“Las mejores cosas de la vida son
inesperadas porque no teníamos expectativas”, Dijo Eli Khamarov, y
no le faltaba razón. La felicidad suele ser proporcional a nuestro nivel de
aceptación e inversamente proporcional a nuestras expectativas.
Las expectativas están presentes en nuestro día a día, acechándonos con su carga de ilusiones y pretensiones. Pero cuando
no se cumplen –algo que puede ocurrir a menudo- resbalamos hasta caer en el
agujero de la frustración, el desengaño y la desilusión.
¿Qué son las expectativas? Su
significado.
Las expectativas son creencias personales sobre los sucesos que pueden
ocurrir – o no. Son suposiciones de cara al futuro, anticipaciones basadas en
aspectos subjetivos y objetivos. De hecho, las expectativas se desarrollan a
partir de una compleja combinación de nuestras experiencias, deseos y
conocimiento del entorno o de las personas que nos rodean.
Las expectativas varían desde una pequeña posibilidad de ocurrencia hasta
una ocurrencia casi segura. Algunas expectativas tienen un carácter
automático ya que están alimentadas fundamentalmente por nuestros deseos,
ilusiones y creencias, por lo que las alimentamos sin ser plenamente
conscientes de su origen y sin contrastar cuán realistas son.
¿Cuáles son las funciones de las
expectativas?
La principal función de las expectativas es prepararnos para la acción. Si
nos anticipamos mentalmente a lo que pueda ocurrir, podemos preparar un plan de
acción para que la vida no nos tome por sorpresa. De hecho, la mayoría de
nuestras decisiones no se basan exclusivamente en los datos objetivos –como nos
gusta creer- sino en las expectativas que albergamos sobre los resultados de
esas decisiones.
Eso significa que cada decisión es, de cierta forma, un acto de fe. Detrás
de cada decisión se esconde la confianza en que nuestras expectativas sobre las
consecuencias de nuestra elección ocurrirán. El problema es que esperar que
algo suceda no hará que suceda, de manera que cuando las expectativas son poco
realistas pueden terminar jugándonos malas pasadas y, en vez de ayudarnos a
prepararnos mentalmente, nos abocan a la frustración.
Si
creemos que el simple hecho de albergar ciertos deseos, hará que ocurran,
estamos alimentando un pensamiento mágico y sentando las bases para la
decepción. Todos hemos alimentado expectativas en ciertas circunstancias poco
realistas, como estas:
La vida debería ser
justa. La
vida no es justa, a las “personas buenas” les suceden cosas malas. Esperar que
podamos librarnos de los problemas y dificultades solo porque somos “buenos” es
un ejemplo de expectativa poco realista que solemos alimentar.
Las personas tiene que
entenderme. Todos sufrimos en cierta
medida el Efecto del Falso Consenso, un fenómeno psicológico según el cual
solemos pensar que un gran número de personas piensan como nosotros y que
tenemos razón. Pero no siempre es así, cada quien tiene su punto de vista y no
tiene que coincidir con el nuestro.
Todo saldrá bien. Es una frase que nos
decimos a menudo para infundirnos confianza, pero lo cierto es que si no nos
aseguramos de que las cosas salgan bien poniendo manos a la obra, nuestros
planes podrían torcerse en cualquier momento.
La gente debería comportarse
bien conmigo. Esperamos que las personas sean amables y estén dispuestas a
ayudarnos, pero no siempre será así. A algunas personas no les caeremos bien y
a otras simplemente no les importamos. Debemos asumirlo.
Puedo cambiarlo. Solemos pensar que
podemos cambiar a los demás, una expectativa bastante común en las relaciones
de pareja. Pero lo cierto es que el cambio personal debe provenir del interior,
de una motivación intrínseca. Podemos ayudar a un persona a cambiar, pero no
podemos cambiarla.
Las ventajas de dominar tus expectativas
Asumes la responsabilidad por tus decisiones
Las expectativas no son hechos, son simples probabilidades, comprender esta
diferencia, que no es meramente terminológica, nos permitirá tomar las riendas
de nuestra vida. Eso significa que, si deseas que ocurra algo, debes asumir una
actitud proactiva y dar los pasos que sean necesarios para que ese deseo se
convierta en realidad, no esperar pacientemente a que los demás adivinen qué
quieres o esperas de ellos.
