Una de las palabras más incomprendidas en todos los
idiomas del mundo es “sabiduría”. Esta incomprensión ha surgido a raíz de la
palabra “conocimiento”. La gente cree que significan lo mismo, que son
idénticas, pero en realidad son todo lo contrario.
Un hombre con conocimientos no es un sabio, simplemente ha
reunido toda clase de información del exterior. Puede que tenga mucha
información y mucha memoria; pero sigue sin ser un sabio. Porque la sabiduría
es inteligencia pura. Es el florecimiento espontaneo de tu ser.
El término “educación” procede de una raíz que significa
“sacar”. Y eso es la educación, una oportunidad, una ayuda que te permite sacar
lo que está en forma de semilla dentro de ti.
La sabiduría brota de tu fuero interno, es una
transformación y no una información.
Tu inteligencia no surge de tu interior, llega del
exterior, llega del exterior, como si introdujeras datos en un ordenador.
Cuanta más información tengas, una capa sobre otra, menor será la posibilidad
de que tu propio ser encuentre la forma de expresarse.
Solo existe un método para alcanzar el verdadero
conocimiento y es a través de la meditación.
La meditación se encarga de “vaciarte” todo lo prestado,
todo lo inculcado para volver a ser un niño inocente que no sabe nada. Si
consigues alcanzar ese estado de no saber, en ese espacio empieza a nacer algo
espontáneamente. No surge de fuera, sino de la fuente más profunda del Ser, de
tus propias raíces. La sabiduría: y esto es algo que cada uno tiene que descubrir.
La sabiduría consiste en llevar a cabo una búsqueda
individual hasta completarla. Comienza con la pregunta: “¿quién soy?”, y
termina cuando descubres al que reside en ti como tu vida, como tu conciencia.
Cuando conoces tu propio ser, y te percatas de su inmortalidad.
La
esencia de la sabiduría yace dormida en cada ser; viene contigo, es tu
verdadera naturaleza.
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