Cuando
observamos a los niños pequeños, vemos que siempre están jugando, su
imaginación no tiene límites, y ríen sin parar. Cuando algo no les gusta,
reaccionan y se defienden, pero, al momento su atención vuelve a centrarse en
el juego y, olvidando lo que ha pasado siguen jugando. Viven el momento. No se
avergüenzan del pasado y no se preocupan por el futuro; expresan lo que sienten
y no tienen miedo de amar.
Los
momentos más felices de nuestra vida son aquellos en los que nos expresamos
como niños, porque ese es el estado normal de la mente humana, la tendencia
natural. ¿Entonces, que nos ha ocurrido?
Rebobinemos,
volvamos atrás y veamos que nos hizo cambiar.
De
pequeños los adultos nos transmitieron la información que ellos tenían,
programando nuestra mente, nos enseñaron un lenguaje, nos enseñaron a leer, a
comportarnos y soñar de un modo determinado. Y fue entonces cuando aprendimos
las “reglas” de la convivencia; Tenemos miedo de no ser lo bastante buenos, en
principio para nuestros padres, y después ampliamos el círculo llevando este
miedo a no ser aceptados por los demás. Esto es los que hace que intentemos
cambiar, lo que nos hace crear una imagen, la cual intentamos proyectar según
lo que quieren que seamos, sólo para ser aceptados. De este modo aprendemos a
fingir que somos lo que no somos, y aparentamos ser otra persona, hasta
convertirnos en maestros de lo que “no somos”.
Llega el
momento en que no sabemos exactamente quienes somos, y empezamos a vivir
nuestros personajes, porque no tenemos uno sólo, sino muchos diferentes, según
los distintos grupos de gente con los que nos relacionamos. El enfrentamiento
entre lo que “somos “y lo que “mostramos”, crea en nosotros una herida
emocional que nos hace terriblemente sensibles, percibiendo todas las cosas a
través del cuerpo emocional. Este cuerpo emocional es capaz de percibir ciertas
frecuencias o puede hacernos reaccionar frente a otras.
Nuestro
cuerpo emocional al igual que nuestro cuerpo físico tiene un sistema de alarma
que nos permite saber cuándo algo no va bien. En el caso del cuerpo físico el
sistema de aviso es el dolor; cuando sentimos dolor es porque hay algún
problema en nuestro cuerpo, algo que es necesario sanar. En el cuerpo
emocional, el sistema de alarma es el miedo, siempre que sentimos miedo, algo
no va bien. Es una alerta muy primitiva, que nos hizo perpetuar la especie, ya
que nos avisaba cuando estaba en peligro nuestra vida. Nuestro cuerpo emocional
percibe las emociones, pero no a través de los ojos, las emociones se
“sienten”, esto es lo que les ocurre a los niños, que cuando no se sienten
seguros cerca de una persona, la rechazan, ya que son capaces de sentir las
emociones que esa persona proyecta.
Si
aprendemos a detectar cómo reacciona nuestro cuerpo emocional, seremos capaces
de no caer en el mismo estado emocional de la persona o personas con las que
nos relacionamos. Esto podemos desarrollarlo en nuestro hogar, “sintiendo” que energía hay en él y como
reaccionamos a ella, también observando los cambios de energía que hay cuando
estés con las distintas personas que componen tu familia, ten en cuenta que tu
hogar está impregnado de las energías de todos los que lo habitan, cada uno de
los cuales reacciona de una forma diferente, ya que habrá aprendido a
defenderse de los demás de la misma manera que ha aprendido a defenderse de sí
mismo.
Y así
vamos utilizando el miedo cuando nos relacionamos unos con otros, ante
cualquier cosa que nos parezca injusta se nos abre la herida emocional como si
nos clavaran un cuchillo, comenzamos a acumular un estrés emocional que nos va
invadiendo. Cuando estamos llenos de inestabilidad emocional, sentimos la
necesidad de liberarla, y deshacernos de todo el peso que nos está creando,
entonces se lo enviamos a otra persona, ¿y cómo?, pues captando su atención,
entonces la energía pasa de una persona
a otra, uniéndose ambas con la misma sintonía, aunque la herida que en su
momento causo dicho desorden no sea la misma; las heridas están ahí.
No hay que
culpar a nadie de la “enfermedad” del miedo; no es ni buena ni mala, ni
correcta ni incorrecta, y ni siquiera nadie es culpable si en un momento
determinado explota con quien no debe. Al igual que cuando estas enfermo no te
culpas a ti mismo por estarlo, no debes sentirte mal si tu cuerpo emocional
está enfermo, lo que tenemos que hacer es tomar conciencia de que tenemos un
problema, ya que cuando lo hacemos así, tenemos la oportunidad de sanar nuestro
cuerpo físico, nuestro cuerpo emocional y mental dejando de sufrir.
Carmen.
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