Desde la infancia todos pasamos por momentos de ira y frustración, de miedo, de amor o de tristeza y el recuerdo de estas emociones, tanto de las positivas como de las negativas, está almacenado en nuestra mente emocional; las reconocemos y de alguna manera, hemos aprendido a desechar o manejar las que nos duelen y a disfrutar de las que nos proveen bienestar.
Las personas altamente empáticas sintonizan con las emociones de los demás, las comparten y, en cierta forma, las viven. Saben ponerse en el lugar del que ven sufrir y recordar, en cierta manera, lo mal que han podido sentirse ellos mismos ante la emoción que ven experimentar. Esto les lleva a compartir la emoción, comprenderla en el otro e intentar ayudar.
Hay una gran diferencia entre compartir las emociones ajenas y sentir lastima por quien las está viviendo. Compartir un sentimiento no nos pone en una superior ni inferior; nos hace iguales, ya que reconocemos el sentimiento ajeno como algo que también está, aunque no sea más que como recuerdo, en nosotros mismos.
Compadecerse de alguien, sentir lastima, por el contrario nos coloca en una posición de superioridad; es como si dijéramos "a mí no me ocurre, lo siento por ti".
Así como la empatía es un sentimiento saludable y curativo, la compasión es peyorativa y denigrante; coloca siempre a quien la recibe en una posición de inferioridad que le puede llevar a sentirse aun peor.
Como detectar las emociones ajenas
Las palabras no lo dicen todo; incluso una misma frase, expresada en un tono o en otro, puede tener significados totalmente opuestos. Lo que enriquece y completa la comunicación verbal son los gestos y actitudes, ya que estos nos hablan de la emoción que está viviendo nuestro interlocutor.
Si bien la empatía se desarrolla fundamentalmente en la infancia y guarda una estrecha relación en la forma en que los padres han sabido reconocer las emociones del niño, también es cierto que se puede aprender a detectar ciertas señales en los gestos, ciertos matices de voz o movimientos corporales, que puedan darnos pistas acerca de los que sienten los demás.
Si tenemos una actitud de extrema concentración en las palabras, si a medida que nos están hablando vamos preparando en nuestra cabeza las respuestas que daremos a continuación, es difícil que percibamos la carga emocional que acompaña el discurso de nuestro interlocutor. Otro tanto ocurre cuando nos preocupamos demasiado por dar una buena impresión, porque estamos mucho más pendientes de nosotros mismos observándonos --desde afuera-- que de la persona con quien intentamos comunicarnos.
Para poder detectar los movimientos emocionales de los demás debemos, ante todo, interesarnos en ellos como personas; mostrarnos abiertos, comprensivos y permeables. Si nos encerramos en un muro de prejuicios y miedos, no solo no vamos a poder entender en toda su amplitud lo que nos quieren transmitir, sino que tampoco podremos comunicar certeramente nuestros propios puntos de vista, porque éstos no son sólo pensamientos puramente racionales, conceptos fríos, sino que siempre están teñidos por las emociones que nos despiertan.
Gracias a la empatía podemos saber lo que otros necesitan. Sin esa cualidad, es realmente difícil poder desarrollar una solidaridad correctamente enfocada.
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