Hay pocas cosas que nos desesperen tanto como no ser comprendidos. Ya desde la infancia tomamos contacto con esa desoladora sensación, la de que nuestros progenitores, hermanos, amigos o maestros no entiendan lo que sentimos o lo que nos ocurre. Cuando esto sucede nos invade esa mezcla que va desde la rabia a la tristeza. Esto no cambia tampoco en edades adultas.
Sentirnos incomprendidos es uno de los malestares más profundos y dolorosos. Quizá por ello, sabiendo lo que supone, deberíamos esforzarnos mucho más por cuidar esta competencia, por facilitarla a los demás a pesar de que, en ocasiones, determinadas personas nos hallan fallado en el pasado. No obstante, hay que hacerlo bien.
Como señalaba Goethe, "las personas tendemos a escuchar solo aquello que entendemos". Es verdad, de algún modo solo conectamos con quienes nos son más comprensibles a nuestros ojos, con quienes armonizan más con nuestras ideas, valores y pensamientos.
Comprender, en cambio, requiere hacer siempre un mayor esfuerzo. De hecho, en ocasiones, implica algo realmente valiente: descubrir, aceptar y conectar con quien no piensa como yo.
Saber comprender no es lo mismo que saber entender.
Para saber comprender a los demás de manera auténtica es necesario clarificar un detalle. Comprender no es lo mismo que entender. De hecho, la mayoría de las veces nos quedamos con la segunda dimensión, es decir, nos dedicamos únicamente a descifrar lo que las otras personas nos quieren hacer llegar. Tomamos conciencia del mensaje y de su significado, pero nada más.
Ahora bien, la comprensión implica algo más profundo. No es solo descifrar lo que nos dicen, es conectar con la realidad particular de quien tengo enfrente a través de la empatía. Es ir más allá de las palabras para intuir necesidades y sentirlas. De este modo, algo que debemos tener presente es que el proceso de comprensión es algo increíblemente activo a la vez que complejo.
Para que este proceso sea efectivo debemos aplicar lo que en psicología conocemos como la teoría de la mente. Este concepto se define como esa capacidad que tenemos las personas de inferir los estado mentales de los demás, como sus pensamientos, miedos, deseos, intenciones, etc. De este modo, comprendemos por qué hacen determinadas cosas e incluso predecimos comportamientos futuros.
Una vez procesamos esa información,la interpretamos para poder actuar en consecuencia. Todos estos mecanismos se integran en el acto mental de saber comprender. No obstante, tampoco podemos dejar de lado el aspecto emocional.
Comprender sin juzgar, conectar dese la empatía
Daniel Goleman también nos habla a menudo en sus libros sobre la necesidad de saber comprender a los demás. Ahora bien, puntualiza un detalle: no se trata solo de inferir qué puede estar pensando o sintiendo la persona que tengo frente a mí. No basta solo con tomar conciencia de lo que puede estar pensando o si lo que experimenta es miedo o es tristeza.
La comprensión auténtica nunca será posible si no hay voluntad e interés. Así que de nada sirve la teoría de la mente o la inteligencia emocional si mientras hablo con mi pareja tengo la cabeza en otra parte. Además de esa voluntad, de ese sentimiento activo por abrirme al otro y comprender lo que me dice y le ocurre, también se necesita de otras dimensiones:
Escuchar de manera activa. Hay que ser receptivo a los demás sin mayor intención o finalidad que esa. No nos vale con escuchar mientras pensamos qué vamos a responder
Otro factor básico es escuchar sin prejuzgar. Saber comprender es conectar con la realidad del otros libre de pensamientos previos, de juicios, de etiquetas previas.
Para concluir, tal y como podemos ver el proceso que articula el concepto de la comprensión es más complejo de lo que podamos creer. A pesar de ello, todos somos capaces de ponerlo en práctica; la voluntad en la mayoría de los casos, es todo.
Valeria Sabater
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