No
puede haber mejor manera de diezmar la Tierra que a través del acto de revertir
su expansión natural. Sin embargo esto es lo que ha ocurrido durante los
últimos dos siglos, erradicando la biodiversidad de las granjas y forestal, en
una obsesionada búsqueda de una visión de túnel de especialización y ganancias.
Es
casi imposible comprender los niveles de destrucción que han acompañado a la
marcha implacable del “progreso”.
Pero:
¿Dónde empezó todo?
Es
seguro decir que el comienzo de una revolución
industrial en las islas británicas alrededor de 1750 jugó un papel fundamental en la puesta
en marcha, por primera vez de la producción de alimentos como una “mercancía”.
Hasta
ese momento, la agricultura era en gran parte, un asunto de familia, en la que
la primera prioridad era la de alimentar a la familia y sólo entonces era el excedente
llevado al mercado.
La
demanda voraz de la revolución industrial de materias primas puso en marcha la
primera fase, de la destrucción de la flora y fauna en todo el mundo, negando a
la mayor parte de la humanidad la oportunidad de nutrirse y auto-sanarse de
forma gratuita.
Con
el inicio del proceso de la industrialización llegó una nueva forma de pensar.
Una que vio la diversidad como “competencia” y la naturaleza como algo “a ser
conquistado”. De repente, millones de
años de expansión de diversidad biológica evolutiva se estancaron y luego fue
revertida.
En
el Reino Unido, esto coincidió con la apropiación de tierras, hecho conocido
como “los recintos”, que en un periodo de ciento cincuenta años, logro expulsar
ignominiosamente a los campesinos indígenas de sus tierras; sustituyéndolos por
agricultores “terratenientes” orientados a las ciencias agro-industriales que favorecen
el desarrollo de cultivos de mayor rendimiento, animales más carnosos y el enfoque especializado del
laboratorio científico.
Esto
llevó a sembrar “hibridación” en un desenfreno por rendimientos máximos dejando
a un lado la preocupación por mantener la ecología y la biodiversidad,
esenciales en el mantenimiento y el equilibrio general de la naturaleza.
La
tutela de la tierra fue de este modo terminal, alejada de aquellos que
entendían mejor sus secretos. Trágicamente, este modelo de agricultura reduccionista
se amplió a las zonas del mundo que nunca habían tenido una revolución
industrial. Modelo que, al día de hoy, sigue siendo aclamado por sus
partidarios como la forma más “eficiente” de suministrar los alimentos
producidos en masa a una población mundial en expansión. Un sistema que relega
al agricultor al segundo lugar y con
orgullo promueve la granja mecanizada y tecnológicamente dependiente, y la
bolsa de fertilizante de nitrato sintético, como salvadores de la humanidad.
Una
granja adaptada a una fórmula farmacéutica para la propagación máxima de
cultivos y semillas de laboratorio hibridadas, un paquete seductor para una
nueva generación de agricultores generada por este nuevo mundo. Después de
todo, les están ofreciendo un paquete de semillas y químicos con los que uno casi podría invalidar las variedades de
la naturaleza, y producir cultivos reglamentados de una manera uniforme y
animales con una fórmula pre-planeada.
La
hibridación y la comercialización de semillas se puso en marcha en 1850, y pudo
ser ejecutado de acuerdo a las promesas de sus creadores de laboratorio, cuando
eran acompañados de una explicación precisa de nitrato sintético; un producto
fabricado mediante la extracción de nitrógeno de la atmósfera, usando petróleo
como combustible principal para la activación de este proceso.
Este
proceso entra directamente a la raíz de la planta haciéndola adquirir su
sustento directamente de una fuente artificial y pasando por alto la necesidad
de recurrir a la mezcla común a todos los suelos naturalmente fértiles. Como
resultado, el A.D.N de la celulosa del tallo de la planta se debilita haciendo
que la planta sea susceptible a los ataques de plagas y enfermedades.
Para
contrarrestar esta anomalía, los técnicos del gobierno y la industria durante
el siglo pasado, han desarrollado y fabricado una amplia gama de sintéticos, sustancias
toxicas capaces de matar las plagas, hongos y las malas hierbas. La industria
combinada agroquímica/farmacéutica está detrás de los millones de aerosoles
tóxicos que azotan nuestros campos, y se ha convertido en una potencia
transnacional masiva de las semillas modificadas genéticamente tomando el
control de las operaciones de alimentos y la agricultura en todo el mundo.
Hoy, un típico
agricultor de cultivo comercial tiene una selección de aproximadamente tres mil
mezclas químicas para elegir en la planificación de su régimen anual de
protección de cultivos.
Cada uno de ellos tiene
un efecto directo y perjudicial en suelo de las tierras de cultivo, los
insectos y la flora - pero también más allá de la granja - en el aire que
respiramos, así como los ríos, arroyos y los mares en los que estos
hidrocarburos sintéticos microscópicos se abren paso.
La Organización Mundial
del Comercio se sienta firmemente a la cabeza de esta tabla, exponiendo las
reglas del comercio mundial y empujando sus ambiciones en los comités
parlamentarios en gran medida sin resistencia de los gobiernos de todo el
mundo.
Vivimos en un
planeta cuya capacidad de gloriosa resistencia
se manifiesta día a día, a pesar
de todo lo que se produce en ella. Este mundo es nuestro jardín y sólo
nosotros podemos garantizar que se nutra de nuevo en un ambiente digno de ese
nombre.
Por lo tanto, detener la
marcha del ecocidio es la mayor contribución que podemos hacer a la vida en la
Tierra. Es una acción que nace del honor para la fuente de la vida misma -
y no puede haber ningún incentivo mayor que el de levantarse y ponerse en
marcha - y no descansar hasta que esté hecho el trabajo.
Ahora tenemos la tarea
de usar estos conocimientos para
provocar una revolución que invierta
todos los actos continuos de ecocidio y rejuvenezca, nutra y sostenga nuestro
hogar único para las generaciones venideras.