Cuando hablamos de ciclos nos referimos a esos procesos de
la vida que comienzan, se desarrollan y concluyen. Así, aunque en la práctica
nada termine del todo realmente, es importante aprender a cerrar ciclos cuando
se agota el proceso, para seguir adelante y evitar quedarnos estancados.
Para ello, antes de nada hay que saber diferenciar entre
el hecho de cerrar ciclos y el de tener una pérdida. El cierre de grandes
etapas de la vida supone pérdidas e implica duelos, pero no tiene el carácter súbito
o profundamente doloroso que comportan las pérdidas como tal.
Ahora bien, lo importante de cerrar ciclos es que incide
de manera directa en lo que se hará en un futuro. Si el ciclo, sea cual sea,
permanece abierto, interfiere con el avance personal. Es como dejar una llave
que gotea sin repararla y esperar a que esto no incida en el costo económico y
ecológico del agua.
Veamos cuáles son algunos de esos caminos para cerrar
ciclos.
Para cerrar ciclos,
lo primero es dejar ir.
Los seres humanos tendemos a aferrarnos a lo conocido, por
más negativo que sea. La costumbre es una fuerza muy poderosa que nos impulsa a
mantenernos en la inercia. Se percibe como si fuera más fácil soportar lo malo
conocido, que emprender la aventura de lo bueno por conocer.
Suele haber una resistencia a cerrar ciclos. Hay una parte
de nosotros que quisiera seguir en lo mismo y no experimentar ninguna incertidumbre
frente a lo nuevo.
De ahí que la primera tarea sea la de dejar ir. Un ciclo
se cierra cuando el proceso ya se completó y solo quedan restos del mismo. El
cierre solo puede hacerse de manera consciente. Es posible que ya no haya algo
a qué aferrarse, pero mentalmente seguimos conectados a ello. Dejar ir es una
forma de reconocer la nueva realidad.
Despedirse y hacer un balance.
Aunque cerrar ciclos se refiera a abandonar realidades que
nos hacen daño, siempre originara un duelo. Por lo tanto, es necesario
permitirnos vivir esa tristeza que traen consigo los finales y despedirnos de
esa realidad que está por desaparecer. La mejor manera de hacerlo es
construyendo una memoria sobre lo vivido.
Los ciclos no se cierran metiendo la cabeza en la tierra
como un avestruz. Ni dando la espalda a lo que sucede para evitar sentirnos
mal. Lo mejor es repasar, paso a paso. Cada una de las vivencias que formaron
parte de ese proceso. Identificar el comienzo, los momentos más relevantes y
las sensaciones que experimentamos.
A partir de esto se puede hacer un balance, una evaluación
de las vivencias positivas, y también complicadas, que hubo en ese ciclo. Qué
se aprendio y que no. Qué aporto a nuestro crecimiento y cómo contribuyo a
nuestras limitaciones. Esta es la mejor manera de decir adiós.
El momento de emprender.
El principal objetivo de cerrar ciclos es ponernos en paz
con el pasado inmediato, para seguir adelante son que lo vivido afecte, no
invalide nuestro presente. Todo final implica también un comienzo. Ese comienzo
debe ser el foco de nuestra atención y nuestro interés.
Lo nuevo no tiene por qué asustarnos.
Es normal que
implique un desequilibrio inicial, pero en relativamente poco tiempo comenzara
a revelar sus bondades. Movernos de lo conocido a lo incierto siempre tiene un
toque de aventura y supone aprendizajes, sorpresas y, por supuesto,
adaptaciones. La mayoría de las veces, los cambios nos dan mucho más de lo que
nos quitan.
Hay que abrazar al cambio como a un nuevo amigo. Hay que
ver un nuevo ciclo como la oportunidad para poner en práctica lo aprendido en
el anterior y para ampliar lo que ya sabemos, pulir lo que está en bruto o dar
un viraje para crecer.
Cerrar ciclos es vital para nuestra salud mental. De no
hacerlo, vamos a sentirnos atiborrados y confundidos frente al futuro. A lo que
se fue, hay que darle una sepultura de primera y decirle adiós.
A lo nuevo hay
que recibirlo con los brazos abiertos y una bienvenida en el corazón.
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