DENTRO DE TI HAY UN NIÑO QUE SIGUE SUFRIENDO
La identidad y el yo comienzan en un punto y
terminan en otro. Tampoco es una realidad fija, que se establece y se queda
ahí. Nos habitan múltiples identidades, que afloran o se inhiben en función de
las circunstancias. Por eso, muchas veces los problemas adultos no tienen que
ver con tu situación actual, sino con el reflejo de un niño que sigue sufriendo
en tu interior.
La infancia es una etapa
determinante en la vida del ser humano. Y lo es porque constituye la base sobre
la cual se edifica toda la estructura psíquica de las personas. Cualquier
experiencia tiene mayor impacto en los primeros años, ya que imprime una
actitud, una creencia o un comportamiento más o menos estable, hacia nosotros
mismos y hacia el mundo.
Cuando un adulto lleva
en su interior un niño que sigue sufriendo lo manifiesta de diferentes maneras. Adopta ese tipo de conductas que llamamos
“infantiles”, muchas veces de forma peyorativa. Lo cierto es que no lo pueden
evitar. Hay una parte de ellos mismos que no logra madurar.
Las señales de que hay
un niño que sigue sufriendo en tu interior.
Un elemento fundamental
para detectar si hay un niño que sigue sufriendo en tu interior es revisar la
relación que tienes con las figuras de autoridad. Estas, de un u otro modo, representan a tus padres de
manera inconsciente. En principio, nos relacionamos con esas personas de una
manera esencialmente similar a como lo hacíamos con las figuras parentales que
nos criaron.
Si le temes más de lo normal al profesor, al
jefe, al gerente o a quien de uno u otro modo representa un mando,
probablemente habita un niño que sigue sufriendo en tu interior. También cuando te importa demasiado la
aprobación de esas personas, al punto que te sientes inmensamente frustrado si
ellos muestran alguna señal de rechazo.
Otro
aspecto muy revelador es la actitud que asumes frente a los problemas. Si no
te sientes capaz de enfrentar una dificultad y sales huyendo, o te invade un
profundo deseo de llorar, esto se convierte en un indicativo de que hay algo
por resolver en tu infancia. También cuando tu primera reacción es buscar
ayuda. O cuando agachas la cabeza y no sientes que tengas fuerzas para
defenderte de un ataque.
¿Cómo
se formó la herida que aún duele?
Los buenos padres también se equivocan. Los
no tan buenos padres, mucho más. Cuando
hay un niño que sigue sufriendo en tu interior es porque llevas el sello de un
sentimiento de carencia en la infancia. Esa carencia a su vez, se convierte
en un peso psicológico invisible, que se manifiesta en situaciones como las que
hemos descrito y en todas aquellas que ponen a prueba tu fortaleza.
Básicamente, hay una sensación de no haber sido suficientemente amado, o
suficientemente protegido. Esto dio lugar a un miedo, que sigue acompañándote
aún en la vida adulta. Miedo a ser muy frágil y, por lo tanto, incapaz de
valerte por ti mismo. Incapaz de reafirmarte frente al mundo.
A veces simplemente se trataba de que tus
padres debían trabajar y no disponían de tiempo para ser una presencia sólida e
tu vida. En otras ocasiones tiene que
ver con que eran inestables y no sabías qué podías esperar de su conducta. También,
por supuesto, tiene que ver con padres amenazantes y agresivos que generaron
violencia física o psicológica en tus primeros años.
El
autocuidado y la autoestima
Sea
por lo que sea, finalmente el punto es que has llegado a una edad adulta y a
veces te comportas como un niño que sigue sufriendo. Te asaltan
y te invaden los miedos. No terminas de convencerte de que ere capaz. Tampoco
sabes cómo protegerte o hacerte respetar por los demás. Pero es imposible
volver atrás, entonces, ¿qué hacer?
Llegados a este punto, la mejor alternativa
es trabajar por compensar esas carencias empleando tus propios recursos. Tu tarea es hacerte cargo de ese niño que
sigue sufriendo. Algo así como adoptarlo y trabajar para sanar sus heridas. Esto
significa autocuidado. Estar atento a sus necesidades para satisfacerlas, como
lo harías con un niño.
En últimas, deberías convertirte en los padres protectores, solícitos y llenos de
afectos para ese niño que sigue sufriendo. Ser bueno con él. Escucharlo.
Otorgarle la atención que merece. Darle tiempo, no ser exigente, ni severo con
él.
Esto
te ayudará a hacer las paces con el pasado y poco a poco te conducirá a reducir
esa sensación de indefensión o fragilidad que te limita.
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