TODO EL MUNDO ME CAE MAL….
Cuando
todo el mundo te cae mal puedes sentirte solo, aislado e incomprendido.
Descubre a que se debe esto y cómo puedes empezar a sentirte mejor en compañía
de los demás.
Para
la mayoría de las personas, la vida social es una gran fuente de apoyo y
gratificación. Disfrutan pasando tiempo con los otros, conociendo gente nueva y
relacionándose. Sin embargo, hay para quienes supone una experiencia negativa y
decepcionante.
“todo
el mundo me cae mal”, “no logro conectar con los demás”, “me parecen crueles,
vacíos y superficiales”. ¿Te sientes identificado con estas afirmaciones?
Entonces, veamos a qué
puede deberse.
Es
importante diferenciar entre quienes albergan estos sentimientos en momentos
puntuales (tal vez por estar atravesando una situación difícil o por haber
tenido un conflicto con alguien) y
quienes lo llevan sintiendo prácticamente toda su vida.
En el
primer caso, podría ser una reacción natural y pasajera que no supone mayor
problema. Sin embargo, en el segundo, es necesario indagar sobre el origen y
buscar una solución.
Si
sientes que todo el mundo te cae mal, es necesario que recuerdes que no hay
nada malo en ti; tampoco necesariamente en los demás. Seguramente solo se trate
de realizar ciertos ajustes en tu perspectiva y comportamiento para poder
revertir esta situación.
Estas son algunas de las
causas que pueden estarte llevando a sentirte así:
1. Elección del entorno.
Con
frecuencia, las personas que sienten este rechazo hacia los demás son
diferentes en algún grado. Tal vez poseen una sensibilidad especial, un
carácter introvertido o unas aficiones o intereses poco comunes. Así, resulta
difícil para ellos encajar con el grueso de la sociedad e identificarse con sus
valores.
Si yo
amo la naturaleza, la lectura y la
tranquilidad, y paso años de mi vida tratando de integrarme entre personas
sumamente extrovertidas, fiesteras y activas, lo más normal es que termine
saturado, abrumado y desgastado. Y que, además, termine experimentando rechazo hacía esos otros que no me comprenden y
no me permiten ser.
Por
esto, es fundamental que aprendamos a ser selectivos con nuestros entornos. Si
todo el mundo me cae mal, tal vez deba “cambiar de mundo”, buscar mi tribu,
conectar con personas afines en lugar de seguir tratando de mimetizarme con
quienes nada tienen que ver conmigo.
Los
demás no tienen por qué cambiar para complacerme, pero tampoco yo he de
renunciar a mi esencia: la clave está en saber
elegir con quién voy a relacionarme. Además, por supuesto, de salir sin
dilación de entornos tóxicos en los que la manipulación emocional o la agresión
de cualquier tipo estén presentes.
2. Pensamiento rígido,
intolerancia y exigencia
Aunque
nos cueste aceptarlo, hemos de reconocer que en ocasiones somos excesivamente
rígidos a la hora de relacionarnos con otros. Sin darnos cuenta, albergamos una
serie de sesgos cognitivos que nos invitan a interpretar la realidad de formas
poco apropiadas.
Por
ejemplo, podemos tener ideas extremas o
poco flexibles sobre cómo deberían se las personas, cómo deberían ser las
relaciones y de qué forma deberían transcurrir los acontecimientos. Así,
cuando la realidad no se ajusta a estas expectativas rígidas, sentimos una frustración
que no sabemos manejar. En este aspecto, resulta muy positivo trabajar la
tolerancia y la flexibilidad mental. Hemos de abordar estas exigencias y
ajustarlas, dejar de buscar tener el
control y comenzar a aceptar las situaciones y las personas tal y como son.
Esto no implica que debamos relacionarnos o simpatizar con todo el mundo, pero
sí nos ayuda a deshacernos de esa rabia y ese juicio negativo que emitimos.
Cuando
todo el mundo me cae mal, es difícil para mí ser compasivo y empático, pero es importante que haga este
esfuerzo. Recuerda que las personas tan exigentes e intolerantes suelen serlo
también consigo mismas (aunque no lo perciban), por lo que seguramente también
te estés haciendo daño a ti con estas ideas férreas.
3. Ansiedad social y miedo
al rechazo
Por
último, cabe contemplar la posibilidad de que exista una ansiedad social de
fondo que explique este sentimiento. A primera vista, parece contraintuitivo:
en realidad, la ansiedad social se caracteriza por un deseo de establecer relaciones
que se ve opacado por un gran miedo a
ser juzgado y rechazado por los demás. Sin embargo, es frecuente que, como
mecanismo de defensa, la persona termine sintiendo rechazo hacia los otros en
primer lugar.
De
algún modo, es más sencillo aceptar que
los demás me caen mal, que no me gusta cómo son y que no quiero tener que
ver con ellos, a asumir la posibilidad de que sean ellos quienes me rechacen a
mí. Es una forma en la que nos auto-convencemos para no tener que hacer frente
a ese temor que nos paraliza.
“No
es que me dé miedo relacionarme con otros; evito hacerlo porque no me agradan”.
De nuevo, la solución no pasa por
establecer relaciones con todo el mundo, pero si por aceptar que este miedo
existe y que es importante trabajarlo. Solo de este modo podremos
verdaderamente escoger nuestros vínculos con libertad.
Si todo el mundo me cae
mal, puedo buscar ayuda
Sentir
este rechazo generalizado hacia otras personas difícilmente va a hacer que nos
sintamos bien y, de hecho, es muy perjudicial. Como seres sociales, necesitamos relacionarnos con otros,
recibir su apoyo y compartir experiencias vitales. Así, esta incapacidad
para conectar puede aislarnos y llevarnos a sufrir profundos sentimientos de
vacío y soledad.
No es
necesario que cambies tu forma de ser, tus gustos, tus valores o ideales.
Tampoco tienes por qué conectar con todo el mundo o encajar en el molde, pero
sí es necesario que seas capaz de buscar
tu espacio y construir vínculos significativos.
Y,
para ello, posiblemente necesites el acompañamiento profesional. Un terapeuta puede
ayudarte a indagar en el origen de tus sentimientos y dar los pasos necesarios
para mejorar tu situación.
Elena Sanz
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