Las personas que no se sientan a esperar a que los demás cumplan con sus
expectativas, sino que luchan por lo que quieren, no suelen adoptar el papel de
víctimas o mártires, sino que se encargan de hacer que las cosas sucedan.
Separas tus deseos de tus deberes
La mayor parte del tiempo funcionamos en piloto automático asumiendo la
“mentalidad de la manada”; es decir, nos dedicamos a cumplir con nuestros
deberes. Sin embargo, los deberes no son más que las expectativas que nos
han impuesto los demás, ya sea la familia o la sociedad.
Cuando no cumplimos nuestros deberes, nos sentimos culpables. Pero si
cumplimos con ellos esperamos una recompensa y cuando esta no llega, nos
enfadamos y desilusionamos. En cualquier caso, siempre llevamos las de perder
porque estamos inmersos en un estado emocional negativo permanente. Sin
embargo, deshacernos de nuestras expectativas también implica comprender que no
necesitamos satisfacer las expectativas de los demás. Y se trata de un proceso
liberador a través del cual entras en contacto con tus verdaderos deseos y pasiones,
que son dos ingredientes fundamentales para lograr lo que te propones en la
vida.
Disfrutas más del presente
“No cruces el puente hasta que no llegues a él”, aconseja un refrán
inglés. Necesitamos comprender que las expectativas están conformadas por
retazos del pasado, que nos han servido para realizar la predicción, y por
deseos para el futuro pero no contienen ni una pizca de presente, que es lo
único que realmente tenemos. Las expectativas sin acción solo sirven para
encerrarnos en la trampa del futuro, nos limitan al papel del ajedrecista que
está sentado a la espera del movimiento de su adversario, mientras por su mente
pasan todas las posibles jugadas para contraatacar.
Además, a menudo las expectativas se convierten en unas gafas que nos
impiden ver el mundo con claridad. Al esperar algo, podemos desaprovechar otras
oportunidades, como si estuviéramos en el andén de una estación esperando un
tren que nunca llega y, mientras tanto, dejamos que los otros se marchen. Al
contrario, tener expectativas realistas nos permite vivir en el presente,
construirlo y aprovechar las oportunidades que este nos brinda.
¿Cómo ajustar las expectativas?
Controla la mente expectante. En el budismo se
hace referencia a la “mente expectante” para referirse a aquellas personas que
esperan algo, pero no ponen manos a la obra para lograrlo. Desde esta óptica,
las expectativas serían tan inútiles como una danza india para llamar la
lluvia. De hecho, son contraproducentes porque cuando no se cumplen, solo
sirven para generar dolor y
sufrimiento, irritación y tristeza. ¿La solución? Controlar esa
mente expectante. Podemos lograrlo abriéndonos más a la incertidumbre y al
discurrir de la vida, viviendo las situaciones sin anticipar un resultado.
Diferencia las expectativas realistas de
las poco realistas. Las expectativas nos ayudan a prepararnos para el futuro, por lo que
podemos usarlas a nuestro favor, solo necesitamos aprender a diferenciar las
expectativas realistas, esas que tienen grandes probabilidades de convertirse
en realidad, de aquellas poco realistas que se basan casi exclusivamente en
nuestros deseos. Debemos tener en cuenta que “las expectativas poco
realistas son resentimientos premeditados”, como dijera Steve Lynch, ya que
existen grandes probabilidades de que no se cumplan. Esperar que una persona
haga algo a nuestro favor que vaya en contra de sus intereses es poco realista.
En cambio, esperar que esa persona haga algo a nuestro favor que también le
favorece es una expectativa más realista.
Comunica tus expectativas. Creer que una
expectativa no verbalizada nos traerá lo que deseamos es un pensamiento mágico
y poco realista. En realidad, es muy probable que una expectativa no
expresada no se cumpla. Por tanto, si esperamos algo de los demás, no debemos
esperar que nos lean el pensamiento, lo mejor es comunicar nuestras
expectativas, explicarles lo que deseamos y conocer su disposición para
ayudarnos.
Prepara un plan B. Comunicar
nuestras expectativas no siempre es suficiente para que estas se hagan
realidad. Entre nuestros planes y su consecución influyen muchos factores que
escapan de nuestro control, por lo que lo más inteligente es tener preparado un
plan B. Como dijera el escritor Denis Waitley: “Espera lo mejor, planea para lo peor y prepárate para sorprenderte”.
Esa es la actitud.
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