sábado, 15 de febrero de 2014

LA IRA, EL ENFADO.


 
 
“Aferrarse a la ira es como agarrar un carbón caliente, con la intención de tirarlo a alguien más.
Tú eres el que se quema.” Buda
Cuando tenemos algún tipo de enfrentamiento con otra persona, o  nos hacen o dicen algo que no nos gusta, solemos quedarnos con un sentimiento en nuestro interior que se puede convertir en rencor si no sabemos gestionarlo. No es fácil pasar página ante lo que consideramos un agravio, y puede, que intentemos convencernos de que no nos afecta, de que estamos por encima del rencor, pero cuando pasa un tiempo, ante cualquier cosa que nos haga recordar el evento, o la situación que lo produjo; el rencor está ahí.
Si recapacitamos y nos observamos, nos daremos cuenta de que guardarnos rencores, acordarnos de disputas, y darle vueltas a las discusiones que hayamos podido tener perjudica gravemente; ¿A quién?, pues a nosotros mismos. Estos sentimientos los sentimos directamente en nuestro cuerpo, y se convierten en un bloqueo o una sensación como un hormigueo incomodo en nuestro plexo solar, que es el centro energético relacionado con las emociones.
Si no somos conscientes de esto, si no practicamos la autoobservación, alimentaremos estos sentimientos con pensamientos que justifiquen y nos lleven a tener más rencor, pensando en lo mal que lo hizo la otra persona, en cómo nos pudo hacer algo así, lo cual nos llevara a romper y separarnos definitivamente de la persona que consideramos causante de nuestro enojo. Todos estos pensamientos y emociones, drenarán nuestra energía vital, dejándonos sin fuerzas y, expuestos a cargar con cualquier “virus” que se encuentre a nuestro alrededor.
Por el contrario, si sabemos gestionar nuestros rencores, si aceptamos la situación y conseguimos ver más allá de la ofensa, nos sentiremos libres, relajados, sin bloqueos, y sentiremos nuevamente la presencia de nuestra energía vital activa en todo nuestro cuerpo, especialmente en nuestro corazón.
Desde esta visión, es mucho más fácil empezar a sentir aceptación hacia los demás, y por supuestos hacia nosotros mismos. Aprender poco a poco a hacerlo de verdad, desde el corazón, ya que si lo hacemos encarando las situaciones desde el esfuerzo de aceptar a los demás inspirados por el común conocimiento de que “perdonar es algo bueno”, esto parece muy noble, pero nos puede costar muy caro, ya que el esfuerzo nos puede resultar infructuoso.
Cualquier hecho que ocurre a nuestro alrededor, nos es de utilidad para conocernos, para sanar y gestionar situaciones pasadas, siendo la otra persona un facilitador que nos muestra algo que debemos sanar. Y afrontar las cosas con serenidad, nos ayudara a sincerarnos con la otra persona, haciéndole ver que su actitud nos  ha lastimado, quizás porque nos ha abierto heridas del pasado. Lo mejor, es intentar decir lo que sentimos, compartirlo con el otro, abriéndonos a él desde el corazón. Es el miedo el que nos hace cerrarnos y no decir nada, y es el Amor es que nos ayuda a abrirnos y compartir.
Puede ser que al sincerarnos, la otra persona no quiera saber nada, eso suele ser un mecanismo de defensa para evitar hacerse cargo de sus propias acciones. En ese caso, será el viaje de la otra persona el trabajar sus rencores. No nos preocupemos si al principio nos resulta difícil gestionar  nuestros enfados, generalmente crecemos en espirales ascendentes, y nos parece que repetimos y volvemos a pasar por las mismas situaciones, pero no es así, siempre estamos avanzando, sanando y evolucionando.
Carmen.

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