LOS “FANTASMAS PSICOLÓGICOS”: un paseo por el sótano de
nuestra mente.
Los monstruos existen, al igual que los fantasmas. Son
presencias que, lejos de habitar debajo de nuestras camas o de embrujar los
espacios solitarios de las casas, se cuelan en nuestra mente. Muchos de nosotros nos esforzamos en hacer
vida procurando ocultar ciertas presencias mentales que nos suscitan pavor,
angustia y malestar. Pueden ser traumas, asuntos no resueltos, emociones
difíciles…
Lo que no nos agrada o nos produce un elevado dolor
emocional, lo guardamos en el sótano de nuestro universo psicológico. Sin
embargo, dichas entidades, en lugar de quedarse confinadas para siempre,
emergen de las más diversas maneras. A menudo en forma de ansiedad, de fobias,
de miedo que paralizan. También lo hacen encarnándose en nosotros en forma de
ira o conductas desajustadas.
A
todos nos aterra enfrentarnos a esos espectros que ocupan infinitas
habitaciones en el cerebro. Sin embargo, en caso de no
hacerlo, la infelicidad y los trastornos mentales asociados no harán más que
asumir más poder sobre nuestras vidas. Nos transformarán en personas que no nos
gustan, de los que asustan incluso a los demás..
¿Qué hacer en
estos casos? ¿Albergas tú algún “fantasma” interno?
Los
“fantasmas psicológicos” con los que solemos vivir
En 1975, Selma Fraiberg, psicoanalista infantil,
introdujo un término que más tarde formuló en un conocido trabajo de
investigación. Definió como “fantasmas
de guardería” a esos traumas que se heredan de generación en generación y que,
en ocasiones, modelan el modo en que se cría a los niños. Así, la madre o
el padre que fue maltratado físicamente pueden reproducir ese acto con los
propios hijos.
Si
nuestros padres fueron educados con frialdad y falta de apego, puede que
repitan en nosotros el mismo patrón. Ese basado en la desatención
de nuestras necesidades emocionales, el ser unos cuidadores presentes, pero
ausentes. Dichos traumas pasados pueden contribuir a un ciclo de abuso y
sufrimiento constante capaz de extenderse a lo largo de varias generaciones.
De ese enfoque formulado por la doctora Fraiberg se
deriva también otra idea. Los “fantasmas
psicológicos” son esos asuntos que no sanamos, que no abordamos y que
contribuyen a nuestro malestar y, en consecuencia, al de nuestro entorno.
No nos equivocamos si afirmamos que esta es una realidad
muy presente en nuestra sociedad. También que la mayoría arrastramos con
nosotros más de un espectro en los salones de nuestra mente. Veamos ahora
cuáles son, por término medio, esas entidades que pueden colarse en el universo
psicológico de cualquiera.
El
duelo congelado, las pérdidas que no sanan
El duelo congelado o el trastorno por duelo complejo
persistente definen esos casos en que
una persona no logra afrontar la muerte de un ser querido. Una
investigación de la Universidad de Columbia destaca que un 5% de la población
puede experimentar esta realidad en algún momento.
Es importante destacar que, aunque cada persona lidia y
transita el duelo de una manera, en ocasiones se puede derivar en situaciones
problemáticas. Negar lo sucedido, caer
en estados depresivos, no realizar planes a largo plazo y dejar de tener vida
social, son síntomas evidentes de que debe pedirse ayuda especializada. Esta es
uno de esos “fantasmas psicológicos” más frecuentes.
Los
traumas de la infancia
Abusos, maltratos, pérdidas, falta de afecto, ser
testigos de hechos adversos… Un trauma
de infancia condiciona el desarrollo psicosocial de la persona de infinitas
maneras. Las vivencias estresantes de la
niñez se convierten en espectros persistentes en la mente capaces de modular la
personalidad y la conducta.
Las heridas no abordadas son nudos sin resolver que no
solo afectan a nuestra salud física y psicológica. Ocasionan problemas en nuestras relaciones, limitan nuestro potencial e
interfieren en multitud de las parcelas cotidianas. Un trauma no deja de
ser un espectro amenazante que todo lo distorsiona.
Los
problemas de apego
Nuestra vinculación emocional con unas figuras de apego
sólidas y fiables configura nuestro mejor motor social, emocional y cognitivo
para el desarrollo. Tanto es así que, cuando ese lazo o esa impronta no se
edifican de manera adecuada, surgen los vacíos, la ansiedad y las necesidades
no saciadas.
Uno
de los “fantasmas psicológicos” más persistentes en el ser humano lo trazan
nuestros problemas de apego. El no sentirnos seguros en
nuestras relaciones sociales y afectivas altera por completo nuestra capacidad
para ser felices.
El
peso de la culpa
Decía
Séneca que la culpa es capaz de convertir a alguien en su peor enemigo. Así
es, la sombra persistente de esta emoción puede ser autodestructiva y carcomer
buena parte de nuestros cimientos mentales. El remordimiento por lo realizado
en el pasado, por lo no hecho, dicho o no dicho, nos arrebata el bienestar, nos
encapsula en el ayer y nos llena de inseguridades.
Por si no fuera poco, el espectro mental de la culpabilidad afecta también a la calidad de
nuestros vínculos. Cuesta dar lo mejor de nosotros mismos cuando la culpa
lo nubla todo. Tanto es así que podemos volcarla en los demás, desconfiar,
proyectar en quienes tenemos delante aquello que pesa en nosotros mismos.
La
sombra de los miedos
Es imposible desinfectar por completo los miedos de
nuestro cerebro.
Al fin y al cabo, gracias a ellos hemos sobrevivido como
especie al permitir que nos defendamos de las amenazas. Ahora bien, entre nuestros “fantasmas psicológicos” más
persistentes están los miedos irracionales que ponen cadenas a nuestro
desarrollo, que alimentan las fobias y estados de ansiedad.
En los subterráneos del cerebro discurren muchas de esas
angustias que nos arrinconan en la vida diaria. Lejos de hacerles frente,
permitimos que crezcan, que adquieran un mayor tamaño hasta convertirse en esos
monstruos que nos hacen temblar en situaciones de lo más ordinarias.
Cómo
desterrar a nuestros espectros mentales
Hay personas que son muy conscientes de que, en su
familia, han habitado desde siempre ciertos “fantasmas psicológicos”. Por
ejemplo, lo sabe quién ha
crecido en un entorno disfuncional y evita que esas dinámicas le acompañen en
su vida adulta. Porque los errores de los padres no tienen por qué pasar a
los hijos y por eso, procuramos sanarnos.
Si los espectros mentales adquieren poder es porque nos
asusta confrontarlos. Si los monstruos
de nuestro interior se hacen fuertes, es
porque nos aterra desenmascararlos, mirarlos de frente. Sin embargo, en eso
consiste el proceso terapéutico, en dejar espacio a lo que nos hace temblar y
entorpece nuestra capacidad para ser felices.
La
terapia psicológica no deja de ser un mecanismo para exorcizar aquello que nos
aterra y se esconde bajo nuestras heridas. Ponernos en manos de
profesionales es confiar en la ciencia para desenterrar lo que nos atemoriza y
alumbrar los espacios oscuros del interior no dudemos en solicitar ayuda
especializada, solo así se irán para siempre esas entidades cenicientas.