En el universo de las almas existe
una familia muy especial: la de las hadas alquimistas. Estas almas encarnan en
el planeta Tierra para espiritualizar la materia. Algunas de ellas están muy
cerca de los Ángeles porque, aunque hayan encarnado, su energía no es muy
densa, suelen ser bastante ligeras, les cuesta mucho integrar su envoltura
física y se resisten a la encarnación.
En el mundo físico tienen el don de
desmaterializar todo lo que tocan. Podrían atravesar las paredes con la
envoltura física, lo cual explica sus problemas con las llaves o con los
picaportes de las puertas, ya que olvidan que no las necesitan. Espiritualizan
todo lo que tocan y elevan automáticamente su vibración. Ante una densidad,
actúan mediante la difusión de ondas que emanan de su cuerpo, y esto nada más encarnarse,
desde la más temprana infancia.
Estas almas dan la impresión de
estar en la luna, como ausentes, igual que la imagen que tenemos de las hadas.
Han elegido encarnarse, no porque les guste la densidad, sino porque su
presencia contribuye a transmutar la materia, son auténticos transformadores
vivientes. Su capacidad de volatizar las cosas sin darse cuenta, hace que
tengan la sensación de perderlo todo. Su principal dificultad, al encarnarse,
es precisamente eso; encarnarse.
Si consiguen conocerse mejor y saber
quiénes son, pueden utilizar su poder en la sanación, en la comunicación, y en
casi todos los oficios del mundo. Pueden transmutar todo lo que está a su
alrededor, lo cual significa enfocarse en un estado vibratorio y activarlo de
tal manera que pierda su identidad para fundirse con el principio divino. El
amor es la clave definida de la transmutación.
¿Por qué están presentes estas almas
en este cambio de milenio?
Porque son las encargadas de
transmitirnos la siguiente enseñanza telepática, verbal energéticamente:
“¡Despertad, queridas almas, pues podéis espiritualizar la materia!”.
Esta es la razón de su existencia y
esta es su identidad real.
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