Que pasa cuando necesitamos una disculpa, pero nunca la vamos a recibir
¿Qué hacer cuando te sientes herido, pero eres consciente de que nadie te va a pedir perdón? Lo cierto es que esa sensación, la de no recibir una disculpa, es una realidad que debemos aprender a gestionar.
Muchos avanzamos por el viaje de la vida con una espina clavada en el interior. Es esa que sigue doliendo a pesar del tiempo pasado tras una mentira, una traición o la peor de las decepciones. A veces necesitamos una disculpa por esos hechos experimentados, pero a la vez somos conscientes de que nunca vamos a recibirla.
¿Qué hacer con esa sensación? ¿Cómo gestionar esa rabia combinada con grandes dosis de tristeza? Lo cierto es que pocas sensaciones son tan complicadas de manejar, de asumir e incluso de entender. Es como una puerta que chirría y que no podemos cerrar del todo. Permanece abierta y por ella sigue entrando una corriente fría entremezclada por recuerdos que no podemos borrar.
Tanto si lo queremos como si no, abundan las personas que no saben ni quieren pedir perdón. Son figuras alérgicas al arte de la reparación emocional y ajenas al principio de responsabilidad ética. Siempre es más fácil alejarse y no decir nada, porque, al fin y al cabo, expresar en voz alta un "perdóname por lo que he hecho" no les reporta nada ni les ofrece beneficio alguno.
Comprendamos que hacer en estas circunstancias.
Cuando necesitamos una disculpa, pero nunca la vamos a recibir: ¿qué podemos hacer?
Decir lo siento implica, por encima de todo, reconocer que uno ha hecho algo mal. Además del reconocimiento, lo que se busca también es expresar arrepentimiento al otro. Asimismo, al pedir perdón se admite que dicho acto concreto ha tenido una consecuencia evidente; generar dolor y sufrimiento.
Como podemos ver, pocos procesos son tan complejos y demandan a su vez un ejercicio tan profundo de empatía, delicadeza emocional y valor para admitir lo sucedido. No todo el mundo sabe o desea aplicar cada uno de estos procesos tan básico. Un ejemplo, a veces, nos encontramos con personas que nos piden perdón como quien da los buenos días.
Expresar disculpas no soluciona nada si el otro no entiende que nuestra manifestación es sincera. Algo así duele, es cierto. Sin embargo, aún escuece más cuando necesitamos una disculpa concreta, pero sabemos que no vamos a recibirla. Ya porque esa persona en concreto a puesto distancia o porque sencillamente no tiene interés alguno en hacerlo.
¿Qué podemos hacer en situaciones similares?
Comprender para aceptar: hay personas que son incapaces de decir lo siento
A veces, para manejar una realidad que duele es necesario comprenderla. Por ello, siempre es interesante profundizar en la personalidad del alérgico a las disculpas, del escapista del ejercicio de la demanda del perdón:
Pedir disculpas es admitir la propia falibilidad. En efecto, esta es la primera causa. Hay quien jamás dará el paso para pedirte disculpas porque tienen en alta estima su dignidad e imagen de autoeficacia como para admitir "que ha hecho algo mal".
Falta de autoestima. Los hombres y mujeres con una baja estima no se pueden permitir aceptar que han hecho algo mal. Algo así destruye aún más su maltrecha imagen interna.
Pedir perdón es una humillación. En determinados casos, la persona que comete un agravio en lugar de pedirnos perdón, lo que hace es culpabilizarnos de ello. Son casos muy retorcidos, es cierto, pero tienen un origen concreto. Ante la evidencia de haber hecho algo incorrecto, activan sus mecanismos de defensa y sus distorsiones cognitivas.
"Cómo no puedo admitir que he hecho algo mal, lo mejor es proyectar la responsabilidad en el otro" Esta estrategia es muy común en los narcisistas.
Si es posible, explica por qué mereces y necesitas que te pidan perdón
Cuando necesitamos una disculpa estamos en nuestro derecho de exigirla. Es posible que a veces algo así no sea posible porque la figura que cometió el agravio ya no está. Sin embargo, en caso de que tengamos carca a esa persona, debemos pedírsela:
No esperes días, semanas o meses a que te pidan perdón. Toda situación que ha constituido un ataque a tu confianza o dignidad merece ponerse sobre la mesa de manera asertiva y respetuosa.
Asimismo, el objetivo central será que la otra persona vea que su comportamiento no ha sido el correcto. Para ello, le expondremos con detalle la conducta negativa y las consecuencias experimentadas:
"Yo compartí contigo una confidencia y se la has contado a otras personas. Me siento traicionado por ello".
"Yo contaba contigo para este proyecto porque así me lo habías dicho, pero ahora te vas sin decirme nada. Me siento decepcionado/a por tu falta de compromiso y sinceridad".
En ocasiones, el simple hecho de exponer la realidad de la ocurrido y lo sentido al respecto ya nos alivia. Independientemente de que se produzca un "lo siento".
Todos necesitamos una disculpa,pero a veces ni un perdón soluciona el agravio.
Este hecho es curioso y vale la pena reflexionar sobre ello. Trabajos de investigación, como los realizados en la universidad de Rotterdam en los Países Bajos respaldan la hipótesis de que cuando nos traicionan, engañan o decepcionan, necesitamos una disculpa. Sin embargo, en determinados, casos esa disculpa no nos genera alivio.
Pongamos un ejemplo: Nuestro mejor amigo y nuestra pareja tienen un idilio. Cuando lo descubrimos, ambos nos piden disculpas. A pesar de ello, el daño ya está hecho y un "lo siento" no actúa siempre como un bálsamo ante el sufrimiento. Lo mismo puede ocurrir cuando alguien muy querido no nos apoya en un trance difícil. Pueden pedirnos perdón, pero el hecho como tal ya ha sucedido.
Por tanto, cuando necesitamos una disculpa de manera desesperada ante un agravio sufrido vale la pena hacer una reflexión previa. En ocasiones, un "perdóname" en voz alta tiene poco de sincero. Otras veces, esa disculpa no nos confiere el el alivio que esperábamos.
En esas (y en todas las circunstancias), el trabajo de recuperación recae en nosotros mismos. Lo haremos aceptando la realidad y reparando los daños con elevado amor propio.
El mundo está habitado por personas valientes y con empatía que siempre estarán ahí para nosotros. Sin embargo, también debemos asumir que abundan las figuras falibles, las que jamás te pedirán perdón por los daños cometidos.
Valeria Sabater