Con frecuencia, oímos decir que existen
unos seres más evolucionados espiritualmente que otros, convirtiendo de esta
manera la espiritualidad en una forma de competición para ver quien está más
adelantado en el camino. La verdad es que esta manera de pensar constituye uno
de los mayores errores que cometemos cuando comenzamos a abrirnos al mundo
espiritual. La realidad es que todos somos iguales, todos somos almas perfectas
y nuestro origen es exactamente el mismo.
Todos somos seres espirituales viviendo una
experiencia dentro de un cuerpo físico, aunque lo que experimentamos dentro de
ese cuerpo nos parece tan real que terminamos identificándonos con él y
acabamos por olvidar cual es nuestro origen verdadero. Para el cuerpo lo único
que parece real es lo que percibe con los cinco sentidos, pero esta idea no es
más que una ilusión. Nuestra verdadera naturaleza va mucho más allá del cuerpo
en el que nos encontramos en este momento. Nuestro espíritu (o alma) es la
parte más real de nosotros, ya que siempre permanece intacta, es nuestro
verdadero YO, en el que se van acumulando todas las experiencias que hemos
vivido a lo largo de nuestra existencia.
En el alma se encuentran todos los
recuerdos de quienes hemos sido, mientras que nuestro cuerpo no es más que el
traje con el que se ha vestido nuestra alma para vivir una experiencia física
concreta. Va cambiando con el paso del tiempo y llega un momento en el que
tenemos que dejarlo atrás porque se ha deteriorado tanto que no es capaz de
seguir adelante.
Por lo tanto, nuestro cuerpo no es nuestro
auténtico ser.
Podemos comparar el viaje del alma con un
día en nuestra vida.
Cuando el día comienza, nos levantamos y
planificamos lo que haremos durante la jornada, luego nos vestimos y salimos a
vivir experiencias. Cuando llega la noche, recapacitamos sobre lo que hemos
hecho durante el día, nos quitamos la ropa y nos vamos a dormir. En una escala
diferente, cuando el alma decide encarnarse, es decir, vestirse con un nuevo
cuerpo físico, es como si entrara en un profundo sueño y comenzara a vivir dentro
de esa fantasía como si fuera real, olvidando su procedencia e identificándose con
su personalidad y con su nuevo “traje”.
Cuando el alma abandona este cuerpo físico,
nace a un estado en el que es capaz de sentir y experimentar plenamente su
verdadera esencia. En ese momento, pasamos a ser espíritus puros, y se podría
decir que es entonces cuando estamos totalmente despiertos. Dejamos de
identificarnos con nuestro cuerpo y nos vemos tal y como verdaderamente somos.
Entonces, tomando como ejemplo esta metáfora, nuestra tarea consistirá en ir
despertando poco a poco desde la realidad física (el sueño) a la realidad
espiritual (estar despierto). Se está más o menos despierto en la medida en que
se es consciente de la parte espiritual en cada uno.
¿Qué enseñanza podemos sacar de todo esto?
Pues en verdad, la moraleja más importante es la siguiente: tú eres el soñador.
Y de la mismo forma en que en ocasiones te das cuenta de que estás soñando
mientras duermes y cambias conscientemente lo que ocurre dentro de tu sueño,
puedes hacer lo mismo con lo que pasa en tu vida.
Si estás viviendo una vida feliz (dulces
sueños), sigue adelante. Pero si estás viviendo una vida llena de infelicidad
(pesadilla) cámbiala. ¿Cómo? Cambiando la forma en la que piensas
habitualmente. Recordando que tú tienes el poder, que tú cuerpo no eres tú y
que lo que está ocurriendo no es más que un mal sueño y que puedes despertarte
cuando quieras entrando en contacto con tu verdadero ser, es decir, con la LUZ
DE TU ESPIRITU.