Cada día soportamos una carga que no deberíamos soportar. Tenemos miedo a fracasar, a no ser suficientes; nos sentimos inseguros, cohibidos o llenos de ansiedad; tememos que la gente nos dé la espalda, que se aproveche de nosotros o deje de querernos, y todas estas cosas nos pesan enormemente.
Ese peso es el miedo a experimentar dolor, pena o
angustia. Nos pasamos cada día de nuestra vida sintiendo ese peso, o bien
tratando de protegernos para no sentirlo. Es una influencia tan habitual en
nuestra vida que ya ni siquiera somos
conscientes de su dominio.
Tus sensibilidades internas te exponen, minuto a minuto,
a una situación en la que sufres constantemente en un grado u otro, siempre
estas intentando controlar tu entorno para evitar el sufrimiento, o
preocupándote por sufrimientos futuros. Este estado es tan habitual que no
puedes verlo, igual que el pez no ve el agua.
La gente está pensando continuamente: “¿Qué va a pasar si me
preguntan? ¿Qué es lo que debo decir? No me siento preparado y eso me inquieta
mucho” U otros pensamientos similares. Todo este dialogo interno cargado de
ansiedad denota sufrimiento: “¿Puedo confiar realmente en esa persona? ¿Y si me
equivoco y se aprovechan de mí? Tengo pánico a volver a pasar otra vez por eso”.
El hecho de pensar en ti mismo todo el tiempo evidencia el dolor psíquico que
acarreas.
¿Por qué la mayoría de nuestros pensamientos versan sobre
yo, mí o mío? Tienes ese tipo de pensamientos porque no te sientes bien por
dentro, de modo que intentas sentirte mejor. Para acabar con este sufrimiento,
primero tienes que reconocer que tu psique no está bien. A continuación debes
aceptar que no tiene por qué estar en ese estado, y que puede estar sana.
No necesitas estar rumiando constantemente si has dicho una
incongruencia o que es lo que la gente piensa de ti. Por el contrario, detente
un momento y observa todo lo que diariamente le encargas a tu mente. Le dices: “Quiero
gustar a todo el mundo. No quiero que hablen mal de mí. Quiero que lo que digo
y hago sea agradable y aceptable para todos.
No quiero que nadie me hiera.” Y después le dices: “Ahora mente,
encuentra el modo de hacer que todas estas cosas se hagan realidad, aunque para
ello tengas que pensar día y noche sin parar”. Y por supuesto, tu mente se pone
a la tarea, trabajando en ello constantemente.
Lo cierto, es que le has recomendado a tu mente una tarea
imposible de realizar. Si intentaras que
tu cuerpo hiciera esfuerzos que es incapaz de soportar, sin duda enfermaría.
Pues bien, esto es lo que provoca que tu psique este dañada. Los signos de que
tu cuerpo está dañado son el dolor y la debilidad. Los signos de que tu psique está
dañada son el miedo subyacente y el pensamiento neurótico incesante.
Algún día tendrás que despertar, y finalmente estarás tan
aquietado y con tal silencio interno que empezaras a observar que el corazón
reacciona incluso antes que la mente se ponga en marcha y todo se convertirá en
corazón.
Y sentirás que ahora estas en el sendero, que las mismas
cosas que antes te atrapaban te están liberando ahora. Y el hecho de liberarte
de las ataduras de tu psique te dotara de la capacidad de conseguir libertad
para tu alma.
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