De la familia de los guerreros surge la de los chamanes; no está
estabilizada del todo porque aún existe la posibilidad de una nueva división.
Estas almas se dedican continuamente a equilibrar las energías del planeta con
las energías interplanetarias.
No se encarnan exclusivamente en el pueblo amerindio: el chamán
puede ser de cualquier nacionalidad, su misión es ayudar a que el planeta y
todos sus elementos sanen y alineen sus vibraciones. Son transmisores del
fluido de la transformación; pueden transformar la envoltura física, trasmutar
los órganos internos y sus cristalizaciones, trabajan con las plantas para
extraer sus propiedades, siempre al servicio de la sanación.
Las almas de esta familia pueden reconocerse y conversar telepáticamente
entre sí. Necesitan enraizarse en lugares precisos para activar desde allí, la
sanación del planeta Tierra. Si supieran utilizar plenamente la identidad de su
alma, prescindiendo de todo juicio, podrían desplazarse a través del tiempo y
el espacio con el cuerpo físico. Una de las dificultades que tiene en su
encarnación, es la de quedar absorbidos por el mundo físico. Abrumados por su
peso, corren el riesgo de olvidar que arde en ellos el fuego de la
transmutación, de olvidar quienes son, pasando por alto el fluido de sanación
que les caracteriza.
Estas almas se valen de rituales y símbolos sin saberlo
siquiera; es urgente que sean conscientes de las señales que pueblan su camino,
mostrando respeto por los elementos que les rodean: el agua, la tierra, el
fuego, el cielo, el aire, las nubes etc.
El chamán debe trabajar con ayuda de su envoltura física, ya que
le es muy útil en su encarnación terrestre, negarlo le provocaría fugas de energía
vital: caída del cabello, uñas, dientes, problemas de piel etc. Estas almas
trasmiten sin cesar el fluido de sanación, están en transformación constante, y
su cuerpo les sirve de canal, de herramienta, para conseguir su objetivo.
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