Nuestra personalidad es la lente a través de la que vemos
nuestra vida. A través de ella reaccionamos ante el mundo y experimentamos y
enjuiciamos acerca de él, abarca nuestros pensamientos, nuestros sentimientos,
nuestras sensaciones, motivaciones y sueños, además lleva el sello de nuestra
historia familiar.
A nivel inconsciente, nuestra personalidad nos conecta
con nuestro sistema de creencias, aprendidas de nuestros padres; nos pone en
contacto con nuestros niño interno; con nuestros recuerdos, buenos y malos, con
nuestros sueños, con nuestro miedos y traumas.
Pero ocurre, que en ese nivel profundo, existen también
recuerdos de experiencias de vidas pasadas, con información importante de
quienes y qué hemos sido. Toda esta información, se transforma en fuente de
motivación de nuestros impulsos, de nuestros miedos a afrontar el presente y de
nuestras relaciones.
Todas las relaciones importantes nos facilitan
información acerca de nuestros puntos ciegos. Jung pensaba que cuanto más
profundamente reprimimos los pensamientos y sentimientos respecto de nosotros
mismos, más intensamente los creamos fuera de nosotros como conflictos y caos.
Atraemos a otras personas para que nos enseñe precisamente lo que
conscientemente no queremos saber de nosotros mismos. Una vez que comprendamos
esto, seremos capaces de transformar aquellos comportamientos que necesitan un
cambio.
A menudo, las experiencias de nuestra vida suelen
influir en la dirección de la personalidad, haciendo que nos desviemos del
camino evolutivo que teníamos trazado. Nuestro desafío, como adultos
espirituales que somos, es encontrar la ruta adecuada en la que nuestra
personalidad, alineada con nuestro espíritu pueda avanzar. Solo entonces nos
sentiremos plenos y equilibrados, recordando por fin el camino a Casa.
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