La tristeza nace por un sentimiento de pérdida. Sin embargo, la forma en que se vive o su grado de intensidad dependen en buena medida de cada rasgo de personalidad, del carácter individual.
La pérdida de un trabajo, por ejemplo, puede provocar un
desconcierto momentáneo o llegar a cuestionar incluso las propias capacidades.
La persona comienza por sentirse decepcionada, insegura, y a ello le sigue una
inmediata desvalorización. Aunque la sensación de fracaso o la decepción hacen
mella con más facilidad en personalidades débiles, este tipo de vivencias
afecta a cualquiera en mayor o menor grado.
También el campo de la salud suele generar esta emoción.
Las enfermedades crónicas, es fácil que desencadenen sensaciones de gran
frustración e impotencia. La persona se siente injustamente atrapada en una
cárcel absurda y busca desesperada e inútilmente una explicación para su
desdicha.
Como emoción que es, la tristeza dibuja en el cuerpo un
mapa de signos, un reflejo de lo que ocurre en la mente. Algo de fuera (un
estímulo) desencadena, como respuesta, una serie de sensaciones físicas (un
síntoma).
Las respuestas que levanta la tristeza, aunque tienen sus
propios rasgos específicos, combinan patrones de conducta de dos tipos: uno
innato y otro adquirido. El primero está unido a la propia naturaleza, acompaña
al individuo desde el mismo instante de su nacimiento. El segundo, en cambio,
depende de las experiencias que adquiere a lo largo de su vida: las impresiones
que va grabando su mente sin darse cuenta le predisponen a reaccionar ante cada
situación de una determinada manera. Son condicionantes que actúan, además, de
forma combinada, y conducen a la persona abatida a sentir que se encuentra en
un callejón sin salida.
Aunque desde la tristeza leve hasta una depresión grave
existe toda una gradación de estados, una clasificación habitual de los
síntomas comprende varias categorías.
Síntomas
de la tristeza:
Alteraciones
en el ánimo: pesimismo, auto-desvalorización, sentimientos de culpabilidad.
Inhibición
psicomotriz: sensación de cansancio a lo largo de la jornada, tanto físico como mental.
Apatía:
física o intelectual; falta de interés por realizar actividades gratificantes.
Se trata en definitiva, de un conjunto de síntomas que, si
son persistentes, producirán un deterioro en la salud.
Proceso
de transformación.
Ante una circunstancia dolorosa la persona pasa por
diferentes etapas. Desde el rechazo inicial hasta la aceptación última del
hecho traumático suceden otros estadios intermedios como la autocompasión y la
rebelión, en los que resulta sumamente difícil cualquier intento de
racionalización de lo sucedido.
Durante ese periodo la voluntad del sujeto sufre una
especie de sabotaje: su capacidad de elección se limita ante la amenaza de que
no puede solucionar la situación, y a la vez, se siente incapacitado para
analizar las causas que le han conducido a ese estado. Sometido a las pasiones
que lo gobiernan en ese momento, no dispone de las condiciones para impulsar
una acción adecuada como son un juicio sereno, estable e imparcial.
En psicología existe un término que describe el proceso
de elaboración de las pérdidas: se denomina duelo. Cuando algo que formaba
parte significativa de nuestra vida deja de estar presente, necesitamos pasar
por un periodo de asimilación. El tiempo que dura esta etapa es clave para darnos
cuenta de lo ocurrido y utilizarlo a nuestro favor.
Si no se le dedica la atención necesaria, es muy probable
que el impacto de la situación quede oculto en el subconsciente, ya que la
persona puede hacer esfuerzos para mantenerlo alejado de la mente a causa de la
angustia que le produce. El hecho de reprimirlo o ignorarlo no evita, sin
embargo, el padecimiento; muy al contrario, termina por alterar la conducta y
provocar un malestar mayor convirtiendo a la víctima en alguien permanentemente
infeliz.
La tristeza es, pues, una emoción que sigue a la perdida
y su finalidad es integrar la experiencia dolorosa para favorecer la propia
maduración. El modo de poner fin a una situación de amargura es sustituir las
funciones de respuesta instintivas por otras de categoría superior. Si la
persona no logra romper los mecanismos emocionales que le llevan a la tristeza
ésta se puede convertir en una trampa que le impida alcanzar nuevos objetivos y
llevar una vida plena.
Después de superar el difícil proceso que transcurre
desde el momento en que se produce la perdida hasta que se logra su aceptación,
solo caben dos posibles soluciones:
Mantenerse
por tiempo indefinido en la posición de víctima.
Proyectar
una mirada distinta sobre uno mismo y la nueva realidad.
Lo fundamental es comprender que toda pérdida bien
asimilada, por importante que sea, nos abre la posibilidad de un cambio, de un
conocimiento de cosas nuevas, a la vez que nos fortalece. Y no podemos olvidar
que:
Cada
vez que perdemos el ánimo, perdemos muchos días de nuestra vida.
Maurice
Maeterlinck.
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