Cada uno de nosotros hemos pasado por alguna vivencia
que nos ha cambiado para siempre. Es como atravesar un umbral y mirar atrás para
descubrir con cierta tristeza, que ha perdido algo. Tal vez sea la inocencia, o
la certeza de que la vida no lleva inscrita la promesa de una felicidad
perenne.
Según Rafaela Santos, psiquiatra y presidenta del
Instituto Nacional de Resiliencia, las personas solemos pasar de media por dos
hechos complicados que nos pondrán a prueba. Son vivencias que escapan a
nuestro control, y para las cuales, no siempre estamos preparados. Al menos en
apariencia.
Porque lo creamos o no, nuestro cerebro presenta una ingeniería
perfecta que nos alienta a sobrevivir, a sacar fuerzas de las flaquezas para volvernos
a abrir paso ante tanta espesura emocional. Pero, así como los hechos traumáticos
nos obligan a aprender y avanzar, también los hechos positivos tienen poder. Porque
la felicidad aporta sabiduría, templanza y conocimiento.
Las personas somos el resultado de todas nuestras
vivencias, pero sobre todo, de lo que hemos aprendido de ellas. Todo,
absolutamente todo, nos esculpe y nos da forma en nuestros valores, en nuestras
virtudes y en nuestros defectos. El tiempo, nuestra mente y nuestra voluntad
son los grandes artesanos de lo que somos en estos momentos.
TODO LO QUE HEMOS PASADO: LA ESCULTURA DE LA VIDA.
Ante una decepción afectiva tenemos dos opciones, amargarnos
y perpetuar el dolor o bien asumir el final de un ciclo y avanzar. Asimismo,
ante la pérdida de un ser querido, también hay dos únicos caminos, hundirnos o
mirar al horizonte de nuevo. Si pensamos en ello, pocas veces se nos abren dos
opciones tan claras, pero a la vez tan complejas.
Sin embargo, comprender que solo existe un camino
correcto, no basta para que la persona aúne toda su determinación y voluntad
para emprender ese proceso de recuperación. “Entender” y “hacer” son dos
dimensiones muy complejas en el campo psicológico. Es como decirle a una
persona con depresión que debe ser más feliz. Lo entiende, no hay duda, pero
necesita estrategias, predisposición, ayuda y esfuerzos.
Hemos de ser capaces de asumir que la vida trae
secuelas, sin embargo, al final se aprende a vivir con ellas. No seremos la
misma persona, de eso no hay duda, pero daremos forma a una persona diferente:
alguien mucho más fuerte.
SER COMO EL BAMBÚ, SER COMO LA ARCILLA, SER COMO LOS
LOBOS.
Todo hecho traumático se vive como un golpe. Aunque más
bien deberíamos describirlo como una quemadura, porque es así como lo siente
nuestro cerebro.
Las rupturas afectivas, por ejemplo, provocan una
respuesta muy intensa en la corteza somatosensorial secundaria y la ínsula
dorsal, áreas relacionadas claramente con el dolor físico, como lo que
experimentamos por ejemplo, al sufrir una quemadura. Si no logramos gestionar
de forma adecuada la pérdida, la ruptura o ese suceso impactante. Nuestro
cerebro quedaría sometido a un estado de estrés postraumático persistente donde
la persona queda, literalmente, fragmentada.
Para reducir el impacto de estas vivencias, podemos
entrenarnos en tres sencillas estrategias que nos pueden ser muy útiles también
en las dificultades del día a día.
TRES CLAVES ILUSTRATIVAS PARA APRENDER A SER
RESILIENTES.
Los recursos psicológicos implicados en la gestión de
los cambios se pueden entrenar en nuestra cotidianidad. Si lo pensamos bien, no
hay día en que no debamos enfrentarnos a una renuncia, a algún pequeño cambio, reto
o desafío. Todo momento es bueno para adquirir adecuadas competencias. Solo así
estaremos preparados cuando la vida nos ponga a prueba.
Tres sencillas claves para conseguirlo.
La
sabiduría del bambú. El bambú es la planta que
crece más rápido en el mundo vegetal. Ahora bien, ese crecimiento acontece
después de unos años donde se dedica solo a favorecer un adecuado crecimiento
interior. Echando raíces, nutriéndolas. Más tarde, ni el más feroz embiste de
viento logra derribar al bambú Porque es flexible, porque cuenta con un mundo interior
fuerte y resistente. Vale la pena imitar este proceso: fortalecer los pilares
de nuestra personalidad y nuestro mundo emocional y adquirir esa flexibilidad
con la cual, impedir que la adversidad nos golpee hasta vencernos.
Seamos
arcilla, adaptémonos a los cambios. Pocos materiales nos dan tantas posibilidades a la hora de expresar nuestra
creatividad. Asumamos esa característica, seamos capaces de cambiar de forma
con valentía y originalidad para superar esos momentos complejos.
El lobo
conoce a sus depredadores y se defiende. Pocos animales son tan ávidos a la hora de intuir a sus enemigos.
Sobreviven en condiciones extremas, lo dan todo por su manada, son observadores
y saben luchar.
El lobo, antes que feroz es sabio. Imitar alguno de
sus comportamientos nos puede ayudar a superar esos terrenos complejos que nos
trae la adversidad. Porque un corazón
fuerte es el reflejo de un alma que conoce a sus prioridades y que no duda en
darlo todo por aquello que ama.
Valeria Sabater.
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