Muchos de nosotros nos identificamos con la voz de la mente, con ese torrente incesante de pensamientos involuntarios y las emociones que los acompañan, creyendo que somos el pensador. Sin embargo, no podemos olvidar que en cada pensamiento, en cada recuerdo, interpretación, opinión, punto de vista, reacción y emoción está el ego. El contenido de la mente está condicionado por el pasado, la crianza, la cultura, la historia familiar, etc. Toda la actividad mental consta de pensamientos y emociones con los que nos identificamos, en la mayoría de casos cuando decimos “yo” es el ego quien habla, no nosotros.
¿En qué sentido son iguales?
Los egos viven de la identificación y la separación.
Cuando vivimos a través del ser emanado de la mente, constituido por
pensamientos y emociones, la base de nuestra identidad es precaria porque el
pensamiento y las emociones son, por naturaleza, efímeros y pasajeros. Así, el
ego lucha por sobrevivir, tratando de protegerse y engrandecerse. Para mantener
el pensamiento del Yo necesita el pensamiento opuesto de “el otro”. El “yo”
conceptual no puede sobrevivir sin el “otro” conceptual. Los otros son más
“otros” cuando los vemos como enemigos.
En un extremo de la escala de este patrón egotista
inconsciente está el hábito compulsivo de hallar fallos en los demás y quejarse
de ellos. En otro extremo de la escala está la violencia física entre los
individuos y la guerra entre naciones. Obviamente, cuando criticamos o
condenamos al otro, nos sentimos más grandes y superiores.
Algunos egos sobreviven a base de lamentos
únicamente, quizás porque no tiene mucho más con lo cual identificarse. Cuando
somos presa de esa clase de ego, nos lamentamos habitualmente, en particular de
los demás, lo hacemos inconscientemente, lo cual significa que no sabemos lo
que hacemos. Aplicar rótulos mentales negativos a los demás, ya sea en su cara
o cuando se habla de ellos con otros, suele ser uno de los componentes de este
patrón. El resentimiento es la emoción que acompaña a las lamentaciones y a los
rótulos mentales, y refuerza todavía más el ego, equivale a sentir amargura,
indignación, agravio u ofensa. Algunas veces, la “falta” que percibimos en otra
persona ni siquiera existe. Es una interpretación equivocada, una proyección de
una mente condicionada para ver enemigos en los demás y elevarse por encima de
ellos.
No reaccionar al ego de los demás es una de las
formas más eficaces no solamente de trascender el ego propio sino también de
disolver el ego colectivo de los seres humanos. Pero solo podemos estar en un
estado donde no hay reacción si podemos reconocer que el comportamiento del
otro viene del ego, que es una expresión de la disfunción colectiva de la
humanidad. Cuando reconocemos que no es personal, se pierde la compulsión de
reaccionar como si lo fuera, haciendo aflorar la cordura en los demás, es
decir, oponer la conciencia incondicionada a la condicionada. En ocasiones
quizás sea necesario tomar medidas prácticas para protegernos contra personas
profundamente inconscientes, y podemos hacerlo sin crear enemistad. Sin
embargo, la mayor protección es permanecer en la conciencia.
Tratar de atrapar a la voz de nuestra mente en el
momento mismo en que se queja de algo, reconocerla por lo que es: la voz del
ego, nada más que un patrón mental condicionado, un pensamiento. Cada vez que
tomemos nota de esa voz, nos daremos cuenta de que no somos la voz, sino el que
toma conciencia de ella. Así nos liberaremos del ego, de la mente no observada.
Tan pronto como tomemos conciencia del ego, dejara de existir convirtiéndose en
un viejo patrón mental condicionado.
El ego implica inconciencia…la
conciencia y el ego no pueden coexistir.
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