Hay personas que oyen, físicamente están presentes ante
nosotros y que, sin embargo, no escuchan. Porque oír no es lo mismo que
escuchar, se necesita de esa valiosa capacidad para ser receptivo no solo al
mensaje emitido por parte del interlocutor. Además, se precisa se esa habilidad
para leer gestos, descifrar emociones contenidas y toda esa información que
viaja por senderos lejanos a las palabras.
Admitámoslo, en ocasiones, ante la falta de novedad o los
conflictos sin resolver, es complicado mantener una conversación efectiva y satisfactoria
con todas las personas que forman parte de nuestra cotidianidad.
Sabemos que abundad las personas muro, esas de actitud
infranqueable que no se dan, ni atienden ni quieren atender. Sin embargo, hay
otras que parecen accesibles, incluso cercanas, pero que al poco percibimos que
su interés no es sincero y que derivan a menudo en mera falsa condescendencia.
No saber escuchar, no practicar una escucha activa genera
no solo una elevada insatisfacción. A nivel relacional las consecuencias pueden
ser tan dañinas como problemáticas. Por otro lado, recordemos que en los
escenarios laborales, la buena comunicación es clave para alcanzar objetivos y
para crear ese clima donde el capital humano se sienta satisfecho, facilitando
así las condiciones para dar lo mejor de uno.
Descrito esto; ¿por
qué nos cuesta tanto escucharnos entre nosotros como merecemos?
Personas que oyen y
no saben escuchar ¿por qué ocurre?
Nada erosiona tanto nuestras emociones como no sentirnos
escuchados cuando lo necesitamos o cuando simplemente nos estamos comunicando
con alguien. Las personas que no oyen no tienen siempre el rostro de un
adolescente o de ese jefe al que no le importa lo más mínimo lo que tengamos
que decirle. En realidad, este fenómeno se da con frecuencia entre muchas de
esas figuras cercanas.
Decía Jean-Paul
Sartre que la incomunicabilidad, así como la no escucha, es la fuente de
toda violencia. En cierto modo, ese es en realidad el inicio de muchos de
nuestros problemas. Al fin y al cabo, quienes no se escuchan están casi
condenados a caer o bien en la indiferencia o en ese desacuerdo que acaba
generando distancias a menudo insalvables. Veamos, por tanto, qué hay detrás de
esas personas que oyen, pero que no saben escuchar.
Sesgo de
confirmación y disonancia cognitiva.
Hay personas que solo escuchan lo que ellas quieren. Eso
significa, por ejemplo, que solo abrirán sus oídos cuando digamos algo que
confirman lo que ellos ya saben, creen o dan por cierto. Todo aquello que no se
ajuste a sus gustos o creencias no será atendido ni tenido en cuenta.
Por otra parte, la
disonancia cognitiva es también un fenómeno muy común en nuestros fallos de
comunicación. Ocurre con gran frecuencia en nuestras relaciones de pareja:
cuando estamos enfadados con esa persona, no importa que tenga razón en aquello
que nos esté diciendo. La mente rechaza los datos disonantes e intenta ser fiel
a lo que siente “si estoy enfadado contigo, no tendrás razón en nada de lo que
digas”
El perfil
narcisista, personas que no oyen porque solo se escuchan a sí mismos.
La personalidad
narcisista está detrás de muchas de nuestras frustraciones a la hora de
comunicarnos. Son perfiles que nunca atienden perspectivas ajenas. La única
verdad es la que ellos tienen, y por si esto no fuera poco, toda conversación
carecerá de interés si no son ellos el
centro de todo argumento anécdota o referencia.
La ira contenida
que cierra los oídos.
Este es otro factor que deberíamos tener en cuenta. Una de
las razones por las que las personas fallamos en nuestros procesos comunicativos, se debe a la
ira escondida.
A veces, ni siquiera hace falta que estemos enfadados con
la persona que tenemos enfrente. Un mal día en el trabajo, por ejemplo, puede
hacer que dejemos de practicar la escucha activa con los nuestros. Esta es una
realidad que debemos tener muy presente.
No escuchan porque
son ellos quienes desean llevar las riendas de la conversación.
La mayoría nos hemos encontrado en más de una ocasión con esos perfiles caracterizados por la
verborrea excesiva. Es algo común y sobre todo, frustrante. Son esas
personas que oyen, que están ante nosotros pero que no escuchan porque están
pensando en lo que van a decirnos a continuación. Su único afán es llevar las
riendas del diálogo y acaparar cada palabra. Lo que nosotros podamos decir en
realidad, carece de interés.
¿Qué podemos hacer
ante quienes no nos escuchan?
Tanto si queremos como si no, personas que oyen y no
escuchan siempre las habrá. No las encontraremos en casi cualquier escenario.
Ahora bien, lo complicado es tener junto a nosotros a alguien que es incapaz de
ser cercano, empático y sensible. Pensemos que la buena comunicación es el
principal nutriente de la convivencia. Sin ella, nada fluye, nada es auténtico,
nada nos sirve.
Por tanto, a quienes no hacen el mínimo esfuerzo por
escucharnos de manera auténtica y activa, hay que hacérselo saber. Les dejamos
claro por activa y por pasiva que merecemos y debemos ser atendidos,
comprendidos. Si no hay cambios, lo mejor es dejarlos ir por bienestar y salud.
La sordera emocional en materia de comunicación
deja serias secuelas. Protejámonos de ella.
Trabajaremos por tanto cada día en mantener una
comunicación adecuada y satisfactoria en cada uno de nuestros escenarios
sociales. Seamos el mejor ejemplo, promovamos el diálogo empático y pongamos
límites a quienes no tengan voluntad de practicarlo.
Valeria Sabater
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