En nuestro día a día, solemos utilizar las palabras
“dolor” y “sufrimiento” indistintamente. El dolor genera sufrimiento y el
sufrimiento genera dolor, por lo que en nuestra mente ambas sensaciones están unidas
indisolublemente. Sin embargo, existe una diferencia sutil entre ambos
conceptos, una diferencia que puede marcar un gran cambio en la forma de
afrontar la vida y la adversidad.
La
diferencia principal entre el dolor y el sufrimiento radica en la forma de
enfrentar los problemas, los conflictos y las dificultades que van surgiendo.
El dolor es una respuesta automática ante algo que nos ha hecho daño, ya sea a
nivel físico o psicológico. Podemos experimentar dolor cuando nos cortamos un
dedo, pero también cuando perdemos a un ser querido, cuando alguien nos humilla
o nos desprecia.
Así
pues, el dolor es una respuesta que no
podemos evitar ya que se activa inmediatamente después del suceso.. Pero
podemos elegir entre dos caminos: aceptar la existencia del dolor y
enfrentarlo, o negarlo y hacer como si no existiera.
Sin
embargo, el sufrimiento es otra cosa, es el resultado de la interpretación
negativa que le damos a ese dolor a lo largo del tiempo. Por tanto, aunque el
dolor pueda ser necesario para crecer,
el sufrimiento es innecesario y nos limita.
¿Qué sucede en el
cerebro que sufre?
El sufrimiento se genera a partir de los significados negativos que le
damos a determinadas situaciones dolorosas, pero se mantiene debido a nuestro
miedo a experimentar esas emociones negativas.
Cuando negamos o queremos ocultar el dolor, lo que estamos haciendo es
evitar que la vivencia traumática se integre en nuestra experiencia de vida,
como resultado, se mantiene activa causando sufrimiento.
Si no comprendemos y aceptamos el dolor, si no le conferimos un
significado, impedimos que se integre como una experiencia narrativa de
contenido neutro, por lo que continuará atesorando su valencia negativa.
De hecho, se ha apreciado que cuando vivimos una experiencia particularmente
dolorosa o incluso traumática, en nuestro cerebro se produce una desregulación
bioquímica. En práctica, la amígdala se mantiene activada porque cree que el
peligro aún existe, aunque no sea así.
Esa hiperactivación incrementa los niveles de cortisol, una hormona que
inhibe el funcionamiento del hipocampo, la estructura que se encarga de
procesar las experiencias que vivimos, confiriéndoles un significado y
ubicándolas en nuestra memoria.
Por tanto, hasta que sigamos percibiendo la experiencia dolorosa como una
amenaza, hasta que no estemos dispuestos a enfrentarla, no seremos capaces de
asumirla y, por tanto, esta seguirá causando sufrimiento. Sin embargo, ese
sufrimiento no nos conducirá a ninguna parte.
Cambiar el significado
del dolor
En un experimento llevado a cabo en las universidades de Massachusetts y
Stanford, los investigadores les presentaron a los participantes una serie de
imágenes que despertaban emociones negativas. Sin embargo, a algunos se les
pidió que intentasen cambiar su significado, para que dejasen de experimentar
esas emociones.
De esta forma, se pudo apreciar que las personas capaces de encontrar
explicaciones alternativas, podían cambiar sus emociones negativas. Por tanto,
la reestructuración cognitiva es una técnica particularmente eficaz para
enfrentar el sufrimiento que se genera a partir del dolor. En práctica, se
trata de cambiar las emociones negativas, cambiando el significado que le
atribuimos a determinados hechos. ¿Cómo lograrlo?
1. Identifica los pensamientos que te causan sufrimiento. Casi siempre, estos
pensamientos se basan en formas distorsionadas de ver la realidad, en una
exageración de las consecuencias o en el miedo a no ser capaces de afrontar la
adversidad. Sin embargo, considera que lo que sientes, no es la realidad, es
tan solo una reacción ante esta. Por tanto, toma papel y lápiz y escribe los
pensamientos que más te molestan.
2. Evalúa los pensamientos. Analiza si esos pensamientos se ajustan
verdaderamente a la realidad, pregúntate: ¿Qué evidencias confirman lo que
pienso? ¿Es una interpretación parcial o exagerada? Luego, debes analizar sus
consecuencias: ¿Son útiles estos pensamientos? ¿Me ayudan a sentirme como me
gustaría? También es conveniente que imagines las peores consecuencias y te
preguntes: ¿Son realmente tan graves? ¿Qué efectos tendrán en mi vida dentro de
un año?
3. Busca pensamientos alternativos. Por último, deberás sustituir esos
pensamientos negativos que alimentan el sufrimiento con otros más positivos o
desarrolladores. Por supuesto, no se trata de engañarse ni de minimizar los
problemas sino de asumir una actitud que te ayude a procesar el dolor y seguir
adelante. Por tanto, pregúntate: ¿Cómo podría interpretar lo que me está
sucediendo de forma más positiva? ¿Cuáles son los beneficios que podría sacar
de esta situación? ¿Qué me diría mi mejor amigo en esta situación?