A menudo, en el camino de nuestra existencia, se nos cuelan piedras en los zapatos cuya presencia es sumamente incómoda y dificultan la experiencia de una buena Vida porque dañan el calzado y el calcetin existencial, y pueden llegar a lesionar gravemente nuestra piel anímica. Lo razonable, una vez se nos ha colado la piedrecita, es detenerse y librarnos de ella.
Pero aunque resulte paradójico, a veces preferimos encajarla entre los dedos o hacerle un rincón en algún lugar del zapato antes de detenernos, sentarnos o apoyarnos en la pared para descalzarnos y volver a dejar a nuestra molesta inquilina en el camino del cual procede.
Los motivos de preferir llevar la china con nosotros pueden tener con la inercia, con la prisa, la vergüenza o la pereza. Así que la pequeña tortura puede llegar a convertirse en una ocupante que nos acompañe un buen trecho hasta quien sabe dónde.
En los zapatos de nuestro corazón se pueden colar también piedras que toman la forma de relaciones no deseadas o tóxicas, algo que en lugar de hacernos crecer nos hunden anímicamente. Compañías limitadoras, castradoras, psicológicamente víricas o negativas, que nos hacen sentir mal y nos abren las puertas al agotamiento psicológico e incluso a la depresión. Son además causantes de serios daños a nuestra autoestima, así como frenos a nuestro potencial de desarrollo como personas.
En nuestras relaciones, al igual que en el amor, tenemos que poner limites. Porque el amor no es resignación, vulneración de principios, sumisión , descalificación o engaño. Los límites del amor están en nuestro amor propio, en nuestra dignidad.
Todo ser humano tiene derecho a ser amado con dignidad. Allí está el límite y también el origen de toda relación. El amor no es canibalismo físico, afectivo ni intelectual, amar es compartir; es construir respetando las fronteras que nos separan y que a la vez nos unen; es la suma de las diferencias que nos definen pero que nos complementan.
Amar es dar alas respetando el compromiso adquirido y las expectativas forjadas entre ambas partes. No es esclavizar; someter ni depender, más bien todo lo contrario: el verdadero amor no es más que el deseo inevitable de que el otro sea quien en verdad puede llegar a ser, precisamente, porque nos brindamos a acompañarle, a superar sus propios límites.
No puede haber compromiso sin confianza y está a su vez no es posible sin respeto.Tener claro cuán es mi límite y cuál el tuyo es un ejercicio que sólo nace de la consciencia. Pero para ello es necesaria una madurez emocional que debe ser trabajada. Porque el amor es un arte que implica reflexión, trabajo, cuidado del detalle, aprendizaje continuo y diálogo sincero.
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