Lo que sale del corazón, no siempre llega al corazón de
los demás. Todos hemos experimentado alguna vez haber hecho algo por una persona
con inmenso cariño y ser correspondidos con el sabor de la indiferencia. Como
si la bondad, lejos de hablar un lenguaje universal se perdiera a veces en extraños
dialectos.
No siempre hablamos de la disonancia entre lo que uno da y
lo que más tarde recibe. Nos referimos a esa sensación desoladora de sentir
como el corazón ajeno no ve, no siente no percibe lo que otros hacen por él o
por ella. Sabemos que el amor es invisible, pero si los demás no lo intuyen a través
de nuestros actos es como si de algún modo, nada tuviera sentido.
Expertos en ciencias del comportamiento y de la empresa
nos dicen, que la bondad es una desventaja para el éxito social. De algún modo,
la persona noble que actúa desde la honestidad irá saltando de decepción en
decepción en este complejo rio de la competividad que define nuestro mundo
moderno.
Sin embargo, a pesar de ello somos muchos los que elegimos
actuar de este modo. Porque, el hacer las cosas desde el corazón es un valor
personal en el que vale la pena invertir tiempo y esfuerzos. Sin embargo, no
podemos negar que las decepciones duelen.
Cuando alguien hace algo desde el corazón, armoniza
múltiples dimensiones. Se enlaza la propia identidad, el valor de la
reciprocidad, el deseo de propiciar el bien, de conferir bienestar, alegría e
ilusión. La persona que actúa con bondad debería sentirse, efectivamente,
reafirmada al ver que toda la energía invertida en hacer el bien funciona. Que
su propósito tiene un fin útil, sin embargo…. No siempre es así.
Podríamos dar muchos ejemplos: desde el anciano que lo dio
todo en el pasado por el bien de sus hijos y ahora, es recompensado con la
soledad, hasta el adolescente que busca integrarse con respeto y afecto a su
grupo de iguales y es recibido con burlas e insultos. No podemos olvidar
tampoco a la pareja que cuida detalles, que incluye al felicidad de la persona
que ama en los primeros puestos de su lista de prioridades, que se preocupa,
que construye, que invierte… si nada de esto se ve, si nada de esto se valora,
es que ese amor no sirve. No vale. Es un sucedáneo de amor que es mejor
reformular o desechar.
Quien hace las cosas desde el corazón y no es reconocido,
acaba viviendo poco a poco en su isla de soledad. De
algún modo, nos acabamos pareciendo un poco a Próspero, el personaje de la
“Tempestad” de William Shakespeare.
Alguien que
tras ser herido por la adversidad y la traición, acaba recluido en una
isla solitaria en compañía de su hija, en un mundo feérico, sosegado y
espiritual donde inevitablemente la única protagonista sigue siendo la
tristeza.
Hay que vivir con integridad, no renuncies a lo que eres.
Ya lo dijo Tolstoi en su
momento: A un gran corazón ninguna
ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa. Nos sentiremos solos,
no hay duda. Sin embargo, si actuar con honestidad tiene un precio, y es el del
desengaño tendremos que asumirlo. Siempre será mejor ser uno mismo que vivir en
contra de nuestras raíces. De nuestro auténtico ser.
Ahora bien, para sobrevivir en
este mundo complejo, conviene integrar una serie de “anclajes” emocionales y
cognitivos a los que aferrarse para evitar daños colaterales. Porque la bondad
no es sinónimo de ingenuidad, sino de coraje de alguien que es fiel a aquello
que le dicta el corazón.
No debemos
convertirnos en unos complacientes profesionales. No hay mayor fuente de sufrimiento que la de quien
intenta hacer feliz a todo el mundo.
Nunca vayas en
contra de tus propias necesidades para actuar “según lo que pensamos que el
otro espera de nosotros.
Tampoco es bueno
obsesionarse con ser recompensados por cada cosa que hacemos. La bondad no exige
tributos, le basta con actuar en sincronía con sus valores.
Recuerda que la
entrega constante no fortalece tu autoestima. A veces nos obliga a enterrar las ilusiones. Así que no
dudes en “entregarte” a ti mismo/a de vez en cuando. Ganaras en salud y
equilibrio personal.
Entiende también que quien es
ciego a los actos pequeños de amor cotidiano, también lo será en todo lo demás.
Porque el auténtico amor no necesita de grandes demostraciones para ser
reconocido.
El arte del
buen querer es sabio atendiendo los pequeños detalles,
esos que se
ofrecen de corazón….
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