Llamamos sombra (según C.G. Jung), a la suma de todas las facetas de la realidad
que no reconocemos o no queremos reconocer en nosotros, y por consiguiente
descartamos. La sombra es nuestro mayor enemigo; la tenemos pero no sabemos que la tenemos,
por lo tanto no la conocemos.
El ser humano proyecta
las manifestaciones que salen de su sombra en el mundo exterior, porque
tiene miedo de encontrar en si mismo la fuente de toda desgracia. Todo lo
que rechaza la persona pasa a su sombra, que acaba siendo la suma de todo lo
que no quiere. Pero la negativa de afrontar y asumir la realidad no conduce al
bienestar deseado, por el contrario, tiene que ocuparse de aspectos de la
realidad que ha rechazado. Esto sucede a través de la proyección, ya que cuando
uno rechaza en su interior un principio determinado, cada vez que lo encuentra en el mundo exterior
desencadenará en él una reacción de angustia y repudio.
Hemos de tener claro, que el mundo exterior está formado por
los mismos arquetipos que el mundo interior. La Ley de la resonancia dice que
sólo podemos conectar con aquello con lo que estamos en resonancia. Así que la
“proyección” significa, que con la mitad de todos los principios, fabricamos un
exterior, puesto que no los queremos en nuestro interior. Así tenemos que; si
la sombra es aquello que no queremos asumir, resulta que la sombra y el
exterior son idénticos, porque si la viéramos en nosotros, ya no sería la sombra.
Los principios rechazados que ahora aparentemente nos atacan
desde el exterior, los combatimos con el mismo encono con que los habíamos combatido
dentro de nosotros, intentando borrar del mundo aquello que valoramos
negativamente, pero como esto es imposible, se convierte en una lucha constante
lo que hace que nos ocupemos con intensidad de aquella parte de realidad que
rechazamos. Rechazo y lucha significan;
entrega y obsesión, el ser humano sólo pueden molestarle aquellos principios
externos que no ha asumido.
Queda claro entonces que no hay un entorno que nos marque,
nos moldee o nos influya; el entorno hace las veces de espejo en el que nos
vemos a nosotros mismos y también, muy especialmente a nuestra sombra. Todos
los engaños de este mundo son insignificantes comparados con el que el ser
humano comete consigo mismo durante toda su vida. La sinceridad con uno mismo es
una de las más duras exigencias que el hombre puede hacerse, por eso el
conocimiento de uno mismo es tan difícil.
En resumen: el ser humano, como microcosmos, es réplica del
universo y contiene latente en su consciencia la suma de todos los principios
del ser. La trayectoria del individuo a través de la polaridad exige realizar
con actos concretos estos principios que existen en él en estado latente, a fin
de asumirlos gradualmente. Porque el discernimiento necesita de la polaridad y
ésta, a su vez, constantemente impone en el ser humano la obligación de
decidir. Cada decisión divide la polaridad en parte aceptada y polo rechazado.
La parte aceptada se traduce en la conducta y es asumida conscientemente. El
polo rechazado pasa a la sombra y reclama nuestra atención presentándosenos
aparentemente procedente del exterior. Una forma frecuente y específica de esta
ley general es la enfermedad, por la cual una parte de la sombra se proyecta en
el físico y se manifiesta como síntoma. El síntoma nos obliga a asumir
conscientemente el principio rechazado y con ello vuelve el equilibrio al ser humano. El síntoma
es concreción somática de lo que nos falta en la consciencia. El síntoma, al
hacer aflorar elementos reprimidos, hace sinceros a los seres humanos. De esa
forma trasmutamos, experimentamos y reconocemos nuestra Unidad con el Todo y
completamos nuestro camino evolutivo.
Carmen.
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