Todo aquello que no hemos vivido en épocas anteriores de
nuestra vida queda pendiente para ser vivido en años posteriores. Es como una
asignatura pendiente.
Existe un trabajo terapéutico que se desarrolla dentro de
la línea de la Antroposofía, en la que se divide la vida de la persona en
“septenios”, que son ciclos de 7 años. Por ejemplo, uno de los septenios abarca
el periodo de los 21 a los 28 años. Se dice que esta es la época de
experimentación, de la alegría, de la expansión.
Puede suceder sin embargo, que en la biografía de muchas
personas ocurran sucesos que impida que sigan el “guion” de su vida, como suele
ocurrir con aquellas mujeres que a los 21 o 22 años tienen un hijo, y tiene que
dedicarse a criarlo y a las tareas del hogar.
Cuando los hijos se hacen mayores, llega el momento en
que se van de casa. Es entonces cuando esta mujer puede sentir la necesidad de
vivir esa etapa de la experimentación que no vivió antes. Hay una tendencia
natural a volver a esa etapa no vivida y cerrar el círculo que quedo abierto
por el cambio de planes.
Todo el universo tiene características de pulsación. Todo
pulsa, se expande y se repliega, y vuelve a su origen. Todo lo vivo se expande
y se repliega. Todo lo vivo es capaz de sentir rabia y alegría y salir hacia
fuera. Y todo lo vivo es capaz de sentir miedo y tristeza y replegarse hacía el
interior.
Por eso en la vida siempre es necesario un toque de
humor. De vez en cuando tenemos que decirnos a nosotros mismos: “ríete de tu avería”.
Y es verdad, hemos de reírnos de todo y especialmente de nosotros mismos. Nada
en la vida es tan importante que no admita un toque de humor.
De vez en cuando deberíamos hacer alguna “chifladura sana”
salirnos de nuestro papel o rol para sentirnos mejor.
Como decía Mark Twain: “nada se resiste a un ataque de
risa”. El sentido del humor nos defiende del miedo, de la tristeza y de la
rabia.
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