Hay palabras que duelen, que consuelan, palabras vacías,
balsámicas, mortíferas…y silencios aterradores. ¡Qué importantes son las
palabras!
Las palabras nos hacen
y nos deshacen.
Nos hacen felices cuando recibimos la aprobación de los
demás y nos deshacen cuando nos humillan o insultan. Ayudan a nombrar la pena y
también el amor. Nos acercan a un amigo o nos alejan de él. No se ven, pero se
sienten, pesan en el ánimo. Somos seres de palabra. Sin ellas no podríamos
nombrarnos, no sabríamos quienes somos ni cómo comunicarnos con los demás.
Quien agrede se cree poderoso. El agredido ignora que es
solo un disfraz. Cuando las palabras
ofensivas hacia la pareja son habituales, estamos ante un problema de violencia
verbal que no deja huellas físicas, pero sí heridas invisibles muy
potentes. Las amenazas, los gritos, los insultos, las descalificaciones, los
desprecios, las burlas, las humillaciones, y las criticas permanentes dejan
cicatrices.
Hablamos de una violencia oculta, que suele ejercerse en
el ámbito doméstico.
El que agrede verbalmente se cree poderoso. La
persona agredida también suele verlo
fuerte, porque ignora que, en realidad, esa agresividad es un disfraz. Isaac
Asimov expresaba muy bien la principal característica psicológica del agresor:
“La violencia es el último recurso del
incompetente”. Y así es el violento: un incompetente que no quiere
reconocerlo y que proyecta la debilidad propia en su pareja.
¿Qué nos pasa?
1º- Se puede
soportar la violencia verbal para pagar una culpa inconsciente que proviene de
deseos y fantasías infantiles que nunca se realizaron.
2º- La mujer que se
deja agredir verbalmente tiene idealizada a su pareja y no se defiende porque
ha adoptado la posición de víctima.
3º- La violencia
verbal es peligrosa, ya que puede derivar en otra más grave. Si se sostiene en
el tiempo, se disculpa al agresor y se queda sometido a sus palabras.
¿Por qué se le quita importancia a la violencia verbal?
¿Por qué se banaliza, con el argumento de que no se quería decir lo que se
dijo?
La pareja se
construye según un acuerdo inconsciente.
Cada componente de ella desarrolla partes de uno mismo que
el otro necesita y, renuncia a partes propias que proyecta sobre el otro. Si la
mujer no se atreve a defenderse o a ser agresiva, proyecta su agresividad en la
pareja y soporta sus insultos. El hombre, por su parte, si no soporta sus
debilidades las proyecta en la mujer y la ataca porque la ve frágil.
El abuso verbal puede hacerse con una sonrisa, que
disfraza la hostilidad.
En la pareja, puede que el hombre sea muy narcisista,
dependiente de su madre, por lo que necesita minusvalorar a su mujer para no
sentirse un niño en sus manos, además rivaliza con ella, porque su identidad
masculinidad masculina se tambalea.
Por su parte, la mujer puede estar identificada con un
padre débil al que quiere mucho. Y tiene una relación muy conflictiva con una
madre dominante, a la que no quiere parecerse. Siempre ha sido,
inconscientemente, muy ambivalente ante la debilidad del padre. La rabia que
siente hacia él, y que conscientemente niega, la hace sentirse culpable y por
esa culpa soporta la supuesta fortaleza de la pareja. En alguna medida, se deja
castigar. Ambos rechazan de sí mismos aspectos que no les gustan, poniéndoselos
en el otro.
Ella asume la debilidad de él y no pone en práctica su
fuerza porque se ha identificado con su padre.
Él rechaza su debilidad, porque su identidad masculina es
precaria.
El abuso verbal puede ser directo o sutil, y los
comentarios se pueden hacer de manera agresiva, pero también se pueden realizar
con una sonrisa. Cuando se abusa
cariñosamente es más difícil defenderse, porque las formas disfrazan la
hostilidad.
El que ejerce la violencia verbal ve a su pareja como un
adversario al que hay que atacar. La juzga y la crítica, y puede manipular la
situación diciéndole que lo hace por su bien, para que se dé cuenta de cosas.
Pero lo que de verdad quiere es descalificarla.
¿Qué podemos hacer?
Es importante que la persona agredida se pregunte por qué no frena la violencia
verbal. Reflexionando sobre la posición que se tiene en relación al otro, se
puede cambiar y dejar se someterse a una violencia invisible y dañina.
·
Conviene revisar cómo ha sido el trato recibido
en la infancia. Las palabras que nuestros padres nos han dirigido y la relación
con ellos tienen una gran influencia en las características que adquieres y los
vínculos que construimos en la vida adulta.
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