Eric Auli tenía 16 años cuando, durante un viaje de fin de curso a Florencia (Italia), en 1966, vivió en la basílica de la Santa Croce “una experiencia como de posesión” : se sintió tan sobrepasado por sus emociones como Stendhal en 1817, (su descripción define el famoso “síndrome de Stendhal” ).
Después, la vida de Auli entró en años de mucha actividad
y aquel episodio quedo arrinconado en su memoria. La extraña sensación se repitió,
amortiguada, en otros lugares: junto a la fuente del Parque Natural del
Monteny, en Barcelona y en Stonehenge, el conjunto megalítico del condado de
Wiltshire, (Inglaterra), durante una madrugada fría en la que sólo había cinco
persona en aquel enclave.
Auli tiene una vasta experiencia en construcción y medio
ambiente, no se considera esotérico y recuerda los fenómenos con calma. Pero
llego un momento, al acercarse a los 40 años, en que empezó a interesarse por
las energías sutiles que percibía ahí donde nuestros antepasados habían decidido
edificar lugares de culto, de reunión social o tumbas, emplazamientos
destinados a favorecer la espiritualidad.
Auli entro en contacto con la Asociación de Estudios Geobiológicos
(GEA) para hallar una explicación científica
al gran bienestar que sentía en esos lugares. La geobiología se define como una
ciencia que estudia las energías que emanan del interior de la Tierra y su
relación con los seres vivos y trata de recuperar un saber que demostraban
tener pueblos y culturas antiguos a la hora de elegir donde situar sus
monumentos y como orientarlos.
La premisa de la geobiología es que estamos inmersos en
un mar de energías sutiles que no siempre podemos medir, pero que nos afectan
positiva o negativamente. “Existen fenómenos todavía no explicables, pero no
por ello menos reales”. Dice el arquitecto y geobiólogo Pere León.
Un caso paradigmático es el de la catedral de Chartres,
en Francia. El edificio actual se levantó sobre las ruinas de cuatro iglesias
anteriores, construidas sucesivamente sobre un antiguo centro de formación de
druidas, a su vez instalado donde ya se había alzado un menhir. Es un
emplazamiento que diferentes culturas han apreciado, tal vez por tener una
influencia telúrica que se canalizo con distintos métodos constructivos para
crear un espacio donde las energías estuvieran equilibradas.
“La catedral de Chartres tiene una potencia energética impresionante-dice
Auli- sobre todo en el altar principal, donde, además de cruzarse líneas electromagnéticas
transcurre una corriente de agua subterránea natural que los constructores
reforzaron con doce canales artificiales, de forma parecida a como ocurre en la
catedral de Santiago de Compostela.
Todo esto confiere al altar la máxima energía. El sacerdote permanecía durante la celebración de
espaldas a los fieles, sobre el punto más energético, y de pronto se daba la
vuelta y abría los brazos proyectando esa energía hacia los feligreses. Cabe
imaginar la impresión que producía.
El otro punto energéticamente sobresaliente de la
catedral de Chartres es el laberinto medieval que permanece trazado sobre el
pavimento de la entrada principal, con el que se cumplía en precepto eclesiástico
de la peregrinación. Al igual que en Chartres o en los alineamientos de Carnac,
en Bretaña, podemos captar unas energías benefactoras en la catedral de
Santiago de Compostela, en el santuario de Núria o en las iglesias medievales
de Ripolles en Girona. También en lugares menos conocidos, como en los crómlech
megalíticos de la sierra de Aralar en Guipúzcoa.
Faltan estudios sobre los efectos de las energías telúricas,
pero podemos tratar de sentirlas abriéndonos a ellas en lugares y enclaves que
desde tiempos remotos han elegido para la experiencia espiritual.
Yvette Moya-Angeler
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