La alegría es una emoción que se expresa hacia fuera, hacía el exterior. Y tiende a expresarse todavía más cuando la compartimos con los demás. Quizás no haya alegría plena si no hay alegría compartida con los otros. La alegría colectiva es más contagiosa que cualquier virus. En la alegría me entrego y al mismo tiempo acojo a la persona con la que comparto la alegría. En la alegría me encuentro con mi niño interior y lo comparto con los demás.
La alegría y la felicidad van juntas. Me siento más libre, lleno de fuerza y siento que la vida tiene sentido. Y además el hecho de sentirme alegre me da placer y puedo disfrutar conmigo mismo y con los demás. Siento que la vida merece la pena, a pesar de todas las sombras. El ser humano tiene una tendencia a disfrutar y al placer. Podemos disfrutar de una forma sana y sentir el placer de vivir, o buscamos otros placeres como huida de nuestra vida sin color.
El placer sano nos hace sentir a gusto con nosotros mismos y con los demás. Buytendujk dice que: "En todo placer se nos concede algo que llena un vació. Sin buscar experiencias intensas es mucho mejor vivir intensamente cualquier momento de nuestra vida. Dicen los chamanes que debemos vivir como si fuéramos a morir".
El buen humor, la alegría, es una emoción muy sana y muy necesaria para las personas adultas. La risa y la carcajada nos desbloquean el diafragma y nos permiten soltar las ansiedades, angustias o miedos retenidos en nuestro interior. Con la alegría el cuerpo se abre, se ensancha. La cara refleja la alegría en la sonrisa y la risa. Una de las dos va unida siempre a la alegría.
Esta sociedad tiene que cambiar el reírnos del otro por reírnos con el otro. Wayne w. Dyer escribe: "Reírse con la gente--no reírse de la gente. Hablar con la gente--no hablar de la gente".
Al mismo tiempo con el buen humor podemos desdramatizar los duros acontecimientos de la vida diaria y esto ayuda a liberar la tensión. El reírnos de las situaciones y de nosotros mismos supone una autoprotección ante los acontecimientos desagradables, ante el miedo, frustración y rabia. Aristóteles decía que la risa es "un ejercicio corporal valioso para la salud".
La risa estimula la producción de endorfinas, una clase especial de hormonas liberadas en el cerebro. Estas sustancias actúan como un analgésico natural y, por tanto, disminuyen la intensidad de la sensación de dolor produciendo un estado de placer y bienestar. Actúan favoreciendo la acción del sistema nervioso parasimpático y con ello facilitan un estado más relajado. Además aumenta la flexibilidad muscular y la capacidad inmunitaria de nuestro organismo.
Victos Frankl, que vivió la inhumana experiencia de ser internado en un campo de concentración nazi, dice: "En virtud del auodistanciamiento, el hombre es capaz de bromear acerca de sí mismo de reírse de sí mismo y de ridiculizar sus propios miedos. En virtud de su capacidad de autotrascendencia puede olvidarse de sí mismo, entregarse y abrirse al sentido de su existencia".
Este conocido autor en el campo de la psicología supo crecer y transformar su vida desde el sufrimiento extremo. Le habían quitado casi todo pero nadie pudo robarle su dignidad. En la alegría vivimos el presente; incluso cuando nos acordamos de algo vivido o de una persona querida para nosotros, lo vivimos en el presente.
Hay algunas cosas que nos pueden ayudar a estar alegres: tener un tiempo libre para nosotros, para pasear, disfrutar de la naturaleza, estar con la familia y los verdaderos amigos; un tiempo para la cultura, leer un buen libro, escuchar música, ir al teatro o al cine; ayudar a alguien que lo necesite, etc. Y sin olvidar que es importante, de vez en cuando, romper la rutina; hacer algo diferente que nos ayude a estar contentos saliendo de la inercia del día a día.
La alegría o la sensación de contento te expande el pecho, se abre hacia el mundo. Y en ese abrirte hacia los demás puedes acabar abrazándote con ellos, porque las manos son casi prolongaciones de nuestro corazón. Aquello que sentimos con nuestro corazón lo llegamos a hacer con las manos.
La alegría y la felicidad van de la mano y aunque las circunstancias exteriores nos influyen, la verdadera alegría no viene de fuera sino brota del interior. La verdadera alegría depende más de nuestra actitud ante la vida que de factores externos. No depende tanto de lo que tenemos sino de lo que somos. Lo que tenemos, incluidas las personas, no es nuestro, es "prestado" y un día lo vamos a tener que dejar. Lo que nunca dejaremos es lo que somos.
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