos…..
Las personas nos comunicamos con los demás como parte
misma de nuestros procesos de socialización. Así, y durante esas interacciones
es común mostrarnos amables, correctos y solícitos. Sin embargo, si hay un
virus muy extendido es el ejercicio de la crítica, el uso de la etiqueta, del
desprecio y hasta de la más baja ofensa. Abundan en exceso esos perfiles que
gustan de atribuir rasgos negativos a los demás casi de forma constante. Como
un ejercicio que practicar a diario, como esa costumbre que más que un capricho
puntual es todo un hábito.
“Eres lo que dices”. Esta afirmación no es nuestra, sino
del doctor Skowronski de la Universidad de Wake Forest, en Carolina del Norte,
quien realizó una detallada investigación sobre los estilos de personalidad y
las atribuciones que hacemos. En ella quedó claro un hecho que todos intuimos:
la forma en que describes a los demás te define. Somos lo que decimos, somos
cada cosa que inferimos y que proyectamos en quienes nos rodean.
El que usa
etiquetas despectivas, el de las gafas oscuras.
Hay quien no quiere ver. Quien va siempre con sus gafas de
cristales oscuros y con su mirada miope moviéndose por un mundo emborronado del
que es mejor desconfiar. Son esos perfiles que se dejan llevar por estereotipos
y no quieren ver más allá, son los que desprecian y cosifican, los que se
burlan y critican a quienes no son, piensan y sienten como ellos.
Si, la forma en que describes a los demás deja entrever tu
personalidad, aquellos que se sirven siempre de etiquetas negativas y críticas
evidencian a menudo ese vació interior donde habita la falta de autoestima,
donde el uso de la descalificación deja que se transparente tanto la
frustración como la infelicidad.
El que practica la
afiliación, el de las gafas rosa.
En la investigación antes citada de la Universidad de Wake
Forest pudo verse algo muy llamativo. Las personas que emitían menos juicios
eran las que mostraban más habilidades de afiliación. Así, quienes se
caracterizan por ser más positivos, optimistas y con una buena autoestima no se
dejan llevar tanto por esas valoraciones previas y prefieren ante todo tomar
contacto y establecer cercanía.
Solo cuando permitimos que queden a un lado el uso de las
valoraciones, etiquetas e interferencias con poca o nula solidez, aumentan las
posibilidades de afiliación con quienes nos rodean, de crear nuevas amistades
más sólidas, de dar forma a entornos más respetuosos con menos prejuicios.
Cuando describes a los demás sin el peso de la
desconfianza, del perjuicio y la burla, te permites casi sin saberlo la
oportunidad de generar una mayor sinergia con las personas que te envuelven,
libres del muro de los estereotipos y encasillamientos.
Para concluir, evitemos por tanto el uso excesivo de
nuestras gafas de cristales oscuros. A menudo nos serán útiles para protegernos
de ciertos reflejos dañinos, queda claro, pero siempre es mejor retirar filtros y
ampliar la visión todo lo que nos sea posible. Una mirada despierta,
interesante y humilde siempre captará muchas cosas que esos ojos habituados a
vivir en su propia oscuridad.
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