En un mundo tan inseguro, tener razón es algo
maravilloso, nos reconforta y nos brinda
seguridad. Nos protege, por lo que siempre la buscamos. El profesor Pablo
Fancillas advierte, sin embargo, que tener razón nos impide ver la vida con los
ojos de los demás desde el momento en que la experimentamos.
Tener razón significa que no tienes dudas porque
tienes confianza en ti mismo. Cuando consideramos que nuestro argumento es
correcto, válido e inapelable, no hay lugar para la opinión de otros. Además,
incluso cambiar una postura pensar en la
piel del otro es un signo de debilidad
en los tiempos actuales
PELIGROS DE DESEAR TENER LA RAZÓN E INCLUSO DE TENERLA
En los últimos años, hay una pregunta que se
repite mucho: ¿Prefieres ser feliz o
tener razón? Perseguir tener razón a toda costa es una motivación a priori,
para luchar contra las injusticias, pero se paga el precio de vivir alejado de
otras emociones motivadoras como la alegría y el altruismo, así como de evitar
a los demás. Sin embargo, el mayor riesgo es convertirse en una persona
amargada, con pensamientos rígidos y comportamientos ofensivos, aunque bien
justificado.
La ilusión de control, alimentada por la
sociedad tecnológica donde aparentemente
la realidad es sencillamente controlable con un simple clic, es el otro
aspecto. Esta ilusión se cae ante las tragedias de nuestra vida o la
incapacidad para ponernos de acuerdo incluso en aspectos importantes para
todos. El control conduce al descontrol,
lo que conduce a la desesperanza y la amargura.
La constante necesidad de tener razón es uno de los mayores males de la humanidad. “Mi verdad es la única verdad y la
tuya no vale” es una creencia arraigada en muchas personas e incluso en algunos
organismos, grupos políticos o países que disfrutan de comercializar sus
creencias como panfletos moralizadores.
Las personas son verdaderas máquinas de creencias, las interiorizamos y las
asumimos como programas mentales y verdades absolutas. Finalmente, las asimilamos y se convierten en parta de
nuestro ser. En realidad, nuestro orgullo está compuesto por una variedad
de creencias rígidas y diversas, las cuales hacen que muchos pierdan a sus
amigos solamente por querer tener la razón siempre.
Por otro lado, es importante recordar que todos tenemos completo derecho a tener nuestras propias opiniones,
verdades y predilecciones, esa que hemos descubierto con el tiempo y que
tanto nos definen y nos identifican. No
obstante, hay que tener cuidado, porque ninguna de ellas debe secuestrarnos
hasta el punto de llevarnos al calabozo de mi verdad es la única que importa.
Características de las personas que
“siempre tienen la razón”
Este aspecto no se presenta como una característica única del sujeto en
general; en cambio, es una manifestación
de un tipo particular de personalidad. No aceptar otro punto de vista nos
demuestra la falta de confianza que estas personas tienen de los demás. Debido
a que no valoran las opiniones y argumentos de los demás, no prestan les prestan
atención, lo que les hace tener poca empatía.
Estas personas están claramente obsesionadas
con el control de las circunstancias y con tener razón. No están a gusto
con las situaciones novedosas y los cambios porque todo lo que sea salirse de
sus normas y rutinas les incomoda. Dado que desarrollan una serie de rutinas en
su vida que acaban convirtiéndose en imprescindibles, esto les convierte en
personas poco flexibles y, en ocasiones, realmente maniáticas.
En ocasiones, esta actitud de orgullo esconde una personalidad insegura que
busca constantemente el reconocimiento de los demás, y piensan que imponiendo
sus puntos de vista pueden obtener el reconocimiento y el prestigio que tanto
anhelan. Llegados a ese punto, es incluso que, en momentos determinados, hasta
ellos piensen en la posibilidad de no tener la razón, pero el simple hecho de
admitirlo les es imposible.
Hay individuos que, como opinadores profesionales, tienen la obsesión de
tener siempre la razón. Son perfiles con mucho
ego y muy poca empatía, además de que son expertos en general conflictos
constantes y maestros astutos en perturbar la armonía en cualquier situación.
Los dictadores son el ejemplo más
característico de este tipo de personalidad llevada al límite, ya que creen
tener razón siempre y no respetan ninguna idea ni opinión que difiera de las
suyas. Esta clase de personalidad se puede desarrollar en cualquier nivel
social o profesional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario