Los seres humanos en general, jugamos a tres papeles o roles: Victima, perseguidor y salvador.
Victima es aquella persona que se dice a sí mismo: "Pobrecito, nadie me quiere. Haga lo que haga todo me sale mal. Nadie me hace caso".
Perseguidor es la persona que dirige, manipula, el que obliga a los demás a qye hagan lo que el quiere.
El Salvador es el más sutil, muchos médicos, enfermeras, curas, maestros, monjas, frailes, asistentes sociales y otras personas que trabajan en profesiones de ayuda caen muy facilmente en este esquema de salvador.
Con frecuencia la falta de aprobación y de cariño que tenemos hacia nosotros mismos hace que lo busquemos en los demás. Intentamos ser trabajadores atentos, buenos, dedicarnos a los demás para que nos digan qué buenos somos, que bien lo hacemos, cuanto valemos.
Pero esta dedicación a los demás no surge desde nuestra autenticidad sino desde una profunda falta de seguridad, aprobación y cariño hacia nosotros mismos. Podemos ayudar a los demàs pero no podemos hacer el trabajo que ellos tienen que realizar con ellos mismos.
Y cada una de las personas con las que convivimos tiene que realizar su propio trabajo. Si les intentamos salvar jugaremos a salvadores, pero a costa de hundirnos en un pozo. Además en realidad, no estamos ayudando a nadie, porque no le estamos permitiendo desarrollarse como persona, ni estamos ayudandonos a nosotros mismos porque nos estamos hundiendo en el intento.
Una cosa es ayudar a los demás y otra cosa muy diferente es intentar salvarlos para sentirnos mejores con nosotros mismos. Además cuando una persona ayuda demasiado a los demás puede indicar que está compensando su miedo profundo a ser abandonado, a quedarse solos.
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