Las personas tenemos un precio, un valor indiscutible
llamado dignidad personal. Es una dimensión incondicional que nos recuerda cada
día que nadie puede ni debe utilizarnos, que somos libres, seres valiosos,
responsables de nosotros mismos y merecedores a su vez de un adecuado respeto.
La dignidad es sin duda uno de los conceptos más
interesantes a la vez que descuidados dentro del campo del crecimiento
personal. De algún modo a muchos se nos ha olvidado que esta dimensión no
depende del reconocimiento externo, nadie tiene por qué otorgarnos un valor determinado para que
nosotros mismos nos sintamos merecedores de obsequios.
La dignidad es una cualidad inherente que viene de
“fabrica”. Tal y como dijo Martin Luther King una vez, no importa cuál sea tu
oficio, no importa el color de tu piel ni cuánto dinero tengas en tu cuenta
bancaria. Todos somos dignos, y todos tenemos la capacidad de construir una
sociedad mucho mejor basada en el reconocimiento de uno mismo y en el de los
demás.
Sin embargo, dignidad y vulnerabilidad siempre van de la
mano. Porque esta cualidad innata depende directamente de nuestro balance
emocional y de la autoestima. De hecho, en ocasiones basta con que alguien nos
quiera mal para que no nos sintamos dignos de ser amados. Basta también con que
pasemos una temporada sin empleo para llegar a pensar que no somos dignos ni
útiles para esta sociedad.
Te
proponemos reflexionar sobre ello.
Entender desde bien temprano que merecemos lo mejor, que
debemos ser respetados por lo que somos, tenemos y nos caracteriza, no es
orgullo. Defender nuestra identidad, nuestra libertad y nuestro derecho a tener
voz propia, opinión y unos valores, no es narcisismo. En el momento que
entendemos todo esto nuestra personalidad se refuerza y conseguimos una
adecuada satisfacción interna.
Sin embargo, si hay una dimensión de nuestro bienestar
psicológico que más secuelas deja tras haberla descuidado, olvidado o dejado en
manos de otros, es ella, la dignidad. De ahí, que siempre debamos recordar algo
muy sencillo a la vez que ilustrativo: la esperanza no es lo último que una persona
debe perder, en realidad, lo que jamás debemos perder es la dignidad personal.
Veamos a continuación de qué manera se nos
escapa este valor, este principio de fortaleza interior.
Perdemos la dignidad cuando……
La dignidad no son unas llaves que ponemos en nuestros
bolsillos y que de vez en cuando, dejamos a otros para que nos las guarden. La dignidad
no es una posesión material es un valor intransferible, incondicional, propio y
privado de cada uno. No se deja, no
se pierde ni se vende: va contigo SIEMPRE.
Las personas perdemos nuestra dignidad cuando nos dejamos
humillar y boicotear de forma sistemática.
Perdemos nuestra dignidad de forma fulminante cuando
dejamos de amarnos a nosotros mismos.
La dignidad se pierde cuando nos volvemos conformistas y
aceptamos mucho menos de lo que merecemos.
Por curioso que nos parezca, también podemos dejar escapar
esta dimensión en el momento en que nos excedemos, en que eximimos privilegios
y vulneramos el sentido del equilibrio y la igualdad respecto a nuestros
semejantes.
Tal y como podemos ver, no solo la falta de seguridad
personal y de amor propio genera la pérdida de esta raíz de nuestro bienestar.
A veces, hay quien se vuelve indigno en el momento en que da un paso hacia el
abuso, hacia la falta de consideración y el egoísmo extremo.
Los 5 pilares de la
dignidad personal.
La dignidad es quizá un tema mucho más tratado por la
filosofía que por la psicología. Kant, por ejemplo, definió en su momento a la
persona con adecuada dignidad personal como alguien con conciencia, voluntad
propia y autonomía. Sin embargo, en las definiciones más clásicas sobre esta
dimensión se descuida un aspecto esencial: la dignidad también se expresa
cuando somos capaces de conseguir que quienes nos rodean, se sientan
respetados, dignos y valorados.
Estamos pues ante un valor personal, pero también ante una
actitud proactiva. No importa que nos venga de “fabrica”. Debemos ser capaces
de propiciar y crear entornos donde impere la dignidad, ya sea en nuestras
familias, en nuestros entornos laborales y en la propia sociedad.
Como aprender a ser
personas con una dignidad más fuerte.
El primer aspecto es comprender que somos dueños de
nosotros mismos. Somos nuestros directores de orquesta, nuestros gurús
personales, nuestro timón de mando y nuestra brújula. Nadie tiene por qué
llevamos ni arrastramos a océanos que nos son nuestros, ni a escenarios que nos
traen infelicidad.
El segundo pilar es sin duda algo tan simple como
complicado en ocasiones: darnos permiso
para alcanzar aquello que queremos. Muchas veces no nos sentimos
merecedores de algo mejor, de algo bueno y enriquecedor. Nos limitamos a
aceptar lo que la vida ha querido traernos como si fuéramos actores de reparto
en el teatro de nuestras vidas.
Define tus valores. Aspectos tan básicos como una
identidad fuerte, una buena autoestima y unos valores sólidos configuran las
raíces de nuestra dignidad personal, y esos aspectos que nadie puede ni debe
vulnerar jamás.
Autorreflexión y meditación. A lo largo del día, es
conveniente que tengamos un instante para nosotros mismos. Es un espacio propio
donde tomar contacto con nuestro ser para hacer adecuado diagnóstico sobre cómo
nos sentimos. La dignidad queda “tocada”
de muy diversas formas a lo largo de cada día, y es necesario identificar esos
golpes, esas pequeñas heridas que sanar.
Por último, y no menos importante, es vital también que
seamos capaces de cuidar de la dignidad de los demás. Lo señalábamos antes, porque
ser digno es también saber reconocer al igual, sea cual sea su condición, su
situación, su origen, su estatus o su raza. Aprendamos por tanto a crear
sociedades más justas empezando siempre por nosotros mismos, por nuestra
dignidad.
Buen y necesario recordatorio, que, además, sincroniza perfectamente con mis acontecimientos personales :) Gracias.
